Del Cardenal: Como hombres y mujeres sagrados, estamos llamados a ser santos | 13 de septiembre 2024
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Vol. 6. No. 1
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
Los católicos creemos que todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios, y todos nosotros—independientemente de quiénes seamos o de cuál sea nuestra historia personal—estamos llamados a ser santos.
¿Qué significa ser santo? Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre” (#27). Los seres humanos estamos destinados a buscar a Dios, a encontrarlo y a unirnos a Él—tanto aquí en la Tierra como en nuestro hogar celestial.
La santidad es la cualidad de nuestra unión con Dios, la señal de nuestra cercanía a Él. Las mujeres y los hombres santos están cerca de Dios. Por eso los llamamos “santos”, que viene de la palabra latina sanctus.
En su encíclica Spe Salvi, “Salvados en Esperanza”, el Papa Benedicto XVI escribe: “La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente”. Son luces de esperanza, escribe el Santo Padre, porque nos señalan a Jesucristo, “la luz verdadera, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia” (#49).
Los santos brillan con la luz de Cristo. La Iglesia ha reconocido oficialmente a muchos santos mediante un proceso que culmina con la proclamación solemne (canonización) de que practicaron virtudes heroicas y vivieron en fidelidad a la gracia de Dios.
Pero durante los últimos 2,000 años, muchas otras mujeres y hombres santos se han entregado de todo corazón a Jesucristo sin ser declarados santos por la Iglesia.
Todos estamos llamados a la santidad, a acercarnos a Dios, pero, por desgracia, la mayoría nos encontramos más lejos de Dios de lo que quisiéramos. Por eso Cristo nos da los sacramentos—especialmente la Eucaristía y el sacramento de la penitencia—para ayudarnos en nuestras luchas diarias en el camino hacia la santidad. Todos estamos llamados a estar cerca de Dios, pero para muchos de nosotros el camino es largo y difícil.
Gracias a Dios, su gracia y su misericordia son infinitas. Nuestro Dios amoroso y misericordioso nunca nos abandona. Incluso después de morir, los cristianos creemos que todavía es posible expiar nuestros pecados, crecer en santidad y acercarnos a Dios. Por eso rezamos por los que han muerto.
Todos estamos llamados a ser santos—tanto los vivos como los muertos—y la gracia de Nuestro Señor Jesús no se limita a este mundo, sino que puede llegar incluso hasta el estado del ser que llamamos purgatorio, para tocar el corazón de esas “pobres almas” que deben someterse a un proceso de purificación antes de unirse plenamente a Dios.
En nuestro deseo de estar unidos a Dios, miramos a los santos para que nos muestren el camino. ¿Cómo nos muestran los santos el camino para estar cerca de Dios?
Evidentemente, a través del testimonio de su vida cotidiana, de sus opciones, de su voluntad de sacrificio por los demás y de su devoción a Cristo. Sus palabras y sus ejemplos son guías útiles para la vida cristiana cotidiana.
Pero, ¿cuál es el secreto de su éxito al navegar por los mares oscuros y tormentosos de la vida? ¿Por qué los santos consiguen llevar una vida buena y santa cuando tantos de nosotros luchamos y fracasamos?
La respuesta, creo, es la oración. Los santos son hombres y mujeres que saben rezar, estar cerca de Dios y comunicarse con Él desde el corazón. Son personas que, tanto en los momentos difíciles como en los buenos, elevan su mente y su corazón al Señor. Los santos buscan la voluntad de Dios en sus vidas. Comparten con Él sus esperanzas y frustraciones (y a veces incluso su soledad, su rabia y su miedo). A través de su oración y su escucha atenta, incluso más que por las palabras que pronuncian, los hombres y mujeres que llamamos santos están en contacto permanente con Dios.
En su Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, “Sobre el Llamado a la Santidad en el Mundo Actual” (ver selección más abajo), el Papa Francisco nos amonesta: “La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia de Dios. Porque, en palabras de León Bloy, al fin y al cabo, existe una sola tristeza, la de no ser santo”.
Al recordar a los santos—vivos y difuntos— que sirven de estrellas que nos guían hacia Cristo, pidamos la gracia de dejar que el amor y la misericordia de Dios toquen nuestros corazones y nos acerquen a Él, que es el verdadero deseo de nuestro corazón.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
Lumen Gentium
(Una selección de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, solemnemente promulgada por Su Santidad Papa San Pablo VI, noviembre 21, 1964)
CAPITULO V: UNIVERSAL VOCACIÓN A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA
39. La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el Sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado “el único Santo”, amó a la Iglesia como a Su esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla. (214) La unió a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por ello, en la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: “Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”. (215)
Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Se expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida; de manera singular aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos “evangélicos”. Esta práctica de los consejos, que, por impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos han abrazado tanto en privado como en una condición o estado aceptado por la Iglesia, proporciona al mundo y debe proporcionarle un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.
40. El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador: “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto”. (216) Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (217) y a amarse mutuamente como Cristo les amó. (218) Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron. El Apóstol les amonesta a vivir “como conviene a los santos”, (219) y que como “elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia”, (220) y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación (221) Pero como todos caemos en muchas faltas (222) continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debemos orar: “Perdónanos nuestras deudas” (223) (3*)
Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad; y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección los fieles deben usar las fuerzas recibidas de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos.
Fuente: Vaticano
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
(Una selección de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, Gaudete et Exsultate (Sobre el Llamado a la Santidad en el Mundo Actual)
31. Nos hace falta un espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el servicio, tanto la intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. De este modo, todos los momentos serán escalones en nuestro camino de santificación.
32. No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad. Esto se refleja en Santa Josefina Bakhita, quien fue “secuestrada y vendida como esclava a la tierna edad de siete años, sufrió mucho en manos de amos crueles. Pero llegó a comprender la profunda verdad de que Dios, y no el hombre, es el verdadero Señor de todo ser humano, de toda vida humana. Esta experiencia se transformó en una fuente de gran sabiduría para esta humilde hija de África”.[30]
33. En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo. Los Obispos de África occidental nos enseñaron: “Estamos siendo llamados, en el espíritu de la nueva evangelización, a ser evangelizados y a evangelizar a través del empoderamiento de todos los bautizados para que asuman sus roles como sal de la tierra y luz del mundo donde quiera que se encuentren”.[31]
34. No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida “existe una sola tristeza, la de no ser santos”. [32]
Fuente: Vaticano
Mi Oración para Ustedes
Únanse a mí por favor en esta oración por las vocaciones:
Padre, tú llamas a cada uno de
nosotros por nombre y nos pides
que te sigamos.
Bendice a tu Iglesia
creando personas dedicadas y
personas generosas que crezcan
en santidad y utilicen todos sus dones para servir desinteresadamente a tu pueblo.
Inspíranos mientras crecemos en tu
amor y abre nuestros corazones
para escuchar tu llamada.
Te lo pedimos en nombre de Jesús.
Amén.