Del Cardenal: El Papa Francisco nos desafía a la conversión pastoral “en clave misionera” | 12 de julio 2024
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Vol. 5. No. 21
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
En la exhortación apostólica del Papa Francisco, Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), el Santo Padre nos invita, como individuos y como comunidades, a una profunda conversión pastoral. Escribe: “El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos”. (EG, #39).
El Papa Francisco no duda en llamar la atención sobre las formas en que somos blandos, perezosos o autoindulgentes, pero lo hace de maneras que nos dan esperanza y aliento. A través de las palabras de desafío y esperanza del Santo Padre, se nos invita a ir más allá de nuestros límites autoimpuestos y a ser celosos misioneros de Cristo.
Estamos llamados a ser mejores, dice el Santo Padre. Estamos destinados a hacer más—y ser más—que simplemente quedarnos adentro donde sea seguro y cálido. Estamos llamados a “salir de la propia comodidad” para ser discípulos misioneros de Cristo (EG #20).
El Papa escribe: “La vida en el Espíritu, que tiene su fuente en el corazón de Cristo resucitado”, es lo opuesto a la forma de vida ansiosa, llena de culpa y superficial que muchos de nosotros experimentamos. “Esa no es manera de vivir una vida digna y plena”, nos dice el Santo Padre. “Ese no es el deseo de Dios para nosotros” (#2). La alternativa es la forma de vida significativa y llena de gozo que Cristo nos enseñó con sus palabras y su ejemplo.
En su capítulo final, el Papa Francisco exclama: “¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. (#261). El Papa nos desafía a todos—seamos quienes seamos—a ser “evangelizadores con Espíritu”, discípulos de Jesucristo cuyos corazones arden, que tienen un agudo sentido de la misión y que nunca dudan en proclamar la Buena Noticia (#259). ¡Ven Espíritu Santo, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor!
Hemos llegado a pensar que los misioneros son clérigos, religiosos consagrados o laicos que viajan a tierras lejanas y soportan muchas dificultades para predicar el Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo. Esta imagen no es errónea, pero es incompleta. Todos estamos llamados a ser misioneros, discípulos de Jesucristo que llevan su Buena Noticia a los demás—en nuestros hogares y lugares de trabajo, en nuestras parroquias y barrios, y en nuestras aportaciones personales de tiempo, talento y tesoro a la misión mundial de la Iglesia.
En los sacramentos del bautismo y la confirmación, hemos recibido los dones del Espíritu Santo. Somos miembros de la comunidad de fe, la Iglesia, y hemos aceptado la responsabilidad que Cristo confió a todos sus discípulos: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28, 19-20). Este gran encargo pertenece a cada uno de nosotros individualmente y a toda la Iglesia. Cumplimos esta responsabilidad, cada uno a nuestra manera, según los dones y talentos que se nos han dado como administradores de nuestra vocación bautismal.
La mayoría de nosotros nunca nos hemos considerado “evangelizadores con Espíritu”. La imagen de evangelizar parece extrañamente contraria al ethos católico. Algo en nosotros protesta: No somos fundamentalistas. No llevamos nuestra fe a flor de piel. Nos enseñaron a ser más reservados en nuestro testimonio de fe.
Quizá estemos dándole demasiadas vueltas. Una definición sencilla de evangelizar es “decir a alguien que está hambriento dónde encontrar pan”. ¿Y no es esto precisamente lo que estamos llamados a hacer—presentar a Jesús, el Pan de Vida, a mujeres y hombres cuyos corazones están hambrientos?
El desafío evangélico de “vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos” (Mt 28,19) tiene una dimensión local y global. Comienza presentando a Jesús a las personas con las que nos encontramos cada día, y se extiende gradualmente a nuestras parroquias y comunidades locales, a nuestra nación y al mundo entero. Se nos desafía a experimentar una forma de “conversión misionera” y a “reconocernos como marcados a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, y liberar” (# 273).
El Papa Francisco sabe que nos está llamando a movernos en un territorio nuevo e incómodo, a definirnos no como católicos que simplemente hacen lo que se espera de nosotros, sino como evangelizadores con Espíritu que reconocen y aceptan un papel muy diferente para nosotros como discípulos misioneros de Jesucristo.
“Mi misión de estar en el corazón del pueblo no es sólo parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar”, dice el Papa. “No es un ‘extra’ o un momento más de mi vida. Por el contrario, es algo que no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Soy una misión en esta Tierra; y para eso estoy en este mundo” (#273). Como discípulos de Jesucristo, no tenemos una misión. Somos la misión. Somos personas llamadas a arder con el fuego del amor de Dios y a vivir el Evangelio en cada fibra de nuestro ser.
Es una expectativa imposible para nosotros, seres humanos frágiles y pecadores, a menos que estemos llenos de la gracia del Espíritu Santo. “Cristo, resucitado y glorioso, es la fuente profunda de nuestra esperanza”, nos asegura el Papa. “Él no nos privará de la ayuda necesaria para llevar a cabo la misión que nos ha confiado” (#275). Hemos recibido su Espíritu, y por eso tenemos el poder de deshacernos de las cadenas que nos hemos forjado y de obrar maravillas en nombre de Jesús.
Al reflexionar sobre la llamada a la conversión pastoral “en clave misionera”, fijémonos en el ejemplo de la Santísima Virgen María. “Con el Espíritu Santo, María está siempre presente en medio del pueblo. Ella se unió a los discípulos en la oración por la venida del Espíritu Santo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés” (#284). María sigue inspirándonos—hoy y siempre—para que seamos evangelizadores con Espíritu que compartimos la alegría del Evangelio con todos los que encontramos.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark

Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
(Una selección de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), Capítulo Primero, “La Transformación Misionera de la Iglesia”.)
II. Pastoral en conversión
25. No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple administración”. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un “estado permanente de misión”.
26. Pablo VI invitó a ampliar el llamado a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera. Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio … De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia — tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta … Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”. El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: “Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación… Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.
Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Una impostergable renovación eclesial
27. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto preservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía, “toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial”.
28. La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión.
29. Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores. Muchas veces aportan un nuevo fervor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia. Pero es muy sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren gustosamente en la pastoral orgánica de la Iglesia particular. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces.
30. Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización, ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella “verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica”. Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado. En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma.
31. El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos.
32. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar “una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva”. Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden “desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta”. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.
33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral.
Para el texto complete de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html

Mi Oración para Ustedes
Únanse a mí por favor para orar a la Santísima Virgen María con estas palabras de Evangelii Gaudium:
Virgen y Madre María,,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,:
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro “sí”
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.