Del Cardenal: Tenemos que participar en la política por el bien común | 9 de agosto 2024

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Vol. 5. No. 23

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

En estos tiempos de incertidumbre política, es tentador ser cínico sobre las motivaciones y tácticas de los políticos y querer desentenderse de la política. Pero a pesar de lo que la gente suele decir, “política” no es una mala palabra. De hecho, como nos recuerda enérgicamente el Papa Francisco, los cristianos comprometidos y los ciudadanos fieles deben participar activamente en la política para garantizar el bien común.

Dadas todas las amenazas a las que nos enfrentamos aquí en casa y en otras partes del mundo, no podemos evitar preguntarnos: En una época de agitación política, ¿es realmente posible mantener la visión de los fundadores de nuestra nación de una sociedad libre que garantice la libertad, la justicia y la igualdad para todos?

Creo que la respuesta es un rotundo “¡Sí!”. Pero para tener éxito, todos los ciudadanos deben tener una confianza razonable en su liderazgo político, y deben participar en el proceso político de manera significativa.

Como escribió el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti: “Para que una sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un sentido respeto hacia la verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos. . . . Una sociedad es noble y respetable también por su cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más fundamentales”. (Fratelli Tutti, no. 207). Y, como hemos escrito los obispos de Estados Unidos en nuestra declaración 2023 sobre El Papel de la Iglesia en la Vida Pública (véase más abajo):

Las verdades que guían la vida pública pueden ser conocidas por la razón natural. La naturaleza sagrada de la vida humana, la igual dignidad de todos los individuos, la obligación de proteger a los vulnerables, la naturaleza y los propósitos del sexo, el matrimonio y la familia—no son verdades exclusivamente “religiosas”, sino verdades que todas las personas de buena voluntad pueden llegar a conocer sin la ayuda de la revelación. Nuestra fe católica ilumina estas verdades y por eso tenemos el deber de llevar esa luz a nuestra nación.

Tenemos el deber de participar activamente en el proceso político de acuerdo con nuestra situación en la vida. Esto incluye votar por los candidatos y las políticas que realmente creemos, en conciencia, que representan lo mejor para nuestra nación, para su gente y para nuestras relaciones con otras naciones y con la comunidad mundial en su conjunto. También significa trabajar por la paz, la justicia y la igualdad en nuestras comunidades locales y en los asuntos nacionales e internacionales.

En su reciente discurso con motivo del 80º aniversario del Desembarco de Normandía (véase más abajo), el Papa Francisco expresó una vez más el ferviente deseo de la Iglesia: ¡Nunca más la guerra! Nunca más los horrores y atrocidades de naciones que “destruyen este noble orden de cosas por ambiciones ideológicas, nacionalistas o económicas”. Si nosotros, que aspiramos a ser fieles católicos y buenos ciudadanos, no participamos activamente en el proceso político—tan incierto y desordenado como sin duda es hoy—estamos abandonando nuestra responsabilidad de garantizar el bien común.

Como ciudadanos fieles y participantes activos en el proceso político, debemos denunciar todas las formas de violencia política y armada y la retórica que la incita. Como miembros comprometidos de la comunidad católica, debemos implorar a María Inmaculada, Madre de Dios y Patrona de los Estados Unidos de América, que ruegue por la paz en nuestros corazones, en nuestras comunidades, en nuestra nación y en todo el mundo.

Que el Espíritu Santo de Dios, que inflama los corazones del pueblo de Dios con valentía, sabiduría y gracia, nos capacite a todos para participar plenamente en la política de nuestros días. Y que actuemos en conciencia para el bien de todos.

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Imagen de USCCB

El Papel de la Iglesia en la Vida Pública

“Debemos participar por el bien común. A veces oímos: un buen católico no se interesa por la política. Esto no es verdad: los buenos católicos se sumergen en la política ofreciendo lo mejor de sí mismos para que el líder pueda gobernar.” Papa Francisco, Meditación de la Mañana

La Iglesia es el cuerpo de Cristo, que reina como rey sobre toda la Creación. Todo, incluida la vida política, pertenece a Jesucristo y, por tanto, la participación en la vida política pertenece a la misión de la Iglesia. “El mandato es: ‘Vayan por todo el mundo, y anuncien la Buena Noticia a toda la creación’ (Mc 16,15), . . . Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana . . . ‘Nada de lo humano le puede resultar extraño’”. Papa Francisco, Evangelii Gaudium, no. 181, citando el Documento de Aparecida, no. 380

Nuestra tradición nacional de libertad religiosa permite y alienta a todas las personas de fe a aplicar las ideas de sus tradiciones religiosas en cuestiones políticas. Como afirmó el Papa Francisco durante su visita a Estados Unidos, “La libertad religiosa, por su naturaleza, trasciende los lugares de culto y la esfera privada de los individuos y las familias… El hecho religioso, la dimensión religiosa, no es una subcultura, es parte de la cultura de cualquier pueblo y de cualquier nación”.

“Para que una sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un sentido respeto hacia la verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos . . . Una sociedad es noble y respetable también por su cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más fundamentales” (Fratelli Tutti, no. 207). Las verdades que guían la vida pública pueden ser conocidas por la razón natural. La naturaleza sagrada de la vida humana, la igual dignidad de todos los individuos, la obligación de proteger a los vulnerables, la naturaleza y los propósitos del sexo, el matrimonio y la familia, no son verdades exclusivamente “religiosas”, sino verdades que todas las personas de buena voluntad pueden llegar a conocer sin la ayuda de la revelación. Nuestra fe católica ilumina estas verdades y por eso tenemos el deber de llevar esa luz a nuestra nación.

“La verdad es algo que recibimos, no algo que hacemos. Sólo podemos juzgar usando la conciencia que tenemos, pero nuestros juicios no hacen que las cosas sean verdaderas”.

Muchas partes, todas en un solo cuerpo

Cada uno de los obispos y sus colaboradores pastorales tienen funciones distintas en la misión de la Iglesia. Los obispos tienen la responsabilidad de gobernar la sociedad de la Iglesia, transmitir la doctrina y la tradición y administrar los sacramentos. Los laicos están llamados a llevar el evangelio al mundo. Si bien muchos laicos participan en roles de liderazgo y servicio dentro de la Iglesia, el papel principal de los laicos sigue siendo abogar por la justicia, servir en cargos públicos e informar la vida diaria con el evangelio. “El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos” (Deus Caritas Est, no. 29).

La participación en la vida política requiere juicios sobre circunstancias concretas. Si bien los obispos, junto con sus compañeros de trabajo, ayudan a formar a los laicos de acuerdo con principios básicos, no les dicen que voten por ciertos candidatos en particular. En estos asuntos, a menudo complejos, es responsabilidad de los laicos formar su conciencia y crecer en la virtud de la prudencia para considerar las muchas y variadas cuestiones del día con el modo de pensar de Cristo

Formando la Conciencia para ser Ciudadanos Fieles

La conciencia es “un juicio de la razón” mediante el cual uno determina si una acción es correcta o incorrecta (consulten el Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1778). No nos permite justificar hacer lo que queramos, ni es un mero “sentimiento”. La conciencia—debidamente formada según la revelación de Dios y las enseñanzas de la Iglesia—es un medio por el cual se escucha a Dios y se discierne cómo actuar de acuerdo con la verdad. La verdad es algo que recibimos, no algo que hacemos. Sólo podemos juzgar usando la conciencia que tenemos, pero nuestros juicios no hacen que las cosas sean verdaderas.

Es nuestra responsabilidad aprender más sobre la enseñanza y la tradición católicas, participar en la vida de la Iglesia, aprender de fuentes confiables sobre las cuestiones que enfrentan nuestras comunidades y hacer todo lo posible para hacer juicios sabios sobre los candidatos y las acciones gubernamentales. Estas decisiones deben tener en cuenta los compromisos, el carácter, y la integridad del candidato, así como su capacidad para influir en una cuestión determinada. Así equipados, y aún más impulsados por nuestro sentido de patriotismo, ejercemos nuestro derecho y deber de votar y de participar activamente en la vida pública. Al formar nuestra conciencia para ser ciudadanos fieles, podemos buscar mejor el bien común y así obedecer el mandato de nuestro Señor de amar a nuestro prójimo.

(Lo siguiente fue aprobado por el cuerpo de obispos de Estados Unidos en noviembre de 2023. Encuentre esto y más recursos complementarios en www.usccb.org/es/issues-and-action/faithful-citizenship/index.cfm.)


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una Selección del Mensaje del Santo Padre Papa Francisco con motivo del 80º Aniversario del Desembarco de Normandía. L’Osservatore Romano, Edición Semanal en español, año LXI, número 23, viernes 7 de junio de 2024, p. 13.)

