Del Cardenal: La conversión pastoral y la opción misionera | 26 de julio 2024

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Vol. 5. No. 22

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

En su exhortación apostólica, Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), el Papa Francisco tiene algunas cosas desafiantes que decir a los obispos, sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades pastorales en la Iglesia.

No debemos encerrarnos en nosotros mismos. No debemos utilizar los sacramentos o las enseñanzas morales de la Iglesia como palos con los que golpear a la gente o alejarla de la comunidad de fe. La misericordia, el amor a los pobres, la humildad, el espíritu de acogida y el anuncio auténtico y entusiasta de la alegría del Evangelio deben ser las características que nos definan.

El Santo Padre nos exhorta a ser “evangelizadores con Espíritu” (# 259), y aunque la labor de evangelización debe llevarse a cabo en todas partes—incluidos nuestros hogares, nuestros lugares de trabajo y la plaza pública—, la parroquia tiene un papel especial que desempeñar a la hora de dar testimonio de la alegría del Evangelio.

El Papa Francisco escribe: “Sueño con una ‘opción misionera’, es decir, con un impulso misionero capaz de transformarlo todo, de modo que las costumbres, los modos de hacer, los tiempos y los horarios, el lenguaje y las estructuras de la Iglesia puedan canalizarse adecuadamente para la evangelización del mundo de hoy y no para su auto conservación. La renovación de las estructuras exigida por la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: como parte de un esfuerzo por hacerlas más orientadas a la misión, para que la actividad pastoral ordinaria a todos los niveles sea más inclusiva y abierta, para inspirar en los agentes de pastoral una constante actitud de salida y, de este modo, favorezca una respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (#27).

No puedo imaginar una articulación más clara de nuestra misión como parroquias y como arquidiócesis. Estamos llamados a ser discípulos misioneros, y todo lo que hagamos para renovar nuestras estructuras e iniciar nuevas actividades pastorales debe ser incuestionablemente para “la evangelización del mundo de hoy” y no para “auto preservarnos”.

El Santo Padre continúa diciendo que “la parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque posee una gran flexibilidad, puede asumir formas muy diferentes según la apertura y la creatividad misionera del párroco y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución que evangeliza, si la parroquia se muestra capaz de auto renovarse y de adaptarse constantemente, sigue siendo la Iglesia que vive en medio de los hogares de sus hijos e hijas” (#28).

Como parroquias y como arquidiócesis, nuestro principal objetivo es proclamar el Evangelio—ser discípulos misioneros que dan testimonio de la alegría del Evangelio. Nuestro objetivo no es la auto preservación, aunque tenemos que ser administradores responsables de los recursos humanos, físicos y financieros que se nos han confiado. Nuestra administración de los recursos de la Iglesia nunca es un fin en sí mismo. Debe dedicarse siempre a la misión que hemos sido llamados a realizar en nombre de Jesús.

El Papa Francisco nos recuerda que estamos llamados a ser “la Iglesia encarnada en un lugar determinado, dotada de todos los medios de salvación otorgados por Cristo, pero con características locales” (#30). El Santo Padre continúa diciendo que tanto las parroquias como las diócesis tienen el reto de salir de sus zonas de confort, y ser embajadores de Cristo tanto cerca de casa como en los rincones más lejanos del mundo.

Pidamos al Espíritu Santo que siga acompañando a nuestras parroquias y a nuestra arquidiócesis, para que todos seamos discípulos misioneros que den testimonio elocuente de la alegría del Evangelio.

