Cardenal Tobin: Una visión pastoral para nuestro futuro misionero | 24 de enero 2025

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Vol. 6. No. 10

Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo:

Hace tres semanas, el 6 de enero de 2025, anuncié una iniciativa de planificación pastoral de varios años aquí en la Arquidiócesis de Newark. Esta nueva iniciativa, Somos Sus Testigos, brinda a nuestra arquidiócesis la oportunidad de prepararse para las oportunidades y los desafíos que enfrentamos como Iglesia misionera que es sinodal y corresponsable en su liderazgo pastoral. Siguiendo la guía del Espíritu Santo y escuchando atentamente la Palabra de Dios y las voces de todos nuestros hermanos y hermanas, esperamos ser testigos fieles de nuestro Redentor, Jesucristo.

En mi último boletín, del 10 de enero, reflexioné sobre los conceptos de conversión pastoral y discipulado misionero. Las fuentes primarias para estas reflexiones son la Exhortación Apostólica del Papa Francisco de 2013, Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio) y las discusiones orantes mantenidas durante el Sínodo de tres años sobre la Sinodalidad 2021-24.

El Documento Final, “Por una Iglesia Sinodal: Comunión, Participación, Misión” (ver selección abajo) hace referencia tanto a La Alegría del Evangelio como a la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, Lumen Gentium (La Luz de las Naciones), en su resumen de los trabajos del Sínodo. Tuve el privilegio de participar en las reuniones celebradas en Roma, así como en las Sesiones de Escucha y otros eventos aquí en la Arquidiócesis de Newark y en muchas otras discusiones a nivel nacional y continental en toda la Iglesia Universal. Como señaló el Papa Francisco en su discurso de clausura de la sesión final celebrada en Roma el pasado mes de octubre (véase la selección más abajo), el Documento Final del Sínodo, que el Santo Padre aprobó y pidió que se publicara, “contiene indicaciones muy sustanciales que pueden guiar la misión de las Iglesias, en los diferentes continentes y en contextos particulares”.

He pedido al Obispo Michael Saporito y a la Comisión que se ha formado para supervisar esta iniciativa de planificación que se aseguren de que todas las actividades que emprendamos se basen en los principios de sinodalidad, subsidiariedad y solidaridad como se describe en mi carta pastoral, Somos Sus Testigos, y que proporcionen una comunicación clara, responsabilidad y transparencia a lo largo de este proceso.

Somos Sus Testigos abordará las siguientes preguntas:

 • ¿Dónde estamos hoy? ¿Cuáles son las oportunidades y desafíos que enfrentamos en el cambiante panorama del norte de Nueva Jersey? ¿Cómo podemos abrazar más efectivamente el concepto de sinodalidad como una forma de ser Iglesia? ¿Cómo podemos desarrollar y mantener un audaz alcance misionero aquí en el norte de Nueva Jersey?

• ¿A dónde nos está llamando Dios? ¿Qué nuevas oportunidades nos está abriendo el Espíritu Santo mientras proclamamos la alegría del Evangelio en los diversos vecindarios de los condados de Bergen, Essex, Hudson y Union? ¿Cómo podemos responder al creciente deseo de formación en la fe y renovación espiritual a lo largo de la vida? ¿Cómo desarrollamos y mantenemos un sentido más profundo de corresponsabilidad y colaboración entre el liderazgo aquí en nuestra arquidiócesis?

• ¿Cómo llegaremos allí juntos? ¿Qué cambios necesitamos hacer en nuestros ministerios pastorales, sistemas y estructuras para cumplir con las demandas de la conversión pastoral y el discipulado misionero, tanto ahora como en los próximos años? ¿Cómo podemos usar mejor las estructuras regionales para fomentar la colaboración entre parroquias y promover los conceptos de subsidiariedad y solidaridad? ¿Cómo nos involucramos en la planificación pastoral que realmente esté fundamentada en nuestra misión?

