Del Cardenal: Aguardando la Bendita Esperanza | 1 de diciembre 2023
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Vol. 5. No. 6
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para la salvación de todos los hombres, y nos enseña que debemos renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y vivir en esta época de manera sobria, justa y piadosa, mientras aguardamos la bendita esperanza y la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. (Tito 2, 11–14).
Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,
Rezamos sobre la “espera de la bendita esperanza” todos los días en la Misa, y de manera especial durante el Adviento. Nuestra fe nos enseña que el Señor volverá. Y nos dice que su venida será un tiempo de gran alegría, un tiempo en el que se enjugará toda lágrima y se cumplirán todas nuestras esperanzas.
Nosotros lo creemos. Es parte integrante de la esperanza cristiana. Un día, el Señor vendrá de nuevo, y la redención del mundo (y nuestra redención personal) será completa.
Como miembro de la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas), soy muy consciente de esta verdad fundamental de nuestra fe. El proceso que se inició con la promesa de Dios a su pueblo elegido, los judíos, y que se realizó en la plenitud de los tiempos con la Encarnación de Cristo y con nuestra redención mediante su pasión, muerte y resurrección, se cumplirá en el último día.
Esperamos este día, la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, como el cumplimiento de todas nuestras esperanzas y sueños.
Pero hay distintos tipos de espera. Como sabe cualquiera que se haya visto atrapado en un embotellamiento en una carretera interestatal, esperar puede ser frustrante. Y quienes se han encontrado en una sala de urgencias saben que la espera puede ser muy dolorosa.
Hay una espera ansiosa—como cuando un amigo o un familiar va a volver a casa tras una larga ausencia. Hay una espera ansiosa que se produce cuando se ha extirpado un tumor y aún no se conocen los resultados de la biopsia. Y muchos de nosotros hemos experimentado lo que podría llamarse “espera enfadada” cuando, por ejemplo, alguien en quien confiábamos para que hiciera algo muy importante por nosotros no ha cumplido su promesa.
Esperar no es algo que hagamos fácilmente. Preferimos la gratificación instantánea de nuestros deseos, la solución rápida. No nos gusta esperar en largas colas, y nos irritamos cuando la comida que pedimos en un restaurante tarda en servirse más de lo que creemos que debería.
Entonces, ¿qué significa para nosotros esperar con esperanza? ¿Es sólo algo bonito sobre lo que reflexionamos durante el Adviento? ¿O nos dice algo importante sobre quiénes somos como “discípulos misioneros de Jesucristo” (como nos llama el Papa Francisco)?
Como discípulos misioneros, creo que encontramos a Dios ante todo en la oración y en el servicio amoroso a los demás, que se nutre y sostiene por nuestra oración.
La auténtica oración requiere paciencia. Abrimos nuestro corazón a Dios; compartimos con Él nuestras esperanzas, temores y deseos más profundos; pedimos su ayuda; prometemos ser más fieles y no pecar más—con la ayuda de su gracia. Y luego esperamos la respuesta de Dios.
Como dijo el Papa Benedicto XVI, la oración es “esperanza en acción”. Es acción porque tomamos la iniciativa y nos acercamos a Dios, que siempre está ahí—nuestro compañero constante en cada paso del camino de la vida. La oración es también una profunda expresión de esperanza, porque exige que renunciemos a nuestra necesidad de una respuesta inmediata o predeterminada. La oración nos enseña a esperar—y a confiar—en la esperanza.
Comenzamos el año eclesiástico con un tiempo de espera, un tiempo de expectación y anhelo. El Adviento nos prepara para celebrar la Navidad sin caer en la trampa de las expectativas superficiales o irreales. Nos enseña que el mayor regalