Del Cardenal: Reflexiones sobre el XVI Sínodo de los Obispos: Abrazar la sinodalidad y la misión de la Iglesia| 25 de octubre 2024
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Vol. 6. No. 4
Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,
Durante las últimas semanas, he estado inmerso en la oración, la escucha atenta y el diálogo como parte de la segunda y última sesión de la 16ª Asamblea General del Sínodo de los Obispos que se está celebrando aquí en el Vaticano. Estoy agradecido al Papa Francisco por la oportunidad de representar a la Arquidiócesis de Newark en esta reunión llena del Espíritu de los participantes de todo el mundo, y estoy ansioso por compartir con ustedes algunos de mis pensamientos y experiencias.
Los Sínodos son tan antiguos como la Iglesia misma, y se encuentran entre las formas más importantes que tenemos para permitir que el Espíritu Santo guíe las deliberaciones y acciones de los líderes de la Iglesia. Como nos dijo el Papa Francisco en su discurso de apertura (véase más abajo), la composición del Sínodo “expresa un modo de ejercer el ministerio episcopal coherente con la Tradición viva de la Iglesia y con la enseñanza del Concilio Vaticano Segundo”. El modo en que está estructurado el Sínodo asegura que nosotros, que somos líderes corresponsables en la Iglesia, prestemos cuidadosa atención al Pueblo de Dios—mediante oportunidades de escucha previas a nuestra reunión en el Vaticano y mediante la invitación a representantes del Pueblo de Dios a reunirse junto a nosotros y participar en nuestras deliberaciones.
“Nunca un obispo, o cualquier otro cristiano, puede pensar en sí mismo ‘sin los demás’, insiste el Papa Francisco. “Así como nadie se salva solo, el anuncio de la salvación necesita de todos y exige que todos sean escuchados”. La tarea de escuchar a todos, y de estar atentos a las esperanzas y sueños, alegrías y frustraciones, de todo el pueblo de Dios sería desalentadora, de hecho, si no fuera por la presencia del Espíritu Santo que abre nuestras mentes y corazones y nos permite escuchar la Palabra de Dios, y a los demás, con humildad y confianza.
Tal y como estableció el Papa san Pablo VI hace casi 60 años (véase más abajo), cada Sínodo de los Obispos se organiza en tres partes: 1) la fase preparatoria, en la que tiene lugar la consulta al Pueblo de Dios sobre los temas indicados por el papa; 2) la fase celebrativa, caracterizada por la reunión de los obispos; y 3) la fase de implementación, en la que las conclusiones del Sínodo, una vez aprobadas por el papa, son aceptadas por las iglesias locales e integradas en su vida pastoral.
Nuestra Arquidiócesis participó plenamente en la primera fase del Sínodo sobre la Sinodalidad iniciado por el Papa Francisco en 2021. A medida que completemos la segunda fase del Sínodo a finales de este mes, estaré ansioso por regresar a casa en el norte de New Jersey y comenzar a colaborar con mis colegas para diseñar y ejecutar la fase de implementación de este momento histórico en la vida de nuestra Iglesia.
El Papa Francisco nos recuerda que “El Espíritu Santo siempre nos acompaña”. Tanto en los momentos buenos como en los difíciles, el Espíritu de Dios “enjuga nuestras lágrimas y nos consuela porque nos comunica el don de la esperanza de Dios”. El Santo Padre asegura que, por muy abatidos y derrotados que nos sintamos, “Dios nunca se cansa; su amor es incansable”.
La misión de anunciar con alegría la Buena Nueva de nuestra salvación en Cristo ha sido encomendada a cada bautizado, independientemente de nuestra situación en la vida o de nuestro estatus en la Iglesia. Todos somos corresponsables. Todos somos administradores de los dones materiales y espirituales de Dios. Y todos somos discípulos misioneros llamados a llevar el mensaje de sanación y esperanza de Cristo a todos… a todos sin excepción.
Estoy deseoso de regresar a nuestra Arquidiócesis. Espero haberme refrescado y renovado con mi inmersión de un mes en la cultura y la experiencia de la sinodalidad, y estoy deseando compartir con ustedes mis pensamientos e impresiones basadas en lo que he oído decir a muchos otros.
Que la Madre de nuestro Redentor, que escuchó en oración las palabras del mensajero de Dios, y que respondió desde lo más profundo de su corazón, diciendo “Sí” a la invitación de Dios a asumir su papel absolutamente único en la historia de nuestra salvación, interceda por nosotros y nos dé esperanza.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
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El Sinodo de los obispos
(Una selección de el “Perfil” que explica los orígenes y objetivos de la forma presente del Sínodo de los Obispos.)
