Del Cardenal: Buscando alegría y guía del Espíritu Santo | 17 de mayo 2024

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Vol. 5. No. 17

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

La Pascua es el tiempo de la esperanza.

Como nos asegura la Carta a los Hebreos, “Tenemos [la esperanza] como un ancla segura y firme del alma” (Heb 6,19). Estamos verdaderamente anclados a pesar de las tormentas que nos acechan cada día. Para los cristianos, las dificultades de la vida no se eliminan. Se soportan con confianza y se transforman con la esperanza gozosa de Cristo resucitado.

Sabemos que necesitamos la ayuda de la gracia de Dios para afrontar el dolor y el cansancio de la vida cotidiana. Sabemos que necesitamos los siete dones del Espíritu (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor del Señor) para sostenernos en el camino de la vida.

Eso fue realmente cierto para los primeros discípulos de Jesús. Muchos de ellos se enfrentaron a una dura persecución y a la muerte mientras cumplían el gran encargo del Señor de ir por todo el mundo como misioneros, predicar el Evangelio y curar a los enfermos en su nombre. Experimentaron sufrimientos y decepciones sin fin, pero sirvieron al Señor con alegría porque estaban investidos de los dones del Espíritu Santo y ardían en el fuego del amor de Dios.

En cada generación, toda la Iglesia recibe dones del Espíritu Santo. Los llamamos “carismas”, de una palabra griega que significa “favor” o “don concedido gratuitamente”. Los carismas dados a la Iglesia por el Espíritu Santo reflejan la riqueza y diversidad de la vida cristiana. Nos ayudan a experimentar la vida en Cristo de diversas maneras y en distintas circunstancias.

Como se señala en el Informe de Síntesis del Sínodo 2023: Una Iglesia Sinodal en Misión (véase más abajo), “La Iglesia siempre ha experimentado el don de los carismas, desde los más extraordinarios hasta los más sencillos. A través de ellos, el Espíritu Santo rejuvenece y renueva la Iglesia con alegría y gratitud…. La dimensión carismática de la Iglesia tiene una manifestación particular en la vida consagrada, con la riqueza y variedad de sus formas. Su testimonio ha contribuido en todo tiempo a renovar la vida de la comunidad eclesial, revelándose como un antídoto respecto a la frecuente tentación de la mundanidad”.

Tengo la bendición de ser miembro de la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas). Fundada por San Alfonso de Ligorio en Scala, Italia, en 1732, somos una comunidad de misioneros dedicados a atender a las personas pobres y vulnerables en más de 100 países de todo el mundo. Nuestro carisma (o don gratuito del Espíritu Santo) puede discernirse en la vida y las enseñanzas de Alfonso, nuestro fundador, y en el modo en que los sacerdotes y hermanos redentoristas han respondido a las necesidades y circunstancias cambiantes de las personas a las que hemos servido durante los últimos casi 300 años. Cuando los Redentoristas estamos en nuestro mejor momento, ese don del Espíritu Santo nos lleva a dar testimonio de Jesús en lugares donde la Iglesia no puede o no quiere ir.

Hay muchos Institutos Religiosos diferentes, a veces llamados Órdenes, Sociedades, Congregaciones, que incluyen a mujeres y hombres que viven diferentes estilos de vida consagrada siguiendo el ejemplo de sus fundadores (Benito y Escolástica de Nursia, Francisco y Clara de Asís, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Vicente de Paúl, Angela Merici, Theodore James Ryken, Anne Thérèse Guérin (Madre Teodora), Anjezë Gonxhe Bojaxhiu (Teresa de Calcuta), y muchos más). Como observa el Informe de Síntesis:

Las diversas familias que componen la vida religiosa demuestran la belleza del discipulado y la santidad en Cristo, ya sea en sus formas distintivas de oración, su servicio entre la gente, o a través de formas de vida comunitaria, la soledad de la vida contemplativa o en la frontera de nuevas culturas.

El testimonio de estas diferentes formas de vida consagrada nos enseña que el Evangelio puede vivirse de diferentes maneras, basándose en los Consejos Evangélicos de Pobreza, Castidad y Obediencia. “Como un mosaico o un cubrecama, que requiere muchas piezas diversas para crear una imagen hermosa y unificada”, escribe la Hermana Annie Klapheke, una Hermana de la Caridad contemporánea, “así la Iglesia necesita muchas maneras de expresar el Evangelio.”

Cuando llegan días oscuros—en nuestras vidas personales y en nuestra vida común como Iglesia compuesta por muchos y diversos seguidores de Jesucristo— exclamamos: ¡Ven Espíritu Santo, renueva la faz de la tierra! Anhelamos la alegría que nunca termina. Como nos dice el Papa Francisco, esta alegría está a nuestro alcance si somos capaces de salir de nuestra comodidad y convertirnos en discípulos misioneros que nos entregamos de todo corazón al anuncio de la Buena Nueva. No todos están llamados a vivir como religiosos, pero todos están llamados a vivir como discípulos misioneros. Todos. El Espíritu Santo nos da todos los dones que necesitamos para proclamar el Evangelio con nuestras palabras y nuestra forma de vivir.

Así pues, oremos: Espíritu Santo de Dios, ven, derrama tu rocío sobre nuestra sequedad. Derrite nuestros corazones helados y guíanos cuando nos extraviemos. Danos una alegría sin fin. Amén. ¡Aleluya!

¡Feliz domingo de Pentecostés!

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Imagen de USCCB

Una Iglesia Sinodal en Misión: Informe de Síntesis

(Una Selección del Informe de Síntesis 2023, Parte II: Todos Discípulos, Todos Misioneros #10 “La Vida Consagrada y los Movimientos Laicales: Un Signo Carismático.”)

a) La Iglesia siempre ha experimentado el don de los carismas, gracias a los cuales el Espíritu Santo la hace rejuvenecer y la renueva, desde los más extraordinarios a los más sencillos y ampliamente difundidos. Con alegría y gratitud, el Santo Pueblo de Dios reconoce en ellos la ayuda providencial con la que Dios mismo lo sostiene, orienta e ilumina Su misión.

b) La dimensión carismática de la Iglesia tiene una manifestación particular en la vida consagrada, con la riqueza y variedad de sus formas. Su testimonio ha contribuido en todo tiempo a renovar la vida de la comunidad eclesial, revelándose como un antídoto respecto a la frecuente tentación de la mundanidad. Las diferentes familias religiosas muestran la belleza del discipulado y la santidad en Cristo, ya sea en sus formas distintivas de oración, su servicio entre el pueblo, o a través de formas de vida comunitaria, la soledad contemplativa o en la frontera de los desafíos culturales. Aquellos en la vida consagrada, a menudo han sido los primeros en intuir los cambios de la historia y acoger las llamadas del Espíritu. También hoy la Iglesia necesita su voz profética y acción. La comunidad cristiana también reconoce y desea estar atenta a las prácticas de vida sinodal y de discernimiento que han sido tratadas y probadas en comunidades de vida consagrada que han madurado durante siglos. También de ellas podemos aprender la sabiduría de caminar juntos. Muchas Congregaciones e Institutos practican también la conversación en el Espíritu o formas similares de discernimiento en el desarrollo de los capítulos provinciales y generales, para renovar estructuras, repensar los estilos de vida, poner en marcha formas nuevas de servicio y de cercanía a los pobres. En otros casos, se encuentra, sin embargo, la persistencia de un estilo autoritario, que no deja espacio al diálogo fraterno.

c) Con la misma gratitud, el Pueblo de Dios reconoce los fermentos de renovación presentes en comunidades que tienen una larga historia y en el florecimiento de nuevas experiencias de movimientos eclesiales. Asociaciones laicales, movimientos eclesiales y nuevas comunidades son un signo precioso de la maduración de la corresponsabilidad de todos los bautizados. Su valor consiste en la promoción de la comunión entre las diferentes vocaciones, en el impulso con el que anuncian el Evangelio, en la proximidad a quienes viven una marginalidad económica o social, y en el compromiso por la promoción del bien común. Son con frecuencia modelos de comunión sinodal y de participación en vistas a la misión.


