Cardenal Tobin: Nuestro viaje cuaresmal, una peregrinación de esperanza
Haga clic a un botón para ver la sección

Vol. 6. No. 14
Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo:
El tema del Año Jubilar 2025 es “Peregrinos de la Esperanza”. Las peregrinaciones son tan antiguas como el judaísmo y el cristianismo (y muchas otras tradiciones religiosas). San Lucas nos cuenta que la Sagrada Familia (Jesús, María y José) peregrinaba anualmente de Nazaret a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua.
El Papa Benedicto XVI escribe en Jesús de Nazaret: La Infancia de Jesús que el significado más profundo de estas peregrinaciones anuales para el pueblo judío era la poderosa afirmación de que Israel era “el pueblo peregrino de Dios, siempre en camino hacia su Dios y recibiendo su identidad y unidad del encuentro con Dios en el único Templo. La Sagrada Familia ocupa su lugar dentro de esta gran comunidad peregrina en su camino hacia el Templo y hacia Dios”.
En su Bula de Convocación del Año Jubilar 2025, titulada Spes non confundit (La esperanza no defrauda), el Papa Francisco aborda con cierto detalle la virtud de la esperanza.
El Papa se centra en el tema de la esperanza como mensaje central de su papado. (Su autobiografía, recientemente publicada, se titula “Esperanza”). El Papa Francisco insta a los creyentes a aprovechar este Año Santo como un momento para renovar su esperanza en Dios en medio de los desafíos globales, destacando especialmente la necesidad de paz y de hacer frente al sufrimiento a través de la diplomacia y la acción social. El Santo Padre nos llama a todos a ser “Peregrinos de la Esperanza” que trabajan activamente por un futuro mejor comprometiéndose con los signos de esperanza presentes en el mundo, incluso en tiempos difíciles.
Todos sabemos lo que significa la esperanza en nuestras vidas. Incluso cuando está ausente, la anhelamos porque sabemos intuitivamente que sin esperanza todo está perdido. En el corazón de cada persona, la esperanza se revela como el deseo y la expectativa de cosas buenas por venir, a pesar de que no sabemos lo que nos deparará el futuro. No podemos saber con certeza lo que sucederá, pero siempre tenemos esperanza, incluso en las circunstancias más difíciles.
Según el Papa Francisco:
La imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. La esperanza es la virtud que destruye la desesperación y nos permite creer en la capacidad de Dios para transformar la oscuridad en luz.
Los cristianos continuamos la tradición de la peregrinación con un espíritu profundamente esperanzado, y reconocemos que nuestro destino no es un edificio como el Templo, ni ningún lugar terrenal por santo que sea. Nuestra peregrinación es un viaje espiritual que nos permite seguir a Jesús en el Camino de la Cruz. En esta peregrinación, hay muchas paradas en el camino, y a veces muchos desvíos, pero nuestro destino final es la alegría del cielo—nuestra verdadera patria, donde estaremos unidos a Dios y a toda su familia por toda la eternidad.
Nosotros, discípulos del Divino Redentor, creemos que la esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón traspasado de Jesús en la Cruz. El Espíritu Santo ilumina a todos los creyentes con la luz de la esperanza. Él mantiene esa luz encendida, como una lámpara siempre ardiente, para sostener y vigorizar nuestras vidas. La esperanza cristiana no engaña ni defrauda, porque se fundamenta en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos jamás del amor de Dios.
Las seis semanas de Cuaresma son un tiempo en el que tenemos la oportunidad de alistarnos, de prepararnos, para la alegría especial que viene con el Triduo Pascual, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La luz de la esperanza nos guía mientras los peregrinos seguimos las huellas de Jesús. Y el Espíritu Santo nos une como compañeros de viaje, impidiendo que nos perdamos o nos desanimemos en nuestro camino de peregrinos.
Durante este Año Jubilar, y especialmente en Cuaresma, seamos Peregrinos de la Esperanza confiados que caminan juntos con Jesús en los tiempos buenos y en los tiempos difíciles. Que el Espíritu Santo nos acompañe y nos lleve a todos a la alegría de la Pascua.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark

Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
Caminemos juntos en la esperanza
Queridos hermanos y hermanas,
Comenzamos nuestra peregrinación anual de Cuaresma en la fe y la esperanza con el rito penitencial de la imposición de la ceniza. La Iglesia, nuestra madre y maestra, nos invita a abrir nuestro corazón a la gracia de Dios, para que podamos celebrar con gran alegría la victoria pascual de Cristo Señor sobre el pecado y la muerte, que llevó a San Pablo a exclamar: “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Co 15, 54-55). En efecto, Jesucristo, crucificado y resucitado, es el corazón de nuestra fe y la prenda de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre, ya cumplida en su Hijo amado: la vida eterna (cf. Jn 10,28; 17,3).
En esta Cuaresma, en la que participamos de la gracia del Año Jubilar, quisiera proponer algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza, y sobre la llamada a la conversión que Dios, en su misericordia, nos dirige a todos, como individuos y como comunidad.
En primer lugar, viajar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de la Esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida, tal como se relata en el Libro del Éxodo. Este arduo camino de la esclavitud a la libertad fue querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y le es siempre fiel. Es difícil pensar en el éxodo bíblico sin pensar también en aquellos de nuestros hermanos y hermanas que en nuestros días huyen de situaciones de miseria y violencia en busca de una vida mejor para ellos y para sus seres queridos. Así pues, una primera llamada a la conversión surge de la constatación de que todos somos peregrinos en esta vida; cada uno de nosotros está invitado a detenerse y preguntarse cómo refleja su vida este hecho. ¿Estoy realmente en camino, o estoy parado, sin moverme, inmovilizado por el miedo y la desesperanza o reacio a salir de mi zona de confort? ¿Estoy buscando la manera de dejar atrás las ocasiones de pecado y las situaciones que degradan mi dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal que comparásemos nuestra vida cotidiana con la de algún emigrante o extranjero, para aprender a compadecernos de sus experiencias y así descubrir lo que Dios nos pide para que podamos avanzar mejor en nuestro camino hacia la casa del Padre. Este sería un buen “examen de conciencia” para todos nosotros, caminantes.
En segundo lugar, a caminar juntos. La Iglesia está llamada a caminar unida, a ser sinodal. Los cristianos están llamados a caminar al lado de los demás, y nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a no quedarnos ensimismados, sino a salir de nosotros mismos y seguir caminando hacia Dios y hacia nuestros hermanos. Caminar juntos significa consolidar la unidad fundada en nuestra común dignidad de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28). Significa caminar codo con codo, sin empujones ni pisotones, sin envidias ni hipocresías, sin dejar que nadie se quede atrás ni excluido. Caminemos todos en la misma dirección, tendiendo hacia la misma meta, atentos los unos a los otros en el amor y la paciencia.
En esta Cuaresma, Dios nos pide que examinemos si en nuestras vidas, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos y pasamos nuestro tiempo, somos capaces de caminar junto a los demás, escuchándoles, resistiendo a la tentación de ensimismarnos y pensar sólo en nuestras propias necesidades.
Preguntémonos en presencia del Señor si, como obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos al servicio del Reino de Dios, cooperamos con los demás. Si nos mostramos acogedores, con gestos concretos, con los que están cerca y los que están lejos. Si hacemos que los demás se sientan parte de la comunidad o los mantenemos a distancia. Esta es, pues, una segunda llamada a la conversión: una llamada a la sinodalidad.
En tercer lugar, caminemos juntos con esperanza, pues se nos ha hecho una promesa. Que la esperanza que no defrauda (cf. Rom 5,5), mensaje central del Jubileo, sea el centro de nuestro camino cuaresmal hacia la victoria de la Pascua. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi, “el ser humano tiene necesidad de amor incondicional. Necesita la certeza que le hace decir: ‘ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni lo alto, ni lo profundo, ni nada de cuanto existe, podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro’ (Rom 8, 38-39)”. Cristo, mi esperanza, ha resucitado. Vive y reina en la gloria. La muerte se ha transformado en triunfo, y en esto descansa la fe y la gran esperanza de los cristianos: ¡en la resurrección de Cristo!
Esta es, pues, la tercera llamada a la conversión: una llamada a la esperanza, a la confianza en Dios y en su gran promesa de vida eterna. Preguntémonos: ¿Estoy convencido de que el Señor perdona mis pecados? ¿O actúo como si pudiera salvarme por mí mismo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para alcanzarla? ¿Experimento concretamente la esperanza que me permite interpretar los acontecimientos de la historia y me inspira un compromiso por la justicia y la fraternidad, por el cuidado de nuestra casa común y de tal manera que nadie se sienta excluido?
Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo, somos sostenidos en la esperanza que no defrauda (cf. Rom 5,5). La esperanza es el “ancla segura y firme del alma”. Mueve a la Iglesia a orar para que “todos se salven” (1 Tim 2, 4) y a esperar su unión con Cristo, su esposo, en la gloria del cielo. Esta era la oración de santa Teresa de Ávila: “Espera, alma mía, espera. No sabes ni el día ni la hora. Mira con cuidado, que todo pasa presto, aunque tu impaciencia haga dudoso lo que es cierto, y convierta en largo un tiempo muy corto” (Exclamaciones del alma a Dios, 15,3).
Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en nuestro camino cuaresmal.
Fuente: Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2025
Mi Oración para Ustedes

Oremos juntos:
Durante este tiempo santo de Cuaresma, crea en nosotros, Señor, un corazón limpio. Ayúdanos a prepararnos para la alegría de la Pascua meditando el Padre Nuestro y añadiendo siempre a nuestras oraciones de petición “hágase tu voluntad, no la mía”. Que nuestra fe en Ti nos sostenga a través de todas las dificultades que debemos soportar en este tiempo de pandemia, malestar social y dificultades económicas. Ayúdanos a depositar en Ti, Señor, todas nuestras angustias. Sabemos que Tú cuidarás de nosotros y que nos protegerás de todo mal. Amén.