Del Cardenal: Dios camina con su pueblo | 28 de junio 2024
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Vol. 5. No. 20
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
En su Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de 2024, que se celebrará el 29 de septiembre (véase más abajo), el Papa Francisco observa que “Acentuar la dimensión sinodal [de la vida eclesial] permite a la Iglesia redescubrir su naturaleza itinerante, como Pueblo de Dios que peregrina a través de la historia, “migrando”, podríamos decir, hacia el Reino de los Cielos (cf. Lumen Gentium, 49).”
La enseñanza de la Iglesia sobre la migración se basa en nuestra convicción absoluta de que toda persona humana—independientemente de su raza, credo, color, etnia, orientación sexual, país de origen o posición social y económica—está hecha a imagen y semejanza divina y, por tanto, es nuestra hermana o hermano en la única familia de Dios.
Acogemos a todos, respetamos a todos y nos esforzamos por amar a todos como miembros de la familia de Dios. Nos negamos a rechazar a nadie de plano, e insistimos en que todos los que acuden a nosotros (legal o ilegalmente) deben ser tratados con la cortesía que extenderíamos al propio Cristo.
Además, creemos que todos somos inmigrantes. Es decir, todos somos peregrinos que buscamos a Dios sin importar dónde estemos o cuáles sean nuestras circunstancias. Como extranjeros y peregrinos que somos, no tenemos derecho a despreciar o actuar con superioridad hacia quienes buscan refugio y una vida mejor entre nosotros.
Esta insistencia en la dignidad humana y el trato justo a nuestros compañeros peregrinos no significa que no reconozcamos la necesidad de políticas de inmigración ordenadas, legales y respetuosas con el derecho de nuestra nación a mantener sus fronteras.
Por el contrario, creemos que la ruptura de nuestro actual sistema de inmigración aquí en los Estados Unidos de América contribuye directamente al trato inhumano de muchos inmigrantes y sus familias.
Por tanto, instamos encarecidamente a nuestros oficiales electos, y a aquellos que son candidatos a cargos públicos, a “arreglar un sistema de inmigración roto y … incluir un programa de legalización amplio y justo con un camino hacia la ciudadanía; un programa de trabajo con protecciones para los trabajadores y salarios justos; políticas de reunificación familiar; acceso a protecciones legales, que incluyan procedimientos de debido proceso; refugio para aquellos que huyen de la persecución y la violencia; y políticas para abordar las causas profundas de la migración”. (“Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles”, nº 81)
Los obispos sabemos que estas recomendaciones no son populares entre muchos miembros de nuestra comunidad, que temen que sus puestos de trabajo se vean amenazados por los inmigrantes ilegales.
También sabemos que muchos sostienen que la situación actual permite (incluso fomenta) todo tipo de tráficos inmorales y peligrosos. Instamos encarecidamente a nuestros dirigentes a que promulguen y apliquen medidas de reforma integral que solucionen estos problemas sin castigar a quienes lo único que desean es una vida mejor para ellos y sus familias.
Por último, insistimos en el derecho a proporcionar la atención pastoral de la Iglesia a todos los inmigrantes, independientemente de su situación legal. Uno de los distintivos de nuestra libertad religiosa es la capacidad de ser Cristo para los demás, sin importar quiénes sean o de dónde vengan.
El Papa Francisco nos ha instado repetidamente a salir de nuestras zonas de confort para llevar el Evangelio a los que están en las “periferias”, los márgenes de nuestra sociedad. El Santo Padre también nos ha desafiado a tender puentes entre las naciones y los pueblos para demostrar claramente nuestra unidad y solidaridad con toda la humanidad.
¿Qué candidatos a cargos públicos, y qué partidos políticos, defienden el fin del actual sistema roto? ¿Cuáles dejarán de lado la retórica y las promesas vacías para lograr un cambio real y duradero por el bien de todos? Durante las elecciones del próximo otoño, es de vital importancia que elijamos a aquellos líderes que verdaderamente acogerán a nuestras hermanas y hermanos en Cristo y lograrán una reforma genuina. ¡Que Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de las Américas, nos guíe!
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark

Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
(Mensaje del Santo Padre Francisco para la 110ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2024. Roma, San Juan de Letrán, 24 de mayo de 2024, Memoria de la Bienaventurada Virgen María Auxiliadora)
Queridos hermanos y hermanas!
El 29 de octubre de 2023 finalizó la primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que nos ha permitido profundizar nuestra comprensión de la sinodalidad como vocación fundamental de la Iglesia. “La sinodalidad se presenta principalmente como camino conjunto del Pueblo de Dios y como fecundo diálogo de los carismas y ministerios al servicio del acontecimiento del Reino” (Informe de Síntesis, Introducción).
Poner el énfasis en la dimensión sinodal le permite a la Iglesia redescubrir su naturaleza itinerante, como pueblo de Dios en camino a través de la historia, peregrinante, diríamos “emigrante” hacia el Reino de los Cielos (cf. Lumen Gentium, 49). La referencia al relato bíblico del Éxodo, que presenta al pueblo de Israel en su camino hacia la tierra prometida, resulta evocador: un largo viaje de la esclavitud a la libertad que prefigura el de la Iglesia hacia el encuentro final con el Señor.
Análogamente, es posible ver en los emigrantes de nuestro tiempo, como en los de todas las épocas, una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna. Sus viajes de esperanza nos recuerdan que “nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo” (Flp 3,20).
Las imágenes del éxodo bíblico y la de los migrantes comparten varias similitudes. Al igual que el pueblo de Israel en tiempos de Moisés, los migrantes huyen a menudo de situaciones de opresión y abusos, de inseguridad y discriminación, de falta de oportunidades de desarrollo. Y así como los hebreos en el desierto, también los emigrantes encuentran muchos obstáculos en su camino: son probados por la sed y el hambre; se agotan por el trabajo y la enfermedad; se ven tentados por la desesperación.
Pero la realidad fundamental del éxodo, de cada éxodo, es que Dios precede y acompaña el caminar de su pueblo y de todos sus hijos en cualquier tiempo y lugar. La presencia de Dios en medio del pueblo es una certeza de la historia de la salvación: “El Señor, tu Dios, te acompaña, y él no te abandonará ni te dejará desamparado” (Dt 31,6). Para el pueblo que salió de Egipto, esta presencia se manifiesta de diferentes formas: la columna de nube y la de fuego muestran e iluminan el camino (cf. Ex 13,21); la Carpa del Encuentro, que custodia el arca de la alianza, hace tangible la cercanía de Dios (cf. Ex 33,7); el asta con la serpiente de bronce asegura la protección divina (cf. Nm 21,8-9); el maná y el agua son los dones de Dios para el pueblo hambriento y sediento (cf. Ex 16-17). La carpa es una forma de presencia particularmente grata al Señor. Durante el reinado de David, Dios se negó a ser encerrado en un templo para seguir habitando en una carpa y poder así caminar con su pueblo, y anduvo “de carpa en carpa y de morada en morada” (1 Cr 17,5).
Muchos emigrantes experimentan a Dios como compañero de viaje, guía y ancla de salvación. Se encomiendan a Él antes de partir y a Él acuden en situaciones de necesidad. En Él buscan consuelo en los momentos de desesperación. Gracias a Él, hay buenos samaritanos en el camino. A Él, en la oración, confían sus esperanzas. Imaginemos cuántas biblias, evangelios, libros de oraciones y rosarios acompañan a los emigrantes en sus viajes a través de desiertos, ríos y mares, y de las fronteras de todos los continentes.
Dios no sólo camina con su pueblo, sino también en su pueblo, en el sentido de que se identifica con los hombres y las mujeres en su caminar por la historia, especialmente con los últimos, los pobres, y los marginados. En esto vemos una prolongación del misterio de la Encarnación. Por eso, el encuentro con el migrante, como con cada hermano y hermana necesitados, “es también un encuentro con Cristo. Nos lo dijo Él mismo. Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos” (Homilía de la Santa Misa para los participantes en el encuentro “Libres del Miedo”, Sacrofano, 15 de febrero de 2019). El juicio final narrado por Mateo en el capítulo 25 de su Evangelio no deja lugar a dudas: “estaba de paso, y me alojaron” (v. 35); y de nuevo, “les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (v. 40). Por eso, cada encuentro, a lo largo del camino, es una oportunidad para encontrar al Señor; y es una oportunidad cargada de salvación, porque en la hermana o en el hermano que necesitan nuestra ayuda, está presente Jesús. En este sentido, los pobres nos salvan, porque nos permiten encontrarnos con el rostro del Señor (cf. Mensaje por la Jornada Mundial de los Pobres, 17 de Noviembre de 2019).

Mi Oración para Ustedes
Únanse a mí por favor para orar con estas palabras del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada dedicada a los migrantes y refugiados, unámonos en oración por todos aquellos que han tenido que abandonar su tierra en busca de condiciones de vida dignas. Que caminemos junto con ellos, hagamos juntos “sínodo” y encomendémoslos a todos, así como a la próxima asamblea sinodal, “a la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, signo de segura esperanza y de consuelo para el Pueblo fiel de Dios mientras prosiguen su camino”.
Dios, Padre todopoderoso,
somos tu Iglesia peregrina
que camina hacia el Reino de los Cielos.
Cada uno de nosotros habita en su propia patria,
pero como si fuéramos extranjeros.
Toda región extranjera es nuestra patria,
sin embargo, toda patria es para nosotros tierra extranjera.
Vivimos aquí en la tierra,
pero tenemos nuestra ciudadanía en el cielo.
No permitas que nos constituyamos en amos
de la porción del mundo
que nos has dado como hogar temporal.
Ayúdanos a no dejar nunca de caminar
junto con nuestros hermanos y hermanas migrantes
hacia la morada eterna que tú nos has preparado.
Abre nuestros ojos y nuestro corazón
para que cada encuentro con los necesitados
se convierta también en un encuentro con Jesús,
Hijo tuyo y Señor nuestro.
Amén.