Del Cardenal: El Cuerpo Místico de Cristo | 14 de junio 2024

Haga clic a un botón para ver la sección

Vol. 5. No. 19

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

La Iglesia enseña que la vida en Cristo comienza con el bautismo y se alimenta con la recepción frecuente de la Sagrada Eucaristía, el cuerpo y la sangre de Cristo. En su encíclica de 1943, “Mystici Corporis Christi” (El Cuerpo Místico de Cristo), el Papa Pío XII escribe: “Si quisiéramos definir esta verdadera Iglesia de Jesucristo… no encontraríamos expresión más noble, más sublime o más divina que la frase que la llama Cuerpo Místico de Jesucristo” (#13).

La imagen del Cuerpo de Cristo celebra la encarnación del Verbo de Dios, su humanidad y su presencia real entre nosotros en el sacramento que nos dio la noche antes de sufrir y morir por nosotros. También celebra una de las enseñanzas más profundas de nuestra fe católica—que todos los cristianos bautizados se han unido a Cristo y se han convertido en su Cuerpo místico, la Iglesia. San Pablo enseña que Cristo es la cabeza de la Iglesia, y que todos estamos unidos a él. Como tales, formamos un cuerpo unificado en nuestra diversidad y dedicado al crecimiento sobrenatural y a la transformación del mundo entero en Cristo.

El Concilio Vaticano II y todos los Papas recientes han reforzado esta enseñanza sobre la unidad absoluta de Cristo y su Iglesia y su poderosa expresión sacramental en la Eucaristía. Nuestra unidad como cristianos está garantizada por nuestra participación en la vida de Cristo, que se realiza de una vez por todas en el bautismo y se nutre, restaura y santifica por nuestra frecuente recepción de su Santísimo Cuerpo y Sangre en la Eucaristía.

El Evangelio de San Marcos recoge las palabras utilizadas por nuestro Redentor cuando instituyó por primera vez este gran sacramento:

Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: ”Tomen, esto es mi cuerpo”. Luego tomó en sus manos una copa y habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: “Esto es mi sangre, con lo que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios” (Mc 14:12–16, 22–26).

Jesús nos ha dado este precioso don de sí mismo, y nos ha pedido que repitamos sus palabras a menudo para que podamos llegar a ser en nuestras propias vidas lo que Jesús es para nosotros y para el mundo: personas que se preocupan por las necesidades de todos nuestros hermanos y hermanas.

A través de las obras de misericordia corporales, nos ocupamos de las necesidades físicas y materiales de los demás: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar cobijo a los sin techo, cuidar de los enfermos, visitar a los encarcelados y enterrar a los muertos.

Pero también estamos llamados a saciar espiritualmente los corazones hambrientos mediante las llamadas obras de misericordia espirituales: compartir la ciencia, aconsejar a los necesitados, consolar a los enfermos, ser pacientes con los demás, perdonar a los que nos hacen daño, corregir a los que lo necesitan y rezar por los vivos y los difuntos. Realizamos estas obras de misericordia porque somos el Cuerpo de Cristo y porque sin nosotros (cada uno de nosotros), la Iglesia no puede llevar a cabo su misión divina.

El Papa Francisco nos recuerda que somos discípulos misioneros que encarnamos el amor y la misericordia de Jesucristo en nuestra vida cotidiana. La Eucaristía nos alimenta, nos da el alimento que necesitamos para amar y perdonar a los demás, cuidar de sus necesidades físicas y atender sus necesidades espirituales. Cristo sacia nuestros corazones hambrientos—y también nuestros cuerpos—mediante el gran don de sí mismo que comparte con nosotros en el sacramento de su cuerpo y su sangre.

Como se señala en el Informe de Síntesis del Sínodo de octubre de 2023 (véase la selección más abajo), “La celebración de la Eucaristía, especialmente el domingo, es la forma primera y fundamental por la que el Pueblo Santo de Dios se reúne y se encuentra”. Nos reunimos como pueblo peregrino que se forma con la Palabra de Dios, se alimenta con el cuerpo y la sangre de Cristo y luego es enviado al mundo como discípulos misioneros de Jesús.

Mientras continuamos nuestro viaje sinodal, demos gracias especialmente por el Cuerpo Místico de Jesucristo y por las muchas maneras en que somos bendecidos como miembros del cuerpo de Cristo. Oremos para que el Señor siga obrando milagros que satisfagan las necesidades espirituales y materiales de todos. Seamos Cristo para los demás—discípulos misioneros que rezan pidiendo la gracia de ayudar a saciar el hambre de todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Imagen de USCCB

Una Iglesia Sinodal en Misión: Informe de Síntesis

(Una Selección del Informe de Síntesis 2023, Parte I: La Sinodalidad: Experiencia y Comprensión, #3 “Entrar en una Comunidad de Fe: La Iniciación Cristiana”)

e) La celebración de la Eucaristía, sobre todo la dominical, es la primera y fundamental forma que el Santo Pueblo de Dios tiene para reunirse y encontrarse. Cuando esta no es posible, la comunidad, sin dejar de desearla, se reúne en torno a la celebración de la Palabra. En la Eucaristía celebramos un misterio de gracia del que no somos los creadores. Llamándonos a participar en su Cuerpo y su Sangre, el Señor nos hace un solo cuerpo entre nosotros y con Él. A partir de la utilización que hace Pablo de la palabra koinonia (cfr. 1Cor10,16-17), la tradición cristiana ha reservado la palabra “comunión” para indicar, a un tiempo, la plena participación en la Eucaristía y la naturaleza de la relación entre los fieles y entre las Iglesias. Al tiempo que se abre a la contemplación de la vida divina, hasta las insondables profundidades del misterio Trinitario, la expresión “comunión” nos lleva también a la cotidianeidad de nuestras relaciones: en los gestos más sencillos con los que nos abrimos el uno al otro circula realmente el soplo del Espíritu. Por eso, la comunión celebrada en la Eucaristía y que de ella se deriva configura y orienta los caminos de la sinodalidad.

f) Desde la Eucaristía, aprendemos a articular unidad y diversidad: unidad de la Iglesia y multiplicidad de las comunidades cristianas; unidad del misterio sacramental y variedad de las tradiciones litúrgicas; unidad de la celebración y diversidad de las vocaciones, de los carismas y de los ministerios. Nada muestra mejor que la Eucaristía que la armonía creada por el Espíritu no es uniformidad y que todo don eclesial está destinado a la edificación común.

Propuestas

k) Si la Eucaristía da forma a la sinodalidad, el primer paso que hay que dar es celebrar la Misa de una manera que esté a la altura del don y con auténtica fraternidad en Cristo. La liturgia celebrada con autenticidad es la primera y fundamental escuela de discipulado. Su belleza y simplicidad debe formarnos antes de cualquier iniciativa organizada de formación.

l) Un segundo paso se refiere a la exigencia, mayoritariamente señalada, de hacer más accesible a los fieles el lenguaje litúrgico y más encarnado en las diferentes culturas. Sin poner en cuestión la continuidad con la tradición y la necesidad de mejor formación litúrgica, se necesita una reflexión sobre este tema. Las Conferencias Episcopales deben recibir atribuciones de mayor responsabilidad a este respecto, en la línea del Motu Proprio Magnum principium.

m) Un tercer paso consiste en el empeño pastoral de valorar todas las formas de oración comunitaria, sin limitarse a la celebración de la Misa. Otras expresiones de la oración litúrgica, como también las prácticas de la piedad popular, en las que se refleja la peculiaridad de las culturas locales, son elementos de gran importancia para favorecer la implicación de todos los fieles, para introducirlos gradualmente en el misterio cristiano y para acercar el encuentro con el Señor a quien tiene menos familiaridad con la Iglesia. Entre las formas de la piedad popular sobresale la devoción mariana por su capacidad de sostener y de nutrir la fe de muchos.

(Fuente: Síntesis)


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección de la homilía ofrecida por el Papa Francisco el domingo 23 de junio de 2019, durante la Santa Misa, Procesión Eucarística y Bendición de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi).)

En el mundo siempre se busca aumentar las ganancias, incrementar la facturación… Sí, pero, ¿cuál es el propósito? ¿Es dar o tener? ¿Compartir o acumular? La “economía” del Evangelio multiplica compartiendo, nutre distribuyendo, no satisface la voracidad de unos pocos, sino que da vida al mundo (cf. Jn 6,33). El verbo de Jesús no es tener, sino dar.

La petición que él hace a los discípulos es perentoria: “Denles ustedes de comer” (Lc 9,13). Tratemos de imaginar el razonamiento que habrán hecho los discípulos: “¿No tenemos pan para nosotros y debemos pensar en los demás? ¿Por qué deberíamos darles nosotros de comer, si a lo que han venido es a escuchar a nuestro Maestro? Si no han traído comida, que vuelvan a casa, es su problema, o que nos den dinero y lo compraremos”. No son razonamientos equivocados, pero no son los de Jesús, que no escucha otras razones: Denles ustedes de comer. Lo que tenemos da fruto si lo damos—esto es lo que Jesús quiere decirnos—y no importa si es poco o mucho. El Señor hace cosas grandes con nuestra pequeñez, como hizo con los cinco panes. No realiza milagros con acciones espectaculares, no tiene la varita mágica, sino que actúa con gestos humildes. La omnipotencia de Dios es humilde, hecha sólo de amor. Y el amor hace obras grandes con lo pequeño. La Eucaristía nos lo enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los demás. Es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío”; contra el mirar hacia el otro lado… En nuestra ciudad, hambrienta de amor y atención, que sufre la degradación y el abandono, frente a tantas personas ancianas y solas, familias en dificultad, jóvenes que luchan con dificultad para ganarse el pan y alimentar sus sueños, el Señor te dice: “Tú mismo, dales de comer”. Y tú puedes responder: “Tengo poco, no soy capaz para estas cosas”. No es verdad, lo poco que tienes es mucho a los ojos de Jesús si no lo guardas para ti mismo, si lo arriesgas. También tú, arriesga. Y no estás solo: tienes la Eucaristía, el Pan del camino, el Pan de Jesús. También esta tarde nos nutriremos de su Cuerpo entregado. Si lo recibimos con el corazón, este Pan desatará en nosotros la fuerza del amor: nos sentiremos bendecidos y amados, y querremos bendecir y amar, comenzando desde aquí, desde nuestra ciudad, desde las calles que recorreremos esta tarde. El Señor viene a nuestras calles para bendecirnos y para darnos ánimo. También nos pide que seamos don y bendición para otros.


Mi Oración para Ustedes

Por favor, únanse a mí para orar con estas palabras del Papa Francisco por paz en nuestros corazones y en nuestro mundo.

¡Señor Dios de paz, escucha nuestra súplica!

Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciencia y perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz, y que las palabras “división”, “odio”, y “guerra” sean desterradas del corazón de todo hombre y mujer. Señor, desarma la violencia de nuestras lengua y manos. Renueva nuestros corazones y mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre “hermano” y “hermana”. Y que el estilo de nuestra vida sea siempre ¡Shalom, Paz, Salaam! Amén.