Cada una de estas áreas será explorada a través del discernimiento orante, la escucha atenta y el diálogo respetuoso. Abordamos este proceso sin juicios preconcebidos ni soluciones prefabricadas. Estamos ansiosos por escuchar las voces de todas las personas en nuestra arquidiócesis sobre las oportunidades y desafíos que enfrentamos como una Iglesia misionera, tanto ahora como en el futuro.

Nuestro propósito es responder de todo corazón a la Gran Comisión que nos dio el mismo Señor: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mt 28: 19–20).

En mi carta pastoral, ofrecí la siguiente cita de La Alegría del Evangelio:

Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (EG. #49)

También observé que, debido a que somos Sus testigos—la mente y el corazón, las manos y los pies de Jesús obrando en nuestro mundo—debemos estar listos para ir a donde se nos necesite y hacer lo que sea necesario para servir a nuestras hermanas y hermanos en Cristo.  

Hacia el final de mi carta pastoral, pregunto: “¿Cómo será este futuro? ¿Será muy diferente de nuestro pasado o presente?” Por otra parte, ofrezco mi sincera esperanza de que, durante este Año jubilar y más allá, construyamos sobre los éxitos y logros del pasado y del presente, al tiempo que permanecemos abiertos a las nuevas direcciones que el Espíritu Santo nos pide que sigamos. Los resultados que espero de esta iniciativa de planificación pastoral son una verdadera conversión pastoral y una profunda expresión de discipulado misionero que responde a las necesidades más profundas de nuestro pueblo por las cosas que solo Cristo puede proporcionar.

Les pido que recen por el éxito de Somos Sus Testigos y que se comprometan a participar activamente en este proceso de cualquier manera que sea apropiada para ustedes. Juntos, responderemos con fe a las circunstancias cambiantes de nuestro tiempo y continuaremos siendo las personas que Dios nos llama a ser aquí en la Arquidiócesis de Newark. Con confianza en la guía del Espíritu Santo, y con la intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los santos, salgamos con esperanza para proclamar a todos la alegría del Evangelio.

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Una selección del Documento Final Por una Iglesia Sinodal: Comunión, Participación, Misión

Parte I – El Corazón de la Sinodalidad: Llamados por el Espíritu Santo a la Conversión

La Iglesia Pueblo de Dios, Sacramento de Unidad

15. Del Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo brota la identidad del Pueblo de Dios. Se realiza como llamada a la santidad y envío en misión para invitar a todos los pueblos a acoger el don de la salvación (cf. Mt 28,18-19). Es, pues, del Bautismo, en el que Cristo nos reviste de Sí mismo (cf. Ga 3,27) y nos hace renacer por el Espíritu (cf. Jn 3,5-6) como hijos de Dios, de donde nace la Iglesia sinodal misionera. Toda la vida cristiana tiene su fuente y su horizonte en el misterio de la Trinidad, que suscita en nosotros el dinamismo de la fe, de la esperanza y de la caridad.

16. “Quiso Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente, como excluyendo su mutua conexión, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (LG 9). El Pueblo de Dios, en camino hacia el Reino, se alimenta continuamente de la Eucaristía, fuente de comunión y de unidad: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Cor 10,17). La Iglesia, alimentada por el sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, se constituye como su Cuerpo (cf. LG 7): “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1 Cor 12,27). Vivificada por la gracia, ella es el Templo del Espíritu Santo (cf. LG 17): es Él, en efecto, quien la anima y construye, haciendo de todos nosotros las piedras vivas de un edificio espiritual (cf. 1 Pe 2,5; LG 6). 

17. El proceso sinodal nos ha hecho experimentar el “sabor espiritual” (EG 268) de ser Pueblo de Dios, reunido de todas las tribus, lenguas, pueblos y naciones, viviendo en contextos y culturas diferentes. Ese Pueblo, no es nunca la mera suma de los bautizados, sino el sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión, todavía peregrino en el tiempo y ya en comunión con la Iglesia del cielo. En los diversos contextos en los que están arraigadas cada una de las Iglesias, el Pueblo de Dios anuncia y testimonia la Buena Nueva de la salvación; viviendo en el mundo y para el mundo, camina junto a todos los pueblos de la tierra, dialoga con sus religiones y culturas, reconociendo en ellas las semillas de la Palabra, avanzando hacia el Reino. Incorporados a este Pueblo por la fe y el Bautismo, somos sostenidos y acompañados por la Virgen María, “signo de esperanza segura y de consuelo” (LG 68), por los apóstoles, por quienes han dado testimonio de su fe hasta dar la vida, por los santos de todo tiempo y lugar.

