Del Cardenal: La Pastoral en Clave de Misión | 31 de mayo 2024
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Vol. 5. No. 18
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
La exhortación apostólica del Papa Francisco, Evangelii Gaudium (“La alegría del Evangelio”), nos llama a todos—fieles laicos, sacerdotes y diáconos, obispos e incluso al propio Papa—a una profunda conversión pastoral “en clave misionera”. Para lograr este desafiante objetivo, debemos ponernos en manos de Dios, confiando en los dones del Espíritu Santo.
En su primer capítulo, el Papa escribe: “La vida en el Espíritu, que brota del corazón de Cristo resucitado”, es lo opuesto a la forma de vida ansiosa, llena de culpa y superficial que demasiados de nosotros experimentamos. “Esa no es la opción de una vida digna y plena”, nos dice el Santo Padre. “No es el deseo de Dios para nosotros” (#2). La alternativa es el estilo de vida lleno de sentido y de alegría que Cristo nos enseñó con sus palabras y su ejemplo.
En su capítulo final, el Papa Francisco exclama: “¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu” (#261).
El Papa nos desafía a todos—seamos quienes seamos—a ser “Evangelizadores con Espíritu”, discípulos de Jesucristo cuyos corazones arden, que tienen un agudo sentido de la misión y que nunca dudan en proclamar la Buena Nueva (#259).
En los sacramentos del bautismo y la confirmación, hemos recibido los dones del Espíritu Santo. Somos miembros de la comunidad de fe, la Iglesia, y hemos aceptado la responsabilidad que Cristo confió a todos sus discípulos: “Vayan pues, a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28, 19-20). Este gran encargo nos ha sido dado a cada uno de nosotros individualmente, así como a toda la Iglesia. Cumplimos esta responsabilidad, cada uno a nuestra manera, según los dones y talentos que se nos han dado como administradores de nuestra vocación bautismal.
La mayoría de nosotros nunca nos hemos considerado “misioneros”, y mucho menos “evangelizadores con Espíritu”. La imagen de evangelizar parece extrañamente contraria al ethos católico. Algo en nosotros protesta: No somos fundamentalistas. No llevamos nuestra fe a flor de piel. Nos enseñaron a ser más reservados en nuestro testimonio de fe.
Si bien es cierto que los católicos siempre nos hemos “distinguido” de los demás cristianos en nuestro culto, nuestras devociones (especialmente a María y a los santos) y nuestras observancias (abstinencia cuaresmal y viernes sin carne, por ejemplo), nunca hemos sido “agresivos” cuando se trata de compartir nuestra fe. Y ahora, se nos desafía a “considerarnos sellados, incluso marcados, por esta misión de llevar luz, bendecir, vivificar, elevar, sanar y liberar” (#273). Aquí es donde la conversión pastoral se hace absolutamente necesaria. Es cuando más necesitamos recibir del Espíritu Santo el celo misionero que nos haga posible anunciar a nuestro Redentor, Cristo crucificado y resucitado, a todas las naciones y pueblos.
El Papa Francisco sabe que nos está llamando a ir más allá de “nuestras zonas de confort” y a definirnos no como católicos que simplemente hacen lo que se espera de nosotros, sino como personas que reconocen y aceptan un papel muy diferente como discípulos misioneros de Jesucristo.
“Mi misión de estar en el corazón del pueblo no es sólo una parte de mi vida o un adorno que puedo quitarme”, dice el Papa. “No es un “extra” de un momento más de la vida. Por el contrario, es algo que no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Soy una misión en esta Tierra y para eso estoy en este mundo” (#273). Palabras fuertes de un hombre que cree apasionadamente que él (como todos nosotros) está llamado a arder con el fuego del amor de Dios y a vivir el Evangelio en cada fibra de su ser.
Se trata de una expectativa imposible para nosotros, seres humanos frágiles y pecadores, a menos que estemos llenos de la gracia del Espíritu Santo. “Cristo, resucitado y glorificado, es la fuente de nuestra esperanza”, nos asegura el Papa. «No nos faltará Su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda” (#275). Hemos recibido su Espíritu, y por eso tenemos el poder de deshacernos de las cadenas que nos hemos forjado y de obrar maravillas en nombre de Jesús.
Fijémonos en el ejemplo de la Virgen María. “Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés” (#284). Con la ayuda de María, pongámonos en manos de la Divina Providencia. Pidamos la intercesión de la Virgen para que el Espíritu Santo mueva nuestros corazones y nos conduzca por el camino de la conversión pastoral y del celo misionero.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
(Una selección de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco Evangellii Gaudium (La Alegría del Evangelio #s 25–33).)
Estado permanente de misión
Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple administración”. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un “estado permanente de misión”.
Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a su propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Una impostergable renovación eclesial
Sueño con una “opción misionera” capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto preservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: como parte de un esfuerzo para que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que inspire en los agentes pastorales una constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía, “toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial”.
La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una estructura inútil separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión.
Cada Iglesia particular, como una porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización, ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella “verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica”. Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado. Para que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma.
El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos.
Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar “una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva”. Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden “desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta”. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.
Pastoral en clave de misión
La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral que dice: “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de sus respectivas comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y hermanas, y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral.
Mi Oración para Ustedes
Únanse a mí por favor, en esta oración de Pentecostés del Papa Francisco:
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a “dedicar el esfuerzo necesario para avanzar por el camino de una conversión pastoral y misionera que no puede dejar las cosas como están actualmente”. Madre de la Iglesia, haz que estemos “permanentemente en estado de misión” en todo el mundo.