El Sínodo de los Obispos fue instituido por San Pablo VI el 15 de septiembre 1965 a través del Motu Proprio Apostolica Sollicitudo. Su creación tuvo lugar en el contexto del Concilio Vaticano Segundo que, con la Constitución Dogmática Lumen Gentium (21 de noviembre de 1964), se había concentrado ampliamente sobre la doctrina del episcopado, convocando a una mayor participación de los Obispos cum et sub Petro, en las cuestiones que interesan a la Iglesia Universal.
El Decreto Conciliar Christus Dominus (28 de octubre de 1965) describe de esta manera el reciente Organismo instituido: “Los Obispos elegidos de entre las diversas regiones del mundo, en la forma y disposición que el Romano Pontífice ha establecido o tengan a bien establecer en lo sucesivo, prestan al Supremo Pastor de la Iglesia una ayuda más eficaz constituyendo un consejo que se designa con el nombre de sínodo episcopal, el cual, puesto que obra en nombre de todo el episcopado católico, manifiesta, al mismo tiempo, que todos los Obispos en comunión jerárquica son partícipes de la solicitud de toda la Iglesia”(n. 5).
Recientemente el Papa Francisco, con la Constitución Apostólica Episcopalis communio (15 de septiembre de 2018), ha renovado profundamente el Sínodo de los Obispos, incluyéndolo en el marco de la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia, a todos los niveles de su existencia.
En particular, el Sínodo viene comprendido como un proceso articulado en tres fases: la fase preparatoria, en la que tiene lugar la consultación del Pueblo de Dios sobre temas indicados por el Sumo Pontífice; la fase celebrativa, caracterizada por la reunión de los Obispos en asamblea; y la fase de actuación, en la que las conclusiones del Sínodo, aprobadas por el Romano Pontífice, deben ser acogidas por la Iglesia. La fase central, en la que los pastores se dedican al discernimiento, está precedida y sucedida por fases en las que se involucran a la totalidad del Pueblo de Dios, en la pluralidad de sus componentes.
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
(Selecciones del Discurso del Santo Padre en la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (Octubre 2–27, 2024).)
Esta Asamblea, guiada por el Espíritu Santo, que “doma el espíritu indómito, infunde calor de vida en el hielo, guía al que tuerce el sendero”, deberá ofrecer su contribución para que se conforme una Iglesia sinodal en misión, que sepa salir de sí misma y habitar las periferias geográficas y existenciales cuidando que se establezcan lazos con todos en Cristo nuestro Hermano y Señor.
El Espíritu Santo nos acompaña siempre. Es consuelo en la tristeza y en el llanto, sobre todo, cuando — precisamente por el amor que nutrimos por la humanidad — frente a lo que no va bien, a las injusticias que prevalecen, a la obstinación con la que nos oponemos a responder con el bien frente al mal, a la dificultad de perdonar, a la falta de valentía para buscar la paz, caemos en el desánimo, nos parece que no haya nada que hacer y nos entregamos a la desesperación. Así como la esperanza es la virtud más humilde pero también la más fuerte, la desesperación es lo peor.
El Espíritu Santo enjuga las lágrimas y consuela porque comunica la esperanza de Dios. Dios no se cansa, porque su amor no se cansa….
Ayer, durante el Servicio Penitencial tuvimos esta experiencia. Hemos pedido perdón, nos hemos reconocido pecadores. Hemos dejado de lado el orgullo, nos hemos alejado de la presunción de sentirnos mejores que los demás. ¿Nos ha ayudado a ser más humildes?
También la humildad es un don del Espíritu Santo, y debemos pedírselo. La humildad como dice la etimología de la palabra nos restituye a la tierra, al humus, y nos recuerda el origen, donde sin el soplo del Creador continuaríamos siendo barro sin vida. La humildad nos permite mirar al mundo reconociendo que no somos mejores que los demás. Como dice san Pablo: “no quieran sobresalir” (Rm 12,16). No se puede ser humildes sin amor… Esta es la humildad solidaria y compasiva, de quien se siente hermano y hermana de todos, padeciendo el mismo dolor, y reconociendo en las heridas y en las llagas de cada uno, las heridas y las llagas de nuestro Señor.
Los invito a meditar en oración sobre este hermoso texto espiritual, y a reconocer que la Iglesia – semper reformanda – no puede caminar y renovarse sin el Espíritu Santo y sus sorpresas; sin dejarse modelar por las manos de Dios creador, del Hijo, Jesucristo, y del Espíritu Santo, como nos enseña san Irineo de Lyon (Contra las herejías, IV, 20, 1).