18. En el Pueblo santo de Dios, que es la Iglesia, la comunión de los fieles (communio Fidelium) es al mismo tiempo comunión de las Iglesias (communio Ecclesiarum), que se manifiesta en la comunión de los obispos (communio Episcoporum), en razón del antiquísimo principio de que “el obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el obispo” (S. Cipriano, Epístola 66, 8). Al servicio de esta comunión multiforme, el Señor puso al apóstol Pedro (cf. Mt 16,18) y a sus sucesores. En virtud del ministerio Petrino, el Obispo de Roma es “principio y fundamento perpetuo y visible” (LG 23) de la unidad de la Iglesia.

19. “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres” (EG 197), los marginados y excluidos, y por tanto también en el de la Iglesia. En ellos la comunidad cristiana encuentra el rostro y la carne de Cristo, que, de rico que era, se hizo pobre por nosotros, para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica. Los pobres tienen un conocimiento directo de Cristo sufriente (cf. EG 198) que los convierte en heraldos de una salvación recibida como don y en testigos de la alegría del Evangelio. La Iglesia está llamada a ser pobre con los pobres, que a menudo son la mayoría de los fieles, y a escucharlos y considerarlos sujetos de evangelización, aprendiendo juntos a reconocer los carismas que reciben del Espíritu.

20. “Cristo es la luz de los pueblos” (LG 1) y esta luz brilla en el rostro de la Iglesia, aunque esté marcada por la fragilidad de la condición humana y la opacidad del pecado. Ella recibe de Cristo el don y la responsabilidad de ser fermento eficaz de los vínculos, las relaciones y la fraternidad de la familia humana (cf. AG 2-4), testimoniando en el mundo el sentido y la meta de su camino (cf. GS 3 y 42). Asume hoy esta responsabilidad en un tiempo dominado por la crisis de la participación —es decir, de sentirse parte y actores de un destino común— y por una concepción individualista de la felicidad y de la salvación. Su vocación y su servicio profético (LG 12) consisten en dar testimonio del proyecto de Dios de unir a sí a toda la humanidad en libertad y comunión. La Iglesia, que es “el Reino de Cristo presente actualmente en misterio” (LG 3) y “de este Reino constituye en la tierra la semilla y el principio” (LG 5), camina, por tanto, junto con toda la humanidad, comprometiéndose con todas sus fuerzas por la dignidad humana, el bien común, la justicia y la paz, y “anhela el Reino perfecto” (LG 5), cuando Dios será “todo en todos” (1 Cor 15,28).

(Traducción de Trabajo del Original Italiano, octubre 26, 2024)


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

Una selección del saludo final del Papa Francisco a los participantes en la Segunda Sesión del Sínodo de la Sinodalidad, octubre 26, 2024

Queridos hermanos y hermanas:

Con el Documento Final hemos recogido el fruto de años – tres por lo menos – en los cuales nos hemos puesto a la escucha del Pueblo de Dios para comprender mejor por medio de la escucha del Espíritu Santo cómo ser “Iglesia sinodal” en el tiempo presente. Las referencias bíblicas que abren cada capítulo disponen el mensaje confrontándolo con los gestos y las palabras del Señor resucitado que nos llama a ser testigos de Su Evangelio, antes con la vida que con las palabras.

El Documento sobre el que hemos expresado nuestro voto es un triple regalo:

1. Un regalo en primer lugar para mí, Obispo de Roma. Al convocar a la Iglesia de Dios en Sínodo era consciente de tener necesidad de ustedes, obispos y testigos del camino sinodal. Gracias.

