Del Cardenal: Anhelo de una política de compasión y amor| 22 de noviembre 2024

Haga clic a un botón para ver la sección

Vol. 6. No. 6

Necesitamos que todas las acciones se pongan bajo el “dominio político” del corazón, que la agresividad y los deseos obsesivos se aquieten en el bien mayor que el corazón les ofrece y en la fortaleza que tiene contra los males. (“Dilexit Nos” No 13).

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

Recién concluimos otra difícil temporada electoral, que ha amenazado con dividirnos como nación en lugar de unirnos. Ahora bien, el llamamiento es a la unidad entre nosotros, y con razón, pero si realmente queremos curar heridas y unir a personas, familias y comunidades que con demasiada frecuencia se oponen amargamente entre sí, debemos tomarnos el tiempo necesario para reflexionar sobre lo que nuestra unidad exige de nosotros. También debemos ser conscientes de las cosas que nos dividen.

Para los cristianos, la fuente de nuestra unidad es Cristo. Estamos llamados a ser uno con Él, miembros de su cuerpo y hermanos entre nosotros. Como Jesús está unido a su Padre, nosotros estamos llamados a estar unidos a él. Esta unidad está sellada por el Espíritu Santo, y está poderosamente simbolizada por la experiencia de Pentecostés, en la que personas de muchas razas y culturas diferentes que hablaban diversas lenguas escucharon la proclamación del Evangelio (la “buena nueva” de nuestra salvación en Cristo) como si lo hicieran en su propia lengua materna.

Este gran milagro de unidad con el que comienza la historia de la Iglesia en los Hechos de los Apóstoles es a la vez el fundamento y la meta para nosotros. Somos uno en Cristo y, sin embargo, debemos cooperar con el Espíritu Santo para resistir a las fuerzas de la división y construir una auténtica comunión entre nosotros.

Como ciudadanos fieles, la fuente de nuestra unidad es la Constitución de los Estados Unidos de América. Este documento histórico simboliza las esperanzas y los sueños, los principios filosóficos y los sacrificios heroicos, que se han unido durante los últimos 200 años para enmarcar nuestra nación como un faro de esperanza y una promesa de libertad y justicia para todos. Somos un pueblo libre y, sin embargo, luchamos constantemente para resistir las influencias divisorias que nos empujan hacia bandos opuestos. Para construir una Unión más perfecta, debemos unirnos, escucharnos unos a otros y trabajar juntos en armonía como compatriotas. También debemos aprender a acoger y respetar a quienes son nuevos en nuestro país y a quienes ven las cosas de forma distinta a la nuestra. 

Los retos de mantener y reforzar nuestra unidad son complejos y poderosos. La solución es sencilla, pero no fácil. El amor es la respuesta. No el amor romántico o sentimental o erótico, sino el tipo de amor que busca verdaderamente el bien del otro y que sitúa el bien común de todos por encima del interés propio de unos pocos.

Como nos dice el Papa Francisco en su nueva encíclica, Dilexit Nos (Nos amó). “En definitiva, si el amor reina en nuestro corazón, una persona alcanza su identidad de modo pleno y luminoso, porque cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor (No 21).” Para lograrlo, dice el Papa, “todas nuestras acciones deben someterse al ‘dominio político’ del corazón”. Este es un concepto extraño para la mayoría de nosotros. En el mejor de los casos, pensamos en la política como el arte pragmático de lo posible. En el peor, vemos la política como una forma de manipulación por parte de individuos o grupos que buscan el poder, la influencia y el beneficio económico para sí mismos a costa de los demás.

Un dominio político del corazón es un concepto radicalmente distinto. Está arraigado, por supuesto, en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que define el liderazgo como servicio y cuya compasión y amor se extienden a todos, independientemente de su condición política, económica o social. “Todo ser humano ha sido creado, ante todo, para el amor”, insiste el Santo Padre. Cualquier política que disminuya el valor de los seres humanos—nacidos o no nacidos, nativos o emigrantes, ricos o pobres—es incapaz de unir a las personas. Y, como advierte el Papa, “anti-corazón es una sociedad cada vez más dominada por el narcisismo y la autorreferencia”. 

Corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad sin corazón, que sólo se preocupa por los intereses particulares de unos pocos en contra del bien común. Como dice el Papa Francisco:

Vemos, pues, que en el corazón de cada persona existe una misteriosa conexión entre el conocimiento de uno mismo y la apertura a los demás, entre el encuentro con la propia singularidad personal y la voluntad de entregarse a los demás. Sólo llegamos a ser nosotros mismos en la medida en que adquirimos la capacidad de reconocer a los demás, mientras que sólo aquellos que pueden reconocerse y aceptarse a sí mismos son entonces capaces de encontrarse con los demás.

Para reconocer y aceptar tanto nuestras diferencias como la dignidad humana que Dios nos ha dado y que nos convierte en “una nación indivisible, con libertad y justicia para todos”, debemos rechazar el impulso, demasiado frecuente, de demonizar a quienes son diferentes de nosotros o no están de acuerdo con nosotros. Sólo si reconocemos lo que tenemos en común y nos respetamos como hijas e hijos de un mismo Padre, podremos esperar encontrar a Cristo en y a través de los demás.

Lo que anhelamos como nación dividida es una política de compasión y amor. No una política que nos separe, sino una que pueda curar heridas y construir relaciones duraderas de confianza y colaboración entre nosotros. En los años siguientes a las últimas elecciones, tenemos mucho trabajo por delante. Podemos optar por el camino fácil—mantener el statu quo, culpar a otros de nuestros fracasos y demonizar a nuestros enemigos. O podemos tomar el camino más difícil, el del respeto mutuo y la abnegación por el bien común.

Recomiendo una lectura atenta de Dilexit Nos a todos los que deseen curar las heridas de nuestra nación y construir una forma más compasiva de gobernar a nivel local, estatal y nacional. Que las palabras del Papa, que brotan del santo corazón de Jesús, nos inspiren para encontrar formas de hacer de la justicia, la bondad y la paz la norma de todo discurso político.

Mientras celebramos la gran fiesta nacional de Acción de Gracias la próxima semana, oremos para que se nos conceda la gracia de establecer “un dominio político del corazón” en nuestra nación, de modo que no nos rija el interés propio, sino las emociones que brotan del corazón por el bien común de todos.

Que tengan un Día de Acción de Gracias lleno de bendiciones y alegría.

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección de la Encíclica Dilexit Nos (Nos Amó))

VOLVER AL CORAZON

9. En este mundo “líquido” es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones. Pero nos movemos en sociedades de consumidores seriales que viven al día y dominados por los ritmos y ruidos de la tecnología, sin mucha paciencia para hacer los procesos que la interioridad requiere. En la sociedad actual el ser humano “corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo”. “El hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva”. Falta corazón.

10. Ahora bien, el problema de la sociedad líquida es actual, pero la desvalorización del centro íntimo del hombre —el corazón— viene de más lejos. Lo encontramos ya en el racionalismo griego y precristiano, en el idealismo post-cristiano o en el materialismo en sus diversas formas. El corazón ha tenido poco lugar en la antropología y al gran pensamiento filosófico le resulta una noción extraña. Se han preferido otros conceptos como el de razón, voluntad o libertad. Su significado es impreciso y no se le concedió un lugar específico en la vida humana. Quizás porque no era fácil colocarlo entre las ideas “claras y distintas” o por la dificultad que supone el conocimiento de uno mismo, pareciera que lo más íntimo es también lo más lejano a nuestro conocimiento. Tal vez porque el encuentro con el otro no se consolida como camino para encontrarse a sí mismo, ya que el pensamiento vuelve a desembocar en un individualismo enfermizo. Muchos se sintieron seguros en el ámbito más controlable de la inteligencia y de la voluntad para construir sus sistemas de pensamiento. Por no encontrarle lugar al corazón mismo, distinto de las potencias y pasiones humanas consideradas aisladamente unas de otras, tampoco se desarrolló ampliamente la idea de un centro personal donde lo único que puede unificar todo es, en definitiva, el amor.

