Del Cardenal: Juan el Bautista nos prepara para la venida del Señor| 6 de deciembre 2024
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Vol. 6. No. 7
En verdad les digo, entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él. (Mt 11:11).
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En su mensaje para el segundo domingo de Adviento de hace dos años (véase más abajo), el Papa Francisco llamó nuestra atención sobre la poderosa figura de San Juan el Bautista. Nuestra Iglesia considera con razón a Juan como el último de una larga serie de profetas del Antiguo Testamento. Destaca como heraldo y precursor del Mesías largamente esperado, Aquel a quien Dios prometió que nos salvaría de nuestra esclavitud al pecado y a la muerte.
Juan el Bautista destaca hasta el momento en que aparece Jesús. Entonces proclama, con razón, que él, Juan, debe disminuir mientras Jesús, su primo más joven, aumenta. Como leemos en el Evangelio de San Lucas (3, 15-17):
El pueblo estaba a la expectativa, y todos especulaban en su corazón si acaso Juan sería el Cristo.
Juan respondió a todos diciendo, “Yo, a la verdad, les bautizo en agua. Pero viene el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. Él les bautizará en el Espíritu Santo y fuego.
Su aventador está en su mano para limpiar su era y juntar el trigo en su granero, pero quemará la paja en el fuego que nunca se apagará”.
El bautismo de Juan es un símbolo del sacramento mucho más poderoso que instituye Jesús, un bautismo de fuego inextinguible y del Espíritu Santo. Juan predica un bautismo de arrepentimiento. Jesús acepta lo que Juan le ofrece y acepta ser bautizado por él (Lc 3,21-22) a pesar de que él mismo estaba libre de pecado.
En su mensaje de Adviento, el Papa Francisco reflexiona sobre la “figura severa” que Juan muestra en el Evangelio. La imagen de un hombre salvaje que vive en el desierto y subsiste a base de langostas y miel probablemente no atrae a la mayoría de nosotros, acostumbrados a estilos de vida más suaves y apacibles. El Santo Padre señala que el enfoque más estridente de Juan era necesario para denunciar la hipocresía y el comportamiento autocomplaciente de los líderes políticos y religiosos de su tiempo. Juan, después de todo, tuvo el valor de “decir la verdad al poder” cuando se enfrentó al rey Herodes. El profeta que dijo: “No soy digno de desatar la correa de su calzado”, era un hombre humilde que no pretendía ser nada más de lo que era.
Como dice el Papa Francisco:
Juan predicaba la cercanía del Reino. En resumen, era un hombre austero y radical, que a primera vista podía parecer algo duro y podía infundir cierto temor. Pero también podemos preguntarnos, ¿por qué la Iglesia lo propone cada año como nuestro principal compañero de viaje durante este Tiempo de Adviento? ¿Qué se esconde tras su severidad, tras su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?
En realidad, el Bautista, más que un hombre severo, era un hombre alérgico a la falsedad. Escuchen bien esto: alérgico a la falsedad.
El Papa sugiere que ser “alérgico a la falsedad” es estar bien dispuesto o plenamente preparado para encontrarse con Jesús. En esto consiste el Adviento: arrepentimiento, conversión y apertura a la nueva venida del Señor.
Juan el Bautista es “nuestro principal compañero de viaje” durante este tiempo de espera en la esperanza. Con él, nos acompaña también María, la madre de Jesús y madre nuestra. María nos indica el camino hacia su Hijo. Ella nos guía, camina con nosotros y nos espera desde su humilde, pero exaltada, posición de Reina del Universo y Madre de la Iglesia.
Este año, el 9 de diciembre, celebraremos la solemnidad trasladada de la Inmaculada Concepción. María es nuestro modelo de santidad, “nuestra vida, nuestra dulzura y nuestra esperanza”. Como San Juan Bautista, María nos prepara para acercarnos a Jesús y disponernos a la intimidad con Su Sagrado Corazón.
Que este santo tiempo de Adviento sea un tiempo de gracia para nosotros—individuos, familias y comunidades. Y que podamos crecer en santidad siendo “alérgicos a la falsedad” y, por tanto, totalmente honestos con nosotros mismos y con los demás sobre quiénes somos como hijas e hijos del mismo Padre.
¡Les deseo a todos un Adviento lleno de bendiciones!
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
USCCB Calendario de Adviento

Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
Una selección del Mensaje del Angelus ofrecido en la Plaza de San Pedro el Segundo Domingo de Adviento, diciembre 4, 2022
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buongiorno, feliz domingo!
