Del Cardenal: Como compartir mejor los dones y las tareas al servicio del Evangelio | 11 de agosto 2023
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Vol. 4. No. 23
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,
La “corresponsabilidad” es fundamental en la enseñanza de la Iglesia como fue reafirmado por el Concilio Vaticano II. Cada bautizado es responsable de llevar a cabo la misión confiada a los discípulos por nuestro Señor: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin de la historia”. (Mt 28,19-20).
Todos somos responsables de la misión de la Iglesia. Todos, sin excepción, tenemos un papel importante que desempeñar en la obra de evangelización. Cada uno, a su manera, estamos llamados a ser evangelizadores llenos del Espíritu, que proclamamos la alegría del Evangelio en lo que hacemos y decimos como discípulos misioneros de Jesucristo, nuestro Redentor. Ningún individuo puede llevar a cabo la obra de evangelización por sí solo. Como enseña el Papa Francisco en Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), “Una evangelización llena de espíritu es aquella guiada por el Espíritu Santo, porque él es el alma de la Iglesia llamada a proclamar el Evangelio”. La actividad del Espíritu Santo es esencial. Si no estamos seguros de tenerla, la solución es rezar por ella.
Es cierto que hay funciones distintivas asignadas a los distintos miembros del único Cuerpo de Cristo. Como nos dice San Pablo (1 Cor 12, 4-11):
Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo; hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo; hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común. A uno se le da, por el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, el don de la fe, por el Espíritu; a otro, el don de hacer curaciones, por el único Espíritu; a otro, poder de hacer milagros; a otro, profecía; a otro, reconocimiento de lo que viene del bueno o del mal espíritu; a otro, hablar en lenguas; a otro, interpretar lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, que da a cada uno como quiere.
Todos somos miembros corresponsables del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar, como nos recuerda Pablo (1 Co 12,28): “Dios ha querido que en la Iglesia haya, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego personas que hacen milagros, y otras que curan enfermos, o que ayudan, o que dirigen, o que hablan en lenguas”.
No todos somos apóstoles o profetas o maestros, enseña San Pablo, pero todos somos responsables porque todos somos miembros de un Cuerpo y “si [una] parte sufre, todas las partes sufren con ella; si una parte es honrada, todas las partes comparten su alegría.”
El hecho de que tengamos diferentes responsabilidades en la tarea misionera que nos asignó nuestro Señor significa que debemos compartir generosamente con los demás tanto nuestros dones como nuestros desafíos en la realización de esta gran obra. La sinodalidad no es ni más ni menos que el reconocimiento de que todos estamos juntos en esto y que el éxito requiere que colaboremos en ser y hacer nuestros deberes evangélicos como pueblo fiel de Dios que camina unido hacia nuestra patria celestial.
El documento de trabajo (Instrumentum Laboris) para la primera sesión del Sínodo de octubre de 2023 nos recuerda que el Concilio Vaticano II enseñó que “la Iglesia peregrina es misionera por su propia naturaleza” (Ad gentes # 2). La participación en la misión de la Iglesia “nos permite revivir la experiencia de Pentecostés: haber recibido el Espíritu Santo”. Cuando aceptamos nuestra corresponsabilidad en la misión de la Iglesia, nos abrimos a recibir (o a renovar nuestra recepción de) los dones del Espíritu Santo que nos convierten en evangelizadores audaces, creativos y generosos.
Cada uno de nosotros tiene algo que aportar, que compartir con los demás, en la labor a la que estamos llamados como discípulos misioneros. Y, al mismo tiempo, como deja claro el documento de trabajo del Sínodo, “cada persona está invitada a reconocer su propio carácter incompleto y, por tanto, la conciencia de que en la plenitud de la misión todos son necesarios”. En este sentido, prosigue el documento, la misión tiene también una dimensión constitutivamente sinodal.
La espiritualidad de la corresponsabilidad cristiana subraya que todo lo que tenemos, y todo lo que somos, nos viene como puro don de un Dios generoso cuya naturaleza misma es compartir con nosotros la belleza y la maravilla de la Creación. Como administradores corresponsables de la abundante bondad de Dios, se nos invita y desafía a compartir generosamente todos nuestros dones y talentos para construir el Reino de Dios y asegurar que todas las naciones y pueblos reciban el Evangelio de la Alegría.
Mientras continuamos nuestro viaje sinodal, pidamos al Espíritu Santo que llene nuestros corazones con el fuego del amor de Dios. Y aceptemos con audacia y valentía nuestro papel individual en el cumplimiento de la Gran Comisión de compartir la Buena Nueva con todos nuestros hermanos y hermanas en la única familia de Dios.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
Instrumentum Laboris
Una selección de INSTRUMENTUM LABORIS Para la Primera Sesión (Octubre de 2023)
B 2. Corresponsables en la misión. ¿Cómo compartir dones y tareas al servicio del Evangelio?