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Imagen de USCCB

Una Iglesia Sinodal en Misión: Informe de Síntesis

Una Selección del Informe de Síntesis del Sínodo 2023 Parte II: Todos Discípulos, Todos Misioneros, #11. Diáconos y Presbíteros en una Iglesia Sinodal

a) Los presbíteros son los principales cooperadores del Obispo y hacen con él un único presbiterio (cfr. Lumen Gentium 28). Los diáconos ordenados para el ministerio, sirven al Pueblo de Dios en la diaconía de la Palabra, en la liturgia, pero, sobre todo, en la caridad (cfr. LG 29). A ellos, la Asamblea General, les expresa, ante todo, un profundo agradecimiento. Consciente de que pueden experimentar soledad y aislamiento, recomienda a las comunidades cristianas que los apoyen con la oración, la amistad, la colaboración.

b) Los diáconos y los presbíteros están comprometidos en las formas más diversas del ministerio pastoral: el servicio a las parroquias, la evangelización, la cercanía a los pobres y emigrados, el compromiso en el mundo de la cultura y de la educación, la misión ad gentes, la investigación teológica, la animación de centros de espiritualidad y otros muchos. En una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía a las personas, de acogida y de escucha a todos y a cultivar una profunda espiritualidad personal y una vida de oración. Sobre todo, están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el modelo de Jesús que, “a pesar de su condición divina (…) se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7). La Asamblea reconoce que muchos presbíteros y diáconos, con su entrega, hacen visible el rostro de Cristo, Buen Pastor y Siervo.

c) Un obstáculo al ministerio y a la misión proviene del clericalismo. Éste nace de una mala comprensión de la llamada divina, que lleva a concebirla más como un privilegio que como un servicio, y se manifiesta en un estilo de poder mundano que rehúsa dar razones. Esta deformación del sacerdocio debe ser combatida desde las primeras fases de la formación, gracias a un contacto vivo con el día a día del Pueblo de Dios y una experiencia concreta de servicio a los más necesitados. No se puede imaginar, hoy, el ministerio del presbítero si no es en relación con el Obispo, en el Presbiterio, en profunda comunión con los otros ministerios y carismas. Desafortunadamente, el clericalismo es una actitud que puede manifestarse no sólo en los presbíteros, sino también en los laicos.

d) La consciencia de las propias capacidades y de los propios límites es un requisito para comprometerse en el ministerio ordenado con un estilo de corresponsabilidad. Por lo que la formación humana debe garantizar un recorrido de conocimiento realista de sí mismo, que se integre con un crecimiento cultural, espiritual y apostólico. En tal recorrido, no hay que desestimar la aportación de la familia de origen y la de la comunidad cristiana en la que el joven ha madurado la vocación, y de otras familias que acompañan su crecimiento.


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), Capítulo Dos, “En la Crisis del Compromiso Comunitario”.)

II. Tentaciones de los agentes pastorales

76. Siento una enorme gratitud por la tarea de todos los que trabajan en la Iglesia. No quiero detenerme ahora a exponer las actividades de los diversos agentes pastorales, desde los obispos hasta el más sencillo y desconocido de los servicios eclesiales. Me gustaría más bien reflexionar acerca de los desafíos que todos ellos enfrentan en medio de la actual cultura globalizada. Pero tengo que decir, en primer lugar y como deber de justicia, que el aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre. Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más.

77. No obstante, como hijos de esta época, todos nos vemos afectados de algún modo por la cultura globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos valores y nuevas posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos e incluso enfermarnos. Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, “lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales”.[62] Al mismo tiempo, quiero llamar la atención sobre algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales.  

Sí al desafío de una espiritualidad misionera

78. Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí.

79. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado.

80. Se desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!

No a la acedia egoísta

81.Cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre. Hoy se ha vuelto muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años. Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante.

82. El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. Esta acedia pastoral puede tener diversos orígenes. Algunos caen en ella por sostener proyectos irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo. Otros, por apegarse a algunos proyectos o a sueños de éxitos imaginados por su vanidad. Otros, por perder el contacto real con el pueblo, en una despersonalización de la pastoral que lleva a prestar más atención a la organización que a las personas, y entonces les entusiasma más la “hoja de ruta” que la ruta misma. Otros caen en la acedia por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida. El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz. 83. Así se gesta la mayor amenaza, que “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”.[63] Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como “el más preciado de los elixires del demonio”.[64] Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico. Por todo esto, me permito insistir: ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!


Mi Oración para Ustedes

Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.

Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.

Amén. ¡Aleluya!