Cardenal Tobin: Nos sentimos consolados e incomodos, por la venida del Señor| 20 de deciembre 2024

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Vol. 6. No. 8

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

En este tiempo de alegría, volvemos a ser conscientes de que Dios está más cerca de nosotros de lo que nos atrevemos a admitir. Por la encarnación de Jesús, el Verbo hecho carne, el Dios inmenso, omnipotente y omnisciente que creó el universo se ha convertido en Emanuel (Dios-con-nosotros). La intervención más profunda de Dios en la historia de la humanidad—y en la vida de cada uno de nosotros—demuestra sin lugar a dudas cuánto se preocupa Dios por nosotros.

El hecho de que Jesús nazca tan humildemente, en un establo rodeado de su amorosa familia y de marginados sociales (pastores) y animales domésticos, es un escándalo según cualquier criterio humano. Estamos condicionados a buscar a Dios entre los ricos y poderosos, la “gente importante” que gobierna nuestra sociedad, que impulsa nuestra economía y que controla instituciones de influencia como los medios de comunicación, nuestras empresas, escuelas, instituciones de servicios sociales y culturales y, sí, la Iglesia.

Pero Dios nos sorprende. Dios invierte nuestros valores, mostrándonos que los primeros serán los últimos, los humildes serán elevados, los ricos serán despedidos con las manos vacías y los pobres heredarán la Tierra y todos sus tesoros.

Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Lo alto es bajo. Lo rico es pobre. El poder es servicio. Estos son los caminos de Dios, no nuestros caminos. La más asombrosa de todas las paradojas divinas es el hecho de que el Dios todopoderoso venga a nosotros en la absoluta vulnerabilidad de un recién nacido, que no puede hacer nada por sí mismo y depende completamente de los cuidados amorosos que recibe de su madre, María, y de su padre adoptivo, José.

Jesús, que es a la vez divino y humano, puede ser sostenido en brazos de sus padres, amamantado por su madre, protegido por su padre y resguardado de los elementos por un simple establo. Su vida puede verse amenazada por un déspota celoso y cruel que masacra a los inocentes, y tras escapar por poco y verse obligado a huir a otro país como refugiado sin hogar, puede regresar a su tierra natal para “crecer en sabiduría, edad y gracia” en una comunidad que le nutre y apoya a él y a su familia según la antigua fe de Israel.

Es una historia extraña que se ha hecho tan familiar con el paso de los años que corremos el riesgo de perder de vista su fuerza. La historia de la Navidad es mucho más que el cuento tranquilo y doméstico en que la hemos convertido. Sí, hay mucho calor, belleza y esperanza. En pleno invierno, cuando los días son cortos y las noches largas, la historia de la Navidad nos reconforta. Y en tiempos tensos e inciertos como los nuestros, es bueno recordar que Dios no nos abandona ni nos mantiene a distancia.

Pero el hecho de la cercanía íntima de Dios también nos plantea exigencias incómodas. ¿Vivimos la paradoja navideña en nuestra vida cotidiana? ¿Qué hacemos por los pobres y los sin techo? ¿Cómo trabajamos para transformar las estructuras culturales, políticas y económicas que son opresivas e injustas? ¿Acogemos a los extranjeros—especialmente a los que han sido expulsados de su patria? ¿Insistimos en que los miembros más vulnerables de nuestra sociedad, incluidos los no nacidos, los ancianos y los enfermos, sean protegidos y cuidados de la misma manera que María y José cuidaron del recién nacido que les fue confiado?

La Navidad es una época de alegría y esperanza. Es un tiempo para dar y compartir todo lo que hemos recibido de la abundancia de Dios. Los regalos materiales que intercambiamos en Navidad son símbolos de un compartir mucho más profundo que Dios nos invita a abrazar. Estamos llamados a seguir el ejemplo de Dios, entregándonos con gratitud por amor a Dios y a la familia humana.

¡Que tengan una Feliz Navidad y la paz de Dios en el Año Nuevo!

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


¡Oh, ven, oh, ven Emmanuel!

El popular himno de Adviento ‘O Come, O Come Emmanuel’ fue escrito originalmente en latín con el título ‘Veni, Veni, Emmanuel’. El himno latino data de 1701. La traducción inglesa de James Mason Neale apareció por primera vez en 1851. El texto del himno se basa en las tradicionales antífonas O que acompañan al Magnificat en la oración de la tarde durante los últimos días del Adviento (17-23 de diciembre). Estas antífonas expresan el anhelo de todo el pueblo de Dios por la venida de nuestro Redentor. Nos invitan a alegrarnos en el Señor, confiados en su venida—que ahuyenta ahora y para siempre las sombras de la muerte.

!Oh, ven, oh, ven Emanuel!,
Libera al cautivo Israel
Que sufre desterrado aquí
y espera al Hijo de David
¡Alégrate, alégrate! Emanuel
Vendrá a ti, oh, Israel.

¡Oh ven!, ¡Tú, Vara de Isaí!
Redime al pueblo infeliz
Del poderío infernal,
Y danos vida celestial.
¡Alégrate, alégrate! Emanuel
Vendrá a ti, oh, Israel.

¡Oh, ven, tú, Aurora celestial, Alúmbranos con tu verdad,
Disipa toda oscuridad
Y danos días de solaz
¡Alégrate, alégrate! Emanuel
Vendrá a ti, oh, Israel.

Oh ven, Llave de David, ven
Abre el celeste hogar feliz;
Haz que lleguemos bien allá,
Y cierra el paso a la maldad.
¡Regocíjate, regocíjate! Emanuel
Vendrá a ti, oh, Israel.

Oh ven, oh ven, Tú Señor de poder,
Que a tus tribus, en la altura del Sinaí,
En tiempos antiguos diste la Ley
En nube, majestuosidad y temor
¡Alégrate, alégrate! Emanuel
Vendrá a ti, oh, Israel.


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

A continuación, una selección de la Carta Encíclica Dilexit Nos (Nos Amó).

217. [Dilexit Nos] nos permite descubrir que lo escrito en las Encíclicas Sociales Laudato Si’ and Fratelli Tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común.

218. En un mundo donde todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Sólo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas. El amor de Cristo está fuera de ese engranaje perverso y sólo él puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito. Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente.

219. La Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades. De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva.

220. Pido al Señor Jesucristo que de su Sagrado Corazón broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto. Bendito sea por siempre.


Mi Oración para Ustedes


Ven, Emanuel, Dios con nosotros, y llena nuestros corazones de la misma bondad amorosa que encontramos en tu Sagrado Corazón. Ayúdanos a apreciar este amor y a compartirlo generosamente con los demás—especialmente con nuestros hermanos y hermanas pobres, sin techo, enfermos o que sufren cualquier forma de opresión (física, emocional o espiritual).

Mientras continuamos nuestro camino sinodal durante este santo tiempo de Adviento, llena nuestros corazones de gratitud por tu venida hace dos mil años, por la alegría de tu presencia entre nosotros ahora (especialmente en la Sagrada Eucaristía), y por tu venida de nuevo en gloria en el Último Día. Amén.