En efecto, desde que en el principio Dios sacó de la tierra al hombre y a la mujer; desde que Dios llamó a Abraham a ser una bendición para todos los pueblos de la tierra y llamó a Moisés para conducir a través del desierto a un pueblo liberado de la esclavitud; desde que la Virgen María acogió la Palabra que la hizo Madre del Hijo de Dios según la carne y Madre de cada discípulo y de cada discípula de su Hijo; desde que el Señor Jesús, crucificado y resucitado, derramó su Santo Espíritu en Pentecostés – desde entonces estamos en camino, como ‘misericordiados’, hacia el pleno y definitivo cumplimiento del amor del Padre. Y no olvidemos esta palabra: somos misericordiados.
Conocemos la belleza y la fatiga del camino. Lo recorremos juntos, como pueblo que, también en este tiempo, es signo e instrumento de íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (Lumen Gentium, 1). Lo recorremos con cada hombre y cada mujer de buena voluntad y para todos ellos, pues en cada uno de ellos trabaja invisiblemente la gracia (Gaudium et Spes, 22). Lo recorremos convencidos de la esencia “relacional” de la Iglesia, cuidando que las relaciones que nos han sido donadas y encomendadas a nuestra responsable creatividad sean siempre manifestaciones de la gratuidad de la misericordia. Alguien que se dice cristiano y no entra en la gratuidad y en la misericordia de Dios es simplemente un ateo disfrazado de cristiano. La misericordia de Dios nos hace confiables y responsables.
Hermanas, hermanos, recorramos este camino sabiendo que hemos sido llamados a reflejar la luz de nuestro sol, que es Cristo, como pálida luna que asume fiel y gozosamente la misión de ser para el mundo sacramento de aquella luz, que no brilla por nosotros mismos.
La 16ªAsamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que llega ahora a su Segunda Sesión, está manifestando en modo original este “caminar juntos” del pueblo de Dios…. La composición de esta 16ª Asamblea es por tanto algo más que un hecho contingente. Esta expresa una modalidad del ejercicio del ministerio episcopal coherente con la Tradición viva de la Iglesia y con la enseñanza del Concilio Vaticano Segundo. Nunca un obispo, como tampoco ningún cristiano, puede pensar en sí mismo “sin el otro”. Como nadie se salva solo, el anuncio de la salvación tiene necesidad de todos y de que todos sean escuchados.
La presencia en la Asamblea del Sínodo de los Obispos de miembros que no son obispos no disminuye la dimensión “episcopal” de la Asamblea. Y esto lo menciono por si surge alguna tempestad de rumores que van de un lado para otro. Mucho menos pone algún límite o deroga la autoridad propia de cada obispo y del Colegio episcopal. Esta más bien señala la forma en que está llamado a asumir el ejercicio de la autoridad episcopal en una Iglesia consciente de ser constitutivamente relacional y por ello sinodal. La relación con Cristo y entre todos en Cristo – aquellos que están y los que todavía no están, pero que el Padre espera – realiza la sustancia y modela en cada tiempo la forma de la Iglesia.
Se deben individuar, en tiempos adecuados, distintas formas de ejercicio “colegial” y “sinodal” del ministerio episcopal (en las Iglesias particulares, en los agrupamientos de Iglesias, y en toda la Iglesia), siempre respetando el depósito de la fe y la Tradición viva, siempre respondiendo a lo que el Espíritu pide a las Iglesias en este tiempo particular y en los distintos contextos en los que viven. Y no olvidemos que el Espíritu es la armonía. Pensemos en aquella mañana de Pentecostés. Había un tremendo desorden, pero Él construía la armonía en medio de ese desorden. No olvidemos que Él es precisamente la armonía; no se trata de una armonía sofisticada o intelectual, sino de un todo, es una armonía existencial.
El Espíritu Santo hace posible la perenne fidelidad de la Iglesia al mandato del Señor Jesucristo y la perenne escucha de su palabra. El Espíritu guía a los discípulos hacia la verdad toda entera (Jn 16,13). Nos está guiando también a nosotros, reunidos en el Espíritu Santo en esta Asamblea, para dar una respuesta, después de tres años de camino, a la pregunta “cómo ser Iglesia sinodal misionera”. Yo agregaría también, misericordiosa.
Con el corazón lleno de esperanza y de gratitud, consciente de la exigente tarea que se les ha confiado – que se nos ha confiado – deseo a todos una apertura que sea disponible a la acción del Espíritu Santo, nuestro guía seguro, nuestra consolación.
¡Gracias!
Mi Oración para Ustedes
Por favor únanse a mí en esta oración al Espíritu Santo por el éxito del Sínodo.
Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestras mentes y corazones con sabiduría y comprensión. Ayúdanos a discernir cómo ser una Iglesia sinodal misionera comprometida con la escucha atenta y el diálogo respetuoso con todos nuestros hermanos y hermanas. Que nuestro camino sinodal conduzca a todo el pueblo peregrino de Dios a nuestro hogar celestial. Amén.