Del Cardenal: María, los Santos, y el Llamado Universal a la Santidad| 8 de noviembre 2024
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Vol. 6. No. 5
Después de esto, miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos. Iban vestidos de blanco y llevaban palmas en las manos. Todos gritaban con fuerte voz: “¡La salvación se debe a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero!” (Ap. 7,19).
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
La semana pasada, el calendario litúrgico de la Iglesia nos invitó a celebrar la Solemnidad de Todos los Santos el 1 de noviembre y la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos el 2 de noviembre. La transición del mes de María (octubre) al mes en el que damos gracias por todos los dones de Dios—empezando por la comunión de los santos—es perfecta. Después de todo, María es la reina de todos los santos y el consuelo de todos los fieles difuntos, especialmente de aquellos que aún están expiando sus pecados.
María, la Madre de la Iglesia, fue una figura importante en las deliberaciones del Concilio Vaticano II. La “Constitución Dogmática sobre la Iglesia” del Vaticano II, “Lumen Gentium”, dedica un capítulo entero a María, “signo de verdadera esperanza y consuelo para el pueblo peregrino de Dios”. El papel de María en la historia de la salvación (pasado), en la vida de la Iglesia hoy (presente) y como signo del mundo venidero (futuro) es fundamental para comprender—y aceptar—la voluntad de Dios en nuestra vida cotidiana.
María vivió en una época tumultuosa de la historia de la humanidad. La libertad religiosa estaba amenazada. Los pobres, los enfermos y las personas que, por diversas razones, se encontraban al margen de la sociedad eran perseguidos, maltratados o desatendidos. María, una judía devota, estaba rodeada de la hipocresía, la intolerancia y el engrandecimiento de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, que no ayudaban a su pueblo a ver la verdad.
¿Cuál fue la respuesta de María? La aceptación fiel de la voluntad de Dios, la dedicación a su familia y el servicio a los demás. Aunque el mundo a su alrededor era un caos, María permaneció fiel.
Todos los santos, vivos y difuntos, miran a María para encontrar el camino hacia Jesús, su Hijo divino. Miramos a esta sencilla mujer de Nazaret para aprender a vivir como Cristo quiere que vivamos, como santos, mujeres y hombres santos que responden con valentía e integridad a las exigencias del Evangelio.
Hoy celebramos a todos los santos, conocidos o desconocidos. Y hoy se nos recuerda que la llamada a la santidad es universal, dada a cada uno de nosotros en el momento de nuestro bautismo. Por eso, todos somos corresponsables de llevar a cabo la misión de la Iglesia en comunión con todos nuestros hermanos y hermanas.
La santidad es la forma de vida que vivió Jesús. Puesto que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, podríamos decir que la santidad es vivir en Cristo, con Cristo y para Cristo.
¿Cómo nos muestran los santos el modo de vivir? Evidentemente, a través del testimonio de su vida cotidiana, de sus opciones, de su voluntad de sacrificio por los demás y de su devoción a Cristo. Sus palabras y sus ejemplos son guías útiles para la vida cristiana cotidiana. Pero, ¿cuál es el secreto de su éxito al navegar por los mares oscuros y tormentosos de la vida? ¿Por qué los santos consiguen llevar una vida buena y santa cuando tantos otros luchan y fracasan?
La respuesta es la cercanía a Dios a través de la oración. Los santos son hombres y mujeres que saben rezar. Son personas que, tanto en los momentos difíciles como en los buenos, elevan su mente y su corazón al Señor. Buscan la voluntad de Dios en sus vidas. Comparten con Él sus esperanzas y frustraciones (y a veces incluso su ira). A través de su oración, se esfuerzan por estar en contacto permanente con Dios.
Los santos no siempre tienen éxito en su intenso deseo de experimentar la cercanía de Dios. A veces soportan periodos en los que Dios parece estar ausente de sus vidas, en los que parece no responder a sus peticiones de humildad, paciencia, pureza y poder para hacer la voluntad de Dios. A pesar de estos períodos secos y desalentadores, los santos no se rinden. Persisten en alabar a Dios y confiar en su misericordia.
Demos gracias a Dios por todos los santos (conocidos y desconocidos). Pidamos la gracia de ser como ellos y de ser la luz de Cristo en las tinieblas de nuestro mundo. Y pidamos la intercesión de María y de todos los santos del cielo por nosotros, peregrinos en nuestro viaje sinodal, y por todas las almas del purgatorio que anhelan ver el rostro de Jesús.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
Catecismo de la Iglesia Católica
Segunda Edición
Una pléyade de testigos
2683 Los testigos que nos han precedido en el Reino, especialmente los que la Iglesia reconoce como santos, participan en la tradición viva de la oración, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración hoy. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquéllos que han quedado en la tierra. Al entrar en la alegría de su Señor, han sido “constituidos sobre lo mucho”. Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.
2684 En la comunión de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma personal de algunos testigos del amor de Dios hacia los hombres ha sido transmitido como aconteció con el “espíritu” de Elías a Eliseo y a Juan el Bautista, para que sus seguidores puedan compartir en este espíritu. Una espiritualidad distinta que puede también elevarse al punto de convergencia de corrientes litúrgicas y teológicas, dando testimonio de la de la fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única Luz del Espíritu Santo.El Espíritu es verdaderamente la morada de los santos, y los santos son para el Espíritu un lugar donde el habita como en su propia casa, ya que se ofrecen como morada de Dios y son llamados templo suyo (San Basilio, De Spiritu Sancto).
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
Fijémonos en los “santos de la puerta de al lado” que, con sencillez, responden al mal con el bien, tienen el valor de amar a sus enemigos y de rezar por ellos. Estas mujeres y hombres santos nos sorprenden, nos confunden, porque con su vida nos impulsan a abandonar una mediocridad aburrida y monótona. He aquí algunos pasos sencillos en el camino para convertirse en un “santo de la puerta de al lado”.
Una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: “No, no hablaré mal de nadie”. Este es un paso en la santidad… Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus esperanzas y sueños, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso. [Gaudete et exsultate]
No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. De hecho, lejos de ser un asunto sombrío, la alegría cristiana suele ir acompañada de sentido del humor.
Mi Oración para Ustedes
Mi oración para toda la gente de nuestra Arquidiócesis es que tomemos las palabras de Jesús en serio, actuemos según ellas y, así, nos convirtamos en “santos de la puerta de al lado”.
Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que sufren, porque serán consolados. Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra prometida. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos. Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos. Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo (Mt 5,1–12a).
Dejemos a un lado nuestras dudas y temores. ¡Trabajemos juntos, confiando en que si hacemos lo que nuestro Señor nos pide, creceremos en santidad y seremos verdaderamente bendecidos!