Me complace unirme, con el pensamiento y la oración, a todas las personas reunidas en esta Catedral de Bayeux para conmemorar el 80º aniversario del desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía. Saludo a todas las autoridades civiles, religiosas y militares presentes.

Conservamos en la memoria el recuerdo de aquel colosal e impresionante esfuerzo colectivo y militar realizado para lograr el retorno a la libertad. Y pensemos también en el precio pagado por ese esfuerzo: esos inmensos cementerios donde se alinean miles de tumbas de soldados — en su mayoría muy jóvenes y muchos venidos de lejos — que heroicamente dieron sus vidas, permitiendo así el fin de la Segunda Guerra Mundial y el restablecimiento de la paz, una paz que — al menos para Europa — dura desde hace unos 80 años. El desembarco también trae a la mente, causando consternación, la imagen de esas ciudades de Normandía completamente devastadas: Caen, Le Havre, Saint-Lô, Cherbourg, Flers, Rouen, Lisieux, Falaise, Argentan… y muchas otras; y también queremos recordar a las innumerables víctimas civiles inocentes y a todos aquellos que sufrieron esos terribles bombardeos.  

Pero el desembarco evoca, más en general, el desastre representado por ese terrible conflicto mundial en el que tantos hombres, mujeres y niños han sufrido, tantas familias han sido desgarradas, tantas ruinas han sido provocadas. Sería inútil e hipócrita recordarlo sin condenarlo y rechazarlo definitivamente; sin renovar el grito de san Pablo VI en la tribuna de la ONU, el 4 de octubre de 1965: ¡Nunca más la guerra!  Si, durante varias décadas, el recuerdo de los errores del pasado ha sostenido la firme voluntad de hacer todo lo posible para evitar que estallara un nuevo conflicto mundial abierto, constato con tristeza que hoy ya no es así y que los hombres tienen la memoria corta. ¡Que esta conmemoración nos ayude a encontrarla!

De hecho, es preocupante que la hipótesis de un conflicto generalizado a veces se tome en serio de nuevo, que los pueblos se vayan acostumbrando poco a poco a esta inaceptable eventualidad. ¡Los pueblos quieren la paz! Quieren condiciones de estabilidad, seguridad y prosperidad, en las que cada uno pueda cumplir serenamente su deber y su destino. Arruinar este noble orden de las cosas por ambiciones ideológicas, nacionalistas, económicas es una falta grave ante los hombres y ante la historia, un pecado ante Dios.

Por eso, Excelencia, deseo unirme a su oración y a la de todos los que se han reunido en su Catedral:

Oremos por los hombres que quieren las guerras, por los que las desencadenan, las alimentan de manera insensata, las mantienen y las prolongan inútilmente, o sacan cínicamente provecho de ellas. ¡Que Dios ilumine sus corazones, que ponga ante sus ojos el cortejo de desgracias que provocan!

Oremos por los pacificadores. Querer la paz no es cobardía, al contrario, requiere mucho coraje, el coraje de saber renunciar a algo. Aunque el juicio de los hombres es a veces severo e injusto hacia ellos, “los pacificadores… serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Que, oponiéndose a las lógicas implacables y obstinadas del enfrentamiento, sepan abrir caminos pacíficos de encuentro y diálogo. Que perseveren incansablemente en sus propósitos y que sus esfuerzos se vean coronados por el éxito.

Por último, oramos por las víctimas de las guerras; las guerras del pasado y las del presente. Que Dios acoja junto a Sí a todos los que han muerto en esos terribles conflictos, que vaya en ayuda de todos los que los sufren hoy; los pobres y los débiles, las personas ancianas, las mujeres y los niños son siempre las primeras víctimas de estas tragedias.

Que Dios nos ampare. Invocando la protección de San Miguel, Patrón de Normandía, y la intercesión de la Santísima Virgen María, Reina de la Paz, imparto de corazón, a cada uno, mi Bendición.


Mi Oración para Ustedes


Por favor, únanse a mí para pedir a nuestra Santísima Madre María, Reina de la Paz, que interceda por nosotros en este tiempo de incertidumbre política. Que Ella nos ayude a todos a descubrir la verdadera paz, la paz que sólo puede venir de la entrega a la voluntad de Dios para la humanidad y de un abrazo incondicional a la fraternidad y al bienestar común de todos nuestros hermanos y hermanas en la única familia de Dios.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Enséñanos a amarnos unos a otros como tu Divino Hijo nos ama a todos y cada uno de nosotros. Amén.