Hoy, segundo domingo de Adviento, el Evangelio de la Liturgia nos presenta la figura de Juan el Bautista. El texto dice que “llevaba un vestido de pelo de camello”, que “su comida eran langostas y miel silvestre” (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (v. 2).
Juan predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. Pero entonces nos preguntamos: ¿Por qué la Iglesia lo propone cada año como el principal compañero de viaje durante este tiempo de Adviento? ¿Qué se esconde detrás de su severidad, detrás de su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?
En realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad. Por ejemplo, cuando se acercaron a él los fariseos y los saduceos, conocidos por su hipocresía, su “reacción alérgica” fue muy fuerte. Algunos de ellos, de hecho, probablemente iban a él por curiosidad o por oportunismo, porque Juan se había vuelto muy popular.
Aquellos fariseos y saduceos se sentían satisfechos y frente al llamamiento incisivo del Bautista, se justificaban diciendo: “Tenemos por padre a Abraham” (v. 9). Así, entre falsedades y orgullo, no aprovecharon la ocasión de la gracia, la oportunidad de comenzar una vida nueva: estaban cerrados en la presunción de ser justos. Por ello, Juan les dice: “Den, pues, digno fruto de conversión” (v. 8). Es un grito de amor, como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: “¡No desperdicies tu vida!”
De hecho, queridos hermanos y hermanas, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar también las realidades más sagradas. La hipocresía es un peligro grave. Por eso el Bautista —como después también Jesús— es duro con los hipócritas. Podemos leer, por ejemplo, el capítulo 23 de Mateo donde Jesús habla a los hipócritas del tiempo, tan fuerte. ¿Por qué hace así el Bautista y también Jesús? Para despertarlos. En cambio, aquellos que se sentían pecadores “acudían a él [Juan] confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán” (v. 5). Es así, para acoger a Dios no importa la destreza, sino la humildad. Este es el camino para acoger a Dios, no la destreza: “somos fuertes, somos un pueblo grande…”, no, la humildad: “soy un pecador”; pero no en abstracto, no: “soy pecador por esto, esto y esto”, cada uno de nosotros debe confesar, primero a sí mismo, sus propios pecados, faltas, hipocresías; hay que bajar del pedestal y sumergirse en el agua del arrepentimiento.
Queridos hermanos y hermanas, Juan, con sus “reacciones alérgicas”, nos hace reflexionar. ¿No somos también nosotros, a veces, un poco como aquellos fariseos? Tal vez miramos a los demás por encima del hombro, pensando que somos mejores que ellos, que tenemos las riendas de nuestra vida, que no necesitamos cada día a Dios, a la Iglesia, a los hermanos y olvidamos que solamente en un caso es lícito mirar a otro desde arriba hacia abajo: cuando es necesario ayudarlo a levantarse, el único caso, los demás casos de mirar desde arriba hacia abajo no son lícitos.
El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras —cada uno de nosotros tiene una— y ponernos a la fila con los humildes, para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad: purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los demás a hermanos y hermanas, a pecadores como nosotros y ver en Jesús al Salvador que viene por nosotros, no por los demás, por nosotros; así como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados.
Y recordemos de nuevo una cosa: con Jesús la posibilidad de volver a comenzar siempre existe. Nunca es demasiado tarde, siempre está la posibilidad de volver a comenzar, tengan valor, Él está cerca de nosotros en este tiempo de conversión. Cada uno puede pensar: “Tengo esta situación dentro, este problema que me avergüenza…” Pero Jesús está cerca de ti, vuelve a comenzar, siempre existe la posibilidad de dar un paso más. Él nos espera y no se cansa nunca de nosotros. ¡Nunca se cansa! Y nosotros somos tediosos, pero nunca se cansa. Escuchemos el llamamiento de Juan Bautista para volver a Dios y no dejemos pasar este Adviento como los días del calendario porque este es un tiempo de gracia, de gracia también para nosotros, ahora, aquí. Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a encontrarle a Él, a Jesús y a los hermanos en el sendero de la humildad, que es el único que nos hará avanzar.
Mi Oración para Ustedes

Por favor únanse a mí en esta simple oración de Adviento:
Padre Celestial, sana nuestros corazones durante este tiempo de Adviento. Ayúdanos a amar más plenamente, a perdonar más generosamente y a esperar con más paciencia la nueva venida de nuestro Señor, abrazando cada día y cada hora sabiendo la alegría que nos espera. Ayúdanos a arrepentirnos de nuestros pecados y a estar preparados cuando Tu Hijo venga de nuevo. En el nombre de Jesús, oramos: ¡Oh Señor, Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! Amén.