Pues también el Obispo de Roma, me lo recuerdo frecuentemente a mí mismo y a ustedes, necesita poner en práctica la escucha, es más, quiere hacerlo, para poder responder a la Palabra que cada día le repite: “Confirma a tus hermanos y a tus hermanas..… Apacienta mis ovejas”.

Mi tarea, como bien saben, es custodiar y promover—como nos enseña san Basilio—la armonía que el Espíritu sigue difundiendo en la Iglesia de Dios, en las relaciones entre las Iglesias, no obstante, todos los esfuerzos, tensiones y divisiones que caracterizan su camino hacia la plena manifestación del Reino de Dios, que la visión del profeta Isaías nos invita a imaginar como un banquete preparado por Dios para todos los pueblos. Todos, con la esperanza de que no falte ninguno. ¡Todos, todos, todos! Que nadie quede fuera, todos. Y la palabra clave es esta: la armonía. Lo que hace el Espíritu Santo, su primera manifestación fuerte en la mañana de Pentecostés, es armonizar todas las diferencias, todos los idiomas… Armonía. Y esto es lo que enseña el Concilio Vaticano II cuando dice que la Iglesia es “como un sacramento”: que es signo e instrumento de la espera de Dios, que ya ha preparado la mesa y está esperando.

Su Gracia, a través de su Espíritu, susurra palabras de amor en el corazón de cada uno. A nosotros nos toca amplificar la voz de este susurro sin obstaculizarlo; abrir puertas sin levantar muros. ¡Cuánto mal hacen las mujeres y los hombres de Iglesia cuando alzan muros, cuánto mal! ¡Todos, todos, todos! No debemos comportarnos como “dispensadores de la Gracia” que se apropian del tesoro atando las manos del Dios misericordioso. Recuerden que comenzamos esta Asamblea sinodal pidiendo perdón, sintiendo vergüenza, reconociendo que todos hemos sido misericordiados.

En este tiempo de guerras, debemos ser testigos de paz, aprendiendo también a dar forma real a la convivencia de las diferencias.

Por eso no pretendo publicar una “Exhortación Apostólica”, basta con lo que se ha aprobado. En el Documento hay ya indicaciones muy concretas que pueden ser una guía para la misión de las Iglesias, en los diversos continentes, en los diferentes contextos: por eso lo pongo ahora a disposición de todos, por eso he dicho que se publique. Quiero, de este modo, reconocer el valor del camino sinodal realizado, que con este Documento entrego al santo Pueblo fiel de Dios.

Sobre algunos aspectos de la vida de la Iglesia señalados en el Documento, así como sobre los temas confiados a los diez Grupos de Estudio, que deben trabajar con libertad, para que me ofrezcan propuestas, se necesita tiempo, a fin de llegar a opciones que impliquen a la Iglesia toda. Yo, pues, seguiré a la escucha de los obispos y de las Iglesias a ellos confiadas. Esto no se trata del modo clásico para postergar al infinito las decisiones. Es lo que corresponde al estilo sinodal con el que también el ministerio Petrino se ejercita: escuchar, convocar, discernir, decidir y evaluar. Y en estos pasos son necesarias las pausas, los silencios, la oración. Es un estilo que estamos aprendiendo juntos, poco a poco. El Espíritu Santo nos llama y nos sostiene en este aprendizaje, que debemos comprender como proceso de conversión.


Mi Oración para Ustedes


Por favor, únanse a mí para orar con estas palabras del Papa Francisco:          

A veces, ya sea que seamos ordenados, religiosos consagrados o fieles laicos, nuestro arduo trabajo no logra los resultados deseados, las semillas que sembramos parecen no dar suficientes frutos, el ardor de nuestra oración se enfría y no siempre somos inmunes a la aridez espiritual. En nuestras vidas como discípulos misioneros de Cristo, puede suceder que la esperanza se desvanezca lentamente como resultado de expectativas insatisfechas. Tenemos que ser pacientes con nosotros mismos y esperar con esperanza los tiempos y los lugares de Dios, porque Él permanece siempre fiel a sus promesas. Amén.