11. Si el corazón está devaluado también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón, madurar y cuidar el corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía. Y nos perdemos la historia y nuestras historias, porque la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón. Al final de la vida contará sólo eso.

12. Hay que afirmar que tenemos corazón, que nuestro corazón coexiste con los otros corazones que le ayudan a ser un “tú”. Como no podemos desarrollar ampliamente este tema, nos valdremos de un personaje de novela, Nikolail Stavroguin de Dostoievski. Romano Guardini lo muestra como la encarnación misma del mal, porque su característica principal es no tener corazón: “Stavroguin, no tiene corazón y, por tanto, su espíritu es algo frío y sin contenido y su cuerpo se envenena en la inercia y en la sensualidad bestial. De esta suerte no puede llegar hasta los demás hombres y ninguno de ellos puede llegar verdaderamente a él porque, en efecto, es el corazón el que crea las posibilidades de encuentro. Por el corazón estoy yo al lado del otro y otro está cerca de mí. Sólo el corazón puede acoger y dar un hogar. La intimidad es el acto, la esfera del corazón. Stavroguin es una persona distanciada, está muy lejos incluso de sí mismo, pues lo íntimo del hombre está en el corazón y no en el espíritu. Que la interioridad resida en el espíritu no es propio de lo humano. Mas cuando el corazón no vive, el hombre está no en sí mismo sino junto a sí mismo”.

13. Necesitamos que todas las acciones se pongan bajo el “dominio político” del corazón, que la agresividad y los deseos obsesivos se aquieten en el bien mayor que el corazón les ofrece y en la fortaleza que tiene contra los males; que la inteligencia y la voluntad se pongan también a su servicio sintiendo y gustando las verdades más que queriendo dominarlas como suelen hacer algunas ciencias; que la voluntad desee el bien mayor que el corazón conoce, y que también la imaginación y los sentimientos se dejen moderar por el latido del corazón.

14. Se podría decir que, en último término, yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas. El algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más “estándar” de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón.

15. Se trata de una palabra importante para la filosofía y la teología, que buscan alcanzar una síntesis integradora. De hecho, la palabra “corazón” no puede ser agotada por la biología, por la psicología, por la antropología o por cualquier ciencia. Es una de esas palabras originarias “que significan realidades que competen al hombre precisamente en cuanto totalidad (en cuanto persona corpóreo-espiritual)”. Entonces no es más realista el biólogo cuando habla sobre el corazón, porque sólo ve una parte, y la totalidad no es menos real, sino que lo es aún más. Tampoco un lenguaje abstracto podría tener el mismo significado concreto y simultáneamente integrador. Si bien “corazón” nos lleva al centro íntimo de nuestra persona, también nos permite reconocernos en nuestra integridad y no sólo en algún aspecto aislado.

16. Esta fuerza única del corazón nos ayuda a entender por qué se dice que cuando se capta alguna realidad con el corazón se la puede conocer mejor y más plenamente. Esto inevitablemente nos lleva al amor del que es capaz ese corazón, ya que “lo más íntimo de la realidad es amor”. Para Heidegger, según la interpretación que hace de él un pensador actual, la filosofía no comienza con un concepto puro o una certeza sino con una conmoción: “El pensar tiene que haber sido conmovido antes de trabajar con conceptos o mientras trabaja con ellos. Sin una emoción profunda el pensar no puede comenzar. La primera imagen mental sería la piel de gallina. Lo primero que hace pensar y preguntar es la emoción profunda. La filosofía siempre sucede en un estado de ánimo fundamental (Stimmung)”. Y aquí aparece el corazón, que “alberga los estados de ánimo, trabaja como ‘un custodio del estado de ánimo’. El ‘corazón’ oye de una manera no metafórica ‘la silenciosa voz’ del ser, dejándose templar y determinar (armonizar y unificar) por ella”.


Mi Oración para Ustedes


Únanse a mí por favor contemplando estas palabras finales de la encíclica “Dilexit Nos” (Nos Amó) del Papa Francisco:

Pido al Señor Jesucristo que de su Sagrado Corazón broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto. Bendito sea por siempre.