51. «La Iglesia, durante su peregrinación en la tierra, es por naturaleza misionera» (AG 2). La misión constituye el horizonte dinámico desde el que pensar la Iglesia sinodal, a la que imparte un impulso hacia el «éxtasis», «que consiste en salir [… de sí] para buscar el bien de los demás, hasta dar la vida»(CV 163; cf. también FT 88). En otras palabras, la misión permite revivir la experiencia de Pentecostés: habiendo recibido el Espíritu Santo, Pedro con los Once se levanta y toma la palabra para anunciar a Jesús muerto y resucitado a cuantos se encuentran en Jerusalén (cf. Hch 2,14-36).
La vida sinodal hunde sus raíces en el mismo dinamismo: son numerosos los testimonios que describen en estos términos la experiencia vivida en la primera fase y aún más numerosos son los que vinculan de manera inseparable sinodalidad y misión.
52. En una Iglesia que se define a sí misma como signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano (cf. LG 1), el discurso sobre la misión se centra en la transparencia del signo y en la eficacia del instrumento, sin las cuales cualquier anuncio tropezará con problemas de credibilidad. La misión no consiste en comercializar un producto religioso, sino en construir una comunidad en la que las relaciones sean transparencia del amor de Dios y, de este modo, la vida misma se convierta en anuncio.
En los Hechos de los Apóstoles, el discurso de Pedro va seguido inmediatamente de un relato de la vida de la comunidad primitiva, en la que todo se convertía en ocasión de comunión (cf. 2,42-47): esto le confería capacidad de atracción.
53. En esta línea, la primera pregunta sobre la misión se refiere precisamente a lo que los miembros de la comunidad cristiana están dispuestos a poner en común, partiendo de la irreductible originalidad de cada uno, en virtud de su relación directa con Cristo en el Bautismo y de su ser habitado por el Espíritu.
Esto hace que la aportación de cada bautizado sea preciosa e indispensable. Una de las razones del sentimiento de asombro que se registró durante la primera fase está precisamente ligada a la posibilidad de contribuir: «¿Puedo realmente hacer algo?». Al mismo tiempo, se invita a cada persona a que asuma su propio carácter incompleto, es decir, la conciencia de que para llevar a cabo la misión, todos son necesarios o, dicho de otro modo, que la misión tiene también una dimensión constitutivamente sinodal.
54. Por eso, la segunda prioridad identificada por una Iglesia que se descubre como sinodal misionera se refiere al modo en que consigue realmente solicitar la contribución de todos, cada uno con sus dones y tareas, valorando la diversidad de los carismas e integrando la relación entre dones jerárquicos y carismáticos. La perspectiva de la misión sitúa los carismas y los ministerios en el horizonte de lo común y, de este modo, salvaguarda su fecundidad, que, en cambio, resulta comprometida cuando se convierten en prerrogativas que legitiman lógicas de exclusión. Una Iglesia sinodal misionera tiene el deber de preguntarse cómo puede reconocer y valorar la aportación que cada bautizado puede ofrecer a la misión, saliendo de sí mismo y participando junto con otros en algo más grande. «Contribuir activamente al bien común de la humanidad» (CA 34) es un componente inalienable de la dignidad de la persona, incluso dentro de la comunidad cristiana.
La primera contribución que cada uno puede hacer es discernir los signos de los tiempos (cf. GS 4), para mantener la conciencia de la misión en sintonía con el soplo del Espíritu. Todos los puntos de vista tienen algo que aportar a este discernimiento, empezando por el de los pobres y excluidos: caminar junto a ellos no significa sólo asumir sus necesidades y sufrimientos, sino también aprender de ellos. Este es el modo de reconocer su igual dignidad, escapando a las trampas del asistencialismo y anticipando, en la medida de lo posible, la lógica de los cielos nuevos y de la tierra nueva hacia la que nos encaminamos.
55. Las fichas de trabajo relativas a esta prioridad intentan concretar esta cuestión de fondo en relación con temas como el reconocimiento de la variedad de vocaciones, carismas y ministerios, la promoción de la dignidad bautismal de las mujeres, el papel del ministerio ordenado y, en particular, el ministerio del obispo en el seno de la Iglesia sinodal misionera.
Para el texto complete de Instrumentum Laboris, lea más abajo o descargue el documento:
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
Una selección de Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), Capítulo V, “Evangelizadores con Espíritu”
259. Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios.
260. En este último capítulo no ofreceré una síntesis de la espiritualidad cristiana, ni desarrollaré grandes temas como la oración, la adoración eucarística o la celebración de la fe, sobre los cuales tenemos ya valiosos textos magisteriales y célebres escritos de grandes autores. No pretendo reemplazar ni superar tanta riqueza. Simplemente propondré algunas reflexiones acerca del espíritu de la nueva evangelización.
261. Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora. Antes de proponeros algunas motivaciones y sugerencias espirituales, invoco una vez más al Espíritu Santo; le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos.
Fuente: www.vatican.va/evangelii-gaudium/sp/files/assets/basic-html/page193.html
Mi Oración para Ustedes
Por favor, únanse a mí en oración con estas palabras del Papa Francisco tomadas de la conclusión de Evangelii Gaudium:
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro “sí”
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús. Amén.