Del Cardenal: Abrazar la llamada misionera del Papa Francisco para llegar a las periferias | 23 de agosto 2024
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Vol. 5. No. 24
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
Si me hubiesen dicho cuando me ordené sacerdote, el 1 de junio de 1978, que 32 años más tarde sería ordenado obispo, les habría asegurado que eso nunca ocurriría. No importaban mis sentimientos de inadecuación (ya me costaba bastante sentirme preparado para servir como sacerdote), yo era miembro de la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas), y creía que mi vocación era ser misionero. Lo que no sabía entonces era que todos nosotros, incluidos los obispos, estamos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo, nuestro Redentor. Y, de hecho, la Iglesia necesita obispos que sean muy conscientes de su papel de misioneros.
Desde antes de ser elegido Papa, hace más de 11 años, el Papa Francisco ha estado instando a la Iglesia, que somos todos nosotros, a “salir de nosotros mismos e ir hacia las periferias”. En otras palabras, el Santo Padre nos desafía a todos—obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos consagrados y fieles laicos—a reconocer nuestros respectivos papeles como discípulos misioneros que anuncian el Evangelio hasta los confines de la tierra, incluidas las “periferias”.
¿Dónde encontramos la periferia? Abordé esta cuestión en un boletín reciente (15 de marzo de 2024). Esto es lo que escribí entonces:
El Papa Francisco se refiere a aquellas áreas que contienen personas que son marginados sociales, en los “márgenes” de la aceptabilidad social, como siendo “la periferia”. El Papa nos exhorta a salir de nuestras zonas de confort (otra de las expresiones frecuentes del Papa Francisco) y a abrir nuestros corazones a los demás, especialmente a aquellos que han sido rechazados por la sociedad.
En los Evangelios, los samaritanos están claramente “en la periferia” de la sociedad judía. También lo están los leprosos y los que cometen pecados como el adulterio.
Como leemos en el Evangelio de San Mateo, “Mientras Jesús estaba a la mesa en casa [de Leví/Mateo], un buen número de cobradores de impuestos y otra gente pecadora vinieron a sentarse con Jesús y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a sus discípulos, ‘¿Cómo es que su maestro come con cobradores de impuestos y pecadores?’ Al oír esto, Jesús les dijo, ‘No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios, “Me gusta la misericordia más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores”‘ (Mt 9, 10-13).
En otras palabras, la periferia no se limita a la geografía o a la condición social, económica o estado legal, ni a nuestros puntos de vista religiosos o políticos. Cualquiera que sea diferente de nosotros está fuera de nuestra zona de confort.
Salir de nosotros mismos e ir a la periferia puede significar cualquier esfuerzo por llegar a los demás con compasión y comprensión. No significa que abandonemos nuestras creencias, principios o modo de vida. Pero sí significa que nos abrimos a los que son diferentes de nosotros y, al hacerlo, compartimos con ellos la buena noticia de que todos son amados por Dios y redimidos en Cristo.
Como católicos bautizados, tenemos la obligación de ir a los márgenes de la sociedad (donde se encuentran nuestros hermanos y hermanas pobres) y compartir la buena nueva de nuestra salvación en Jesucristo. Tomemos como ejemplo la pobreza. Todos los discípulos de Jesucristo están llamados a amar a los pobres como él lo hizo. Todas las personas de fe están invitadas a ver a los pobres, a permitir que la palabra de Dios ilumine la realidad de la pobreza y a responder con corazones transformados.
Debemos ver, y no minimizar o negar, la realidad de la pobreza entre nosotros. Debemos juzgar, y no permitir que otros decidan por nosotros, los sistemas y políticas que mantienen a los pobres “en su sitio”. Y debemos actuar, no pasar la pelota, a través de nuestra oración, nuestra defensa y nuestra generosidad. Esto es lo que significa ir a la periferia: aquí en casa y “al mundo entero”.
Un obispo tiene responsabilidades misioneras específicas. Como se señala en el Informe de Síntesis del Sínodo 2023 (ver #b debajo):
En su Iglesia, el Obispo es el primer responsable del anuncio del Evangelio y de la liturgia. Guía a la comunidad cristiana y promueve el cuidado pastoral de los pobres. Como principio visible de unidad, tiene particularmente la tarea de coordinar los diversos carismas y ministerios suscitados por el Espíritu para el anuncio del Evangelio y el bien común de la comunidad. Este ministerio es realizado en manera sinodal, cuando el gobierno se ejercita desde la corresponsabilidad; la predicación, desde la escucha del Pueblo fiel de Dios; la santificación y la celebración litúrgica, desde la humildad y desde la conversión.
La corresponsabilidad con las personas a las que servimos, la escucha atenta, la humildad y la conversión son cualidades necesarias para una labor misionera eficaz. Los obispos y todos los que buscan ser líderes corresponsables en la Iglesia deben aceptar que somos mujeres y hombres enviados en misión hasta los confines de la tierra. Debemos abandonar voluntariamente nuestras zonas de confort y buscar a los pobres y vulnerables, a los perdidos y solitarios, dondequiera que estén y sea cual sea su situación en la vida.
Al principio de su Pontificado, en su homilía en Lampedusa, una gran isla cerca de Sicilia que ha sido testigo del trágico ahogamiento de cientos de refugiados africanos que intentaban encontrar asilo en Italia, el Papa Francisco lamentó lo que llamó la anestesia del corazón. “Somos una sociedad que ha olvidado cómo llorar, cómo experimentar la compasión por [el sufrimiento con] los demás; ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!”.
Como obispo, tengo el reto de asegurarme de que nunca permito que mi propio corazón se vuelva indiferente a las necesidades espirituales, físicas, mentales o emocionales de mis hermanas y hermanos aquí en casa o lejos, en las periferias. También estoy llamado a recordar a los demás que la “anestesia del corazón” no es una virtud cristiana y que cada uno de nosotros es responsable de llevar la Palabra sanadora de Dios a todos los que sufren de alguna manera.
Por favor, únanse a mí en oración por la gracia de aceptar nuestro papel como discípulos misioneros de Jesucristo.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
Una Iglesia Sinodal en Misión: Informe de Síntesis
Una Selección del Informe de Síntesis del Sínodo 2023 Parte II: Todos Discípulos, Todos Misioneros, #12. El Obispo en la Comunión Eclesial
a) En la perspectiva del Concilio Vaticano II, los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, están al servicio de la comunión que se realiza en la Iglesia local, entre las Iglesias, y con toda la Iglesia. Se puede comprender adecuadamente la figura del Obispo en el tejido de las relaciones con la porción del pueblo de Dios a él confiada, con el presbiterio y los diáconos, con las personas consagradas, con los otros Obispos y con el obispo de Roma, en una perspectiva orientada siempre a la misión.
b) En su Iglesia, el Obispo es el primer responsable del anuncio del Evangelio y de la liturgia. Guía a la comunidad cristiana y promueve el cuidado de los pobres. Como principio visible de unidad, tiene particularmente la tarea de coordinar los diversos carismas y ministerios suscitados por el Espíritu para el anuncio del Evangelio y el bien común de la comunidad. Este ministerio es realizado en manera sinodal, cuando el gobierno se ejercita desde la corresponsabilidad; la predicación, desde la escucha del Pueblo fiel de Dios; la santificación y la celebración litúrgica, desde la humildad y desde la conversión.
c) El Obispo tiene un papel insustituible para poner en marcha y animar el proceso sinodal en la Iglesia local, promoviendo la circularidad entre “todos, algunos y uno”. El ministerio episcopal (el “uno”) valora la participación de “todos” los fieles, gracias a la aportación de “algunos” más directamente involucrados en procesos de discernimiento y de decisión (organismos de participación y de gobierno). La convicción con la que el Obispo asuma la perspectiva sinodal y el estilo con el que ejercite la autoridad influyen de manera determinante en la participación de sacerdotes y diáconos, de laicos y laicas, consagradas y consagrados. El Obispo está llamado a ser, para todos, un ejemplo de sinodalidad.
d) En los contextos en los que se percibe a la Iglesia como familia de Dios, el Obispo es considerado como el padre de todos. Pero, en las sociedades secularizadas, se experimenta una crisis de su autoridad. Es importante no perder la referencia a la naturaleza sacramental del episcopado, para no asimilar la figura del Obispo a una autoridad civil.
e) Las esperanzas respecto al Obispo, con frecuencia, son muy altas, y muchos Obispos se lamentan de una sobrecarga de compromisos administrativos y jurídicos que les hacen difícil realizar plenamente su misión. También el Obispo debe contar con su propia fragilidad y con sus limitaciones y no siempre encuentra apoyo humano o espiritual. No es rara la experiencia de una cierta soledad. Por esto, es importante, por un lado, volver a poner en el centro de atención los aspectos esenciales de la misión del Obispo y, por otro, cultivar una auténtica fraternidad entre el Obispo y su presbiterio.
Cuestiones que afrontar
f) Desde el plano teológico, hay que profundizar más sobre el significado del lazo de reciprocidad entre el Obispo y la Iglesia local. Él está llamado a guiarla y, al mismo tiempo, a reconocer y custodiar la riqueza de su historia, de su tradición y de los carismas que en ella están presentes.
g) Hay que profundizar en la relación entre sacramento del Orden y jurisdicción, a la luz del magisterio conciliar de Lumen Gentium y de las enseñanzas más recientes, como la Constitución apostólica Praedicate Evangelium, para precisar los criterios teológicos y canónicos que están en la base del principio de compartir las responsabilidades del Obispo y determinados ámbitos, formas e implicaciones de la corresponsabilidad.
h) Algunos Obispos sienten disgusto cuando se les pide intervenir sobre cuestiones de fe y de moral sobra las que en el episcopado no hay pleno acuerdo. Es necesario reflexionar más sobre la relación entre colegialidad episcopal y diversidad de visiones teológicas y pastorales.
i) Una cultura de la transparencia y el respeto a los procedimientos previstos para la tutela de los menores y de las personas vulnerables son parte integrante de una Iglesia sinodal. Es necesario, además, desarrollar estructuras dedicadas a la prevención de los abusos. La cuestión delicada de la gestión de los abusos sitúa a muchos Obispos en la dificultad de conciliar el papel de padre con el de juez. Se pide evaluar la oportunidad de confiar la tarea judicial a otra instancia, que habría que precisar canónicamente.
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
(Una selección de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), Capítulo Tres, “El Anuncio del Evangelio”)
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento
169. En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez obsesionada por los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro, cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos – sacerdotes, religiosos y laicos – en este “arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.
170. Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen libres cuando caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería contraproducente si se convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las personas en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.
171. Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida. Pero siempre con la paciencia de quien sabe aquello que enseñaba santo Tomás de Aquino: que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no ejercitar bien alguna de las virtudes “a causa de algunas inclinaciones contrarias” que persisten.[133] Es decir, la organicidad de las virtudes se da siempre y necesariamente “in habitu”, aunque los condicionamientos puedan dificultar las operaciones de esos hábitos virtuosos. De ahí que haga falta “una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio”.[134] Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: “El tiempo es el mensajero de Dios”.
172. El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer.
173. El auténtico acompañamiento espiritual siempre se inicia y se lleva adelante en el ámbito del servicio a la misión evangelizadora. La relación de Pablo con Timoteo y Tito es ejemplo de este acompañamiento y formación en medio de la acción apostólica. Al mismo tiempo que les confía la misión de quedarse en cada ciudad para “terminar de organizarlo todo” (Tt 1,5; cf. 1 Tm 1,3-5), les da criterios para la vida personal y para la acción pastoral. Esto se distingue claramente de todo tipo de acompañamiento intimista, de autorrealización aislada. Los discípulos misioneros acompañan a los discípulos misioneros.
Mi Oración para Ustedes
Únanse a mí por favor para orar con el Papa Francisco:
Virgen de la escucha y la contemplación,
Madre del amor, Esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino de Dios.
Amén.