Cardenal Tobin: La Trinidad es el misterio central de la vida y la fe cristianas
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Vol. 6. No. 19
Creemos firmemente y confesamos que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una sola esencia, substancia o naturaleza absolutamente simple. (Catecismo de la Iglesia Católica, #202)
Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo:
Los cristianos somos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Esta es una antigua fórmula del credo bautismal. Afirma que la Santísima Trinidad, un Dios en tres personas, es el misterio central de la vida y la fe cristianas. El bautismo nos sumerge en el misterio de la vida interior de Dios; nos marca indeleblemente con lo que San Agustín llamaba “el sello del Señor”, un signo permanente de que pertenecemos sólo a Dios como hijos del Padre, miembros del cuerpo de Cristo y templos del Espíritu Santo.
Cuando pensamos en la Santísima Trinidad, no debemos centrarnos en fórmulas doctrinales abstractas. Por el contrario, debemos tratar de comprender mejor, y compartir con los demás, la sencilla verdad que constituye nuestra fe bautismal: Dios es Amor, y Él nos comunica este simple pero profundo Amor a través de su auto-revelación como Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres personas, ciertamente, pero una sola esencia, sustancia o naturaleza (cf. CIC #202 citado anteriormente).
Con demasiada frecuencia, la discusión sobre la Trinidad adquiere la apariencia de una oscura teologización. Se trata de un grave error. El misterio de la vida interior de Dios es algo dinámico, poderoso y vivificante (literalmente). El Dios que es Amor se comparte generosamente tanto dentro de su naturaleza divina como en su relación con toda la creación. La vida interior de Dios, la relación que existe entre las tres personas de la Santísima Trinidad, fluye hacia el exterior con gran fuerza creadora. El resultado es la vida misma, y los grandes milagros de la creación, la redención y la santificación que los cristianos profesamos en el credo proceden todos de la Santísima Trinidad, como dones de la gracia de Dios destinados a unirnos a Él para siempre.
Cuando aceptamos a Dios como nuestro Padre amoroso, nos abrimos al don de su infinita misericordia y perdón. A nadie se le niega el Amor de Dios, independientemente de los pecados que haya cometido. Todos estamos invitados a arrepentirnos, a buscar la misericordia de Dios y a vivir libremente sin pecado, como hijas e hijos de nuestro Padre celestial.
Cuando nos encontramos con Jesús y lo aceptamos como nuestro Redentor, nos convertimos en hermanos y hermanas para Él y entre nosotros. Todas las cosas que nos dividen quedan a un lado cuando reconocemos con San Pablo que “no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28). Como atestigua el lema del Papa León XIV, in illo uno unam (En el único Cristo somos uno).
Cuando recibimos el Espíritu Santo—especialmente en el bautismo, en la confirmación y en las Órdenes Sagradas—la misión de Cristo y de su Iglesia se convierte en nuestra misión. Nos convertimos en discípulos misioneros y evangelizadores llenos del Espíritu, que tienen el valor de proclamar la alegría del Evangelio a los que están más cerca de nosotros y a los que están lejos.
Los cristianos somos bautizados en el misterio de la vida interior de Dios, la Santísima Trinidad. Somos sumergidos en el océano de Amor incondicional que es Quien es Dios, y a través del bautismo y de todos los sacramentos de la Iglesia, somos invitados a participar en el Amor de Dios y a compartir generosamente Su Amor con los demás.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “las obras de Dios revelan quién es Él en Sí mismo”. Del mismo modo, “el misterio del ser íntimo de Dios ilumina nuestra comprensión de todas Sus obras” (cf. CIC, #236). Esto significa que existe una conexión importante entre lo que podemos ver con nuestros propios ojos (las maravillosas obras de la creación) y lo que sólo puede verse con los ojos de la fe (el misterio que está en el centro de todo lo que existe). Como afirma el Papa León, por la gracia de Dios, podemos ver que hay más en la vida de lo que la ciencia y la razón humana por sí solas pueden revelarnos.
Esta es la fuente de nuestra esperanza y, en última instancia, de nuestra alegría. No estamos atados por los límites de la realidad material ni por nuestros propios pecados ni por los pecados del mundo. Un Dios amoroso—Padre, Hijo y Espíritu Santo—nos ha tendido la mano, nos ha abrazado y se ha alegrado por nosotros. Nos ha acogido en Su círculo íntimo, en el misterio de Su ser más íntimo. Nos ha liberado y adoptado como hijos e hijas, como miembros de Su cuerpo y templos de Su espíritu.
¡Qué don es la Santísima Trinidad! ¡Que seamos verdaderamente administradores agradecidos, responsables y generosos de este misterio divino!
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark

8 de junio de 2025
Queridas hermanas y hermanos en Cristo,
La paz de Cristo, nuestro Redentor, esté con ustedes.
Les escribo hoy como testigo de su profunda fe, de su amor por la Iglesia y de la vibrante diversidad que convierte a nuestra Arquidiócesis en un signo de esperanza.
Sin embargo, las realidades que enfrentamos como Iglesia católica en la Arquidiócesis de Newark son tanto urgentes como innegables: la membresía parroquial, la asistencia a Misa y la participación en los sacramentos han disminuido. El número de sacerdotes disponibles para servir como párrocos también está disminuyendo. Aun así, la población de nuestra región continúa creciendo, ofreciendo un terreno nuevo y fértil para la evangelización.
Creo que el Espíritu Santo nos está invitando a algo nuevo.
Hoy anuncio una iniciativa arquidiocesana llamada Somos Sus Testigos. Esto no es simplemente otro programa. Es un camino de renovación—uno que nos pide a cada uno discernir, con valentía, humildad y fe, hacia dónde Dios nos está guiando.
Juntos, reflexionaremos sobre tres preguntas esenciales:
1. ¿Dónde estamos ahora?
2. ¿A dónde nos llama Dios?
3. ¿Cómo llegaremos allí juntos?
Este esfuerzo se centrará en cómo evangelizamos, cómo nos cuidamos mutuamente en nuestras parroquias y cómo aseguramos que nuestras parroquias sean fuertes y sostenibles para el futuro. Este proceso requiere una evaluación honesta de nuestras prácticas y estructuras actuales. Algunos ministerios serán renovados; algunas configuraciones parroquiales podrían cambiar. Con el tiempo, serán necesarias algunas fusiones o cierres. Estas conversaciones y decisiones no siempre serán fáciles, pero como miembros de un solo cuerpo—la Iglesia—nos apoyaremos mutuamente a lo largo de este camino.
Para guiar este esfuerzo, he pedido al Obispo Michael Saporito y a una Comisión Arquidiocesana de Planificación que colaboren con los párrocos y líderes parroquiales en nuestros cuatro condados. Pero el éxito de esta iniciativa depende de cada uno de nosotros. Quiero escucharlos.
Ya hemos comenzado a escuchar a través de una encuesta llamada el Índice de Creadores de Discípulos, y continuaremos escuchando en los próximos meses.
Los invito a ser parte de este camino. Visiten SomosSusTestigos.org, para obtener más información. Allí encontrarán un breve mensaje en video de mi parte y actualizaciones sobre nuestro progreso.
Mis amigos, no estamos solos. Somos Sus testigos—llamados a proclamar la alegría del Evangelio en un mundo que la necesita más que nunca. Les pido que se unan a mí en esta labor sagrada. Caminemos juntos con fe, guiados por el Espíritu y unidos en la esperanza.
Que Dios los bendiga a ustedes y a sus seres queridos.
Sinceramente en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark

Un mensaje de Papa León XIV: En el Cristo único, somos uno
El Evangelio que acabamos de proclamar nos muestra a Jesús que, en la Última Cena, ora por nosotros (cf. Jn 17,20). El Verbo de Dios hecho hombre, ya cercano al final de su vida terrena, piensa en nosotros, sus hermanos, y se convierte en bendición, súplica y alabanza al Padre, con la fuerza del Espíritu Santo. También nosotros, al entrar con asombro y confianza dentro de la oración de Jesús, nos vemos envueltos, por su amor, en un gran proyecto que abarca a toda la humanidad.
Cristo pide, en efecto, que todos seamos “una sola cosa” (cf. v. 21). Este es el mayor bien que se puede desear, porque esta unión universal realiza entre las criaturas la comunión eterna de amor que es Dios mismo: el Padre que da la vida, el Hijo que la recibe y el Espíritu que la comparte.
El Señor quiere que, para unirnos, no nos agreguemos a una masa indistinta como un bloque anónimo, sino que seamos uno: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (v. 21). La unidad por la que Jesús ora es, por tanto, una comunión fundada en el mismo amor con que Dios ama, de donde provienen la vida y la salvación. Y como tal, es ante todo un don que Jesús trae consigo. Es, desde su corazón humano, que el Hijo de Dios se dirige al Padre diciendo: “Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste” (Jn 17,23).
Escuchamos con conmoción estas palabras: Jesús nos está revelando que Dios nos ama como se ama a sí mismo. El Padre no nos ama menos que a su Hijo unigénito, o sea de manera infinita. Dios no ama menos, porque ama antes de nada, ¡ama antes que nadie! Así lo atestigua Cristo cuando dice al Padre: “Ya me amabas antes de la creación del mundo” (v. 24). Y es así: en su misericordia, Dios desde siempre quiere acoger a todos los hombres en su abrazo; y es su vida, la que se nos entrega por medio de Cristo, la que nos hace uno, la que nos une entre nosotros.
(Una selección de la homilía del Papa León XIV para el Séptimo Domingo de Pascua, 1ro de junio de 2025)
Mi Oración para Ustedes

Únanse a mí por favor para orar con el Santo Padre León XIV para que un día seamos uno unum, una sola cosa en el único Salvador, abrazados por el amor eterno de Dios.
Que todos seamos uno en la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y que nuestra unidad atraiga a todos nuestros hermanos y hermanas del mundo entero a la experiencia de la vida interior de Dios, que es Amor eterno. Amén.