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección de la homilía pronunciada por el Papa Francisco en la Solemnidad de Pentecostés, el 28 de mayo de 2023)

La Palabra de Dios hoy nos muestra al Espíritu Santo en acción. Lo vemos actuar en tres momentos: en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en nuestros corazones.

Primero, en el mundo que ha creado, en la creación. Desde el principio, el Espíritu Santo está en acción…. Él, en efecto, es Creator Spiritus (cf. S. Agustín, In Ps. XXXII,2,2), Espiritu Creador: así lo invoca la Iglesia desde hace siglos. Pero, podemos preguntarnos, ¿qué hace el Espíritu en la creación del mundo? Si todo proviene del Padre, si todo fue creado por medio del Hijo, ¿cuál es el papel específico del Espíritu? Un gran Padre de la Iglesia, san Basilio, escribió: “Si se intenta sustraer al Espíritu de la creación, todas las cosas se mezclan y la vida surge sin ley, sin orden” (De Sancto Spiritu, XVI, 38). Esta es la función del Espíritu: es Aquel que, al principio y en todo tiempo, hace pasar las realidades creadas del desorden al orden, de la dispersión a la cohesión, de la confusión a la armonía.

Hoy en el mundo hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos “conectados” y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad. Muchas guerras, muchos conflictos; ¡parece increíble el mal que el hombre puede llegar a realizar! Pero, en realidad, lo que alimenta nuestras hostilidades es el espíritu de la división, el diablo, cuyo nombre significa precisamente “el que divide”. Sí, el que precede y excede nuestro mal, nuestra desunión, es el espíritu maligno, el “seductor del mundo entero” (Ap 12,9). Él goza con los antagonismos, con las injusticias, con las calumnias; son su alegría. Y, frente al mal de la discordia, nuestros esfuerzos por construir la armonía no son suficientes. He aquí entonces que el Señor, en el culmen de su Pascua, en el culmen de la salvación, derramó sobre el mundo creado su Espíritu bueno, el Espíritu Santo, que se opone al espíritu de división porque es armonía; Espíritu de unidad que trae la paz. ¡Pidámosle que venga cada día a nuestro mundo, a nuestra vida y esté delante de cualquier tipo de división!   

Segundo, además de estar presente en la creación, lo vemos actuando en la Iglesia, desde el día de Pentecostés. Pero notemos que el Espíritu no dio comienzo a la Iglesia impartiendo instrucciones y normas a la comunidad, sino descendiendo sobre cada uno de los apóstoles; cada uno recibió gracias particulares y carismas diferentes. Toda esta pluralidad de dones distintos podría generar confusión, pero al Espíritu —como en la creación— le gusta crear armonía partiendo precisamente de la pluralidad…. Por tanto, no creó una lengua igual para todos, no eliminó las diferencias, las culturas, sino que armonizó todo sin homologar, sin uniformar. Y esto nos debe hacer pensar en este momento, en el que la tentación del “retroceso” busca homologar todo en disciplinas únicamente de apariencia, sin sustancia. Detengámonos en este aspecto: el Espíritu no comienza por un proyecto estructurado como hacemos nosotros, que a menudo nos perdemos después en nuestros programas; no, Él empieza repartiendo dones gratuitos y sobreabundantes. En efecto, como subraya la Escritura, en Pentecostés “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,4). Todos llenos, así empieza la vida de la Iglesia; no por un plan preciso y articulado, sino por la experiencia del mismo amor de Dios. De este modo, el Espíritu crea armonía, nos invita a dejar que su amor y sus dones, que están presentes en los demás, nos sorprendan….

Y el Sínodo que se está realizando es —y debe ser— un camino según el Espíritu; no un parlamento para reclamar derechos y necesidades de acuerdo a la agenda del mundo, no la ocasión para ir donde nos lleva el viento, sino la oportunidad para ser dóciles al soplo del Espíritu…. Volvamos a poner al Espíritu Santo en el centro de la Iglesia, de lo contrario nuestro corazón no será inflamado de amor por Jesús, sino por nosotros mismos. Pongamos al Espíritu en el principio y en el centro de los trabajos sinodales. Porque es “a Él, sobre todo, a quien necesita hoy la Iglesia. Digámosle cada día: ¡Ven!” (cf. ID., Audiencia General, 29 de noviembre de 1972). Y caminemos juntos, porque al Espíritu, como en Pentecostés, le gusta descender mientras “están todos reunidos” (cf. Hch 2,1). Sí, para mostrarse al mundo Él escogió el momento y el lugar en el que estaban todos juntos. Por lo tanto, el Pueblo de Dios, para ser colmado del Espíritu, debe caminar unido, “hacer sínodo”. Así se renueva la armonía en la Iglesia: caminando juntos con el Espíritu al centro. ¡Hermanos y hermanas, construyamos armonía en la Iglesia!

Por último, el Espíritu crea armonía en nuestros corazones. Lo vemos en el Evangelio, cuando Jesús, la tarde de Pascua, sopló sobre sus discípulos y dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Lo da con un fin específico: para perdonar los pecados, es decir, para reconciliar los ánimos, para armonizar los corazones lacerados por el mal, rotos por las heridas, disgregados por los sentimientos de culpa. Sólo el Espíritu devuelve la armonía al corazón porque es Aquel que crea la “intimidad con Dios” (S. Basilio, De Spiritu Sancto, XIX,49). Si queremos armonía busquémoslo a Él, no a los sucedáneos mundanos. Invoquemos al Espíritu Santo cada día, comencemos rezándole cada día, ¡seamos dóciles a Él!

Y hoy, en su fiesta, preguntémonos: ¿soy dócil a la armonía del Espíritu o sigo mis proyectos, mis ideas, sin dejarme modelar, sin dejarme transformar por Él? ¿Mi modo de vivir la fe es dócil al Espíritu? ¿O es necio, adherido de modo necio a la letra, a las así llamadas doctrinas que sólo son expresiones frías de la vida?  ¿Me apresuro a juzgar, señalo con el dedo y le cierro la puerta en la cara a los demás, considerándome víctima de todo y de todos? O, por el contrario, ¿acojo su poder creador armonioso, acojo la “gracia del conjunto” que Él inspira, su perdón que da paz, y a mi vez perdono? El perdón significa hacer espacio para que venga el Espíritu. ¿Promuevo reconciliación y creo comunión, o estoy siempre buscando, husmeando dónde hay dificultades para criticar, para dividir, para destruir? ¿Perdono, promuevo reconciliación, creo comunión? Si el mundo está dividido, si la Iglesia se polariza, si el corazón se fragmenta, no perdamos tiempo criticando a los demás y enojándonos con nosotros mismos, sino invoquemos al Espíritu.  Él es capaz de solucionar estas cosas.


Mi Oración para Ustedes

Únanse a mí por favor, en esta oración de Pentecostés del Papa Francisco:

Espíritu Santo, Espíritu de Jesús y del Padre, fuente inagotable de armonía, te encomendamos el mundo, te consagramos la Iglesia y nuestros corazones. Ven, Espíritu creador, armonía de la humanidad, renueva la faz de la tierra. Ven, Don de dones, armonía de la Iglesia, únenos a Ti. Ven, Espíritu del perdón, armonía del corazón, transfórmanos como Tú sabes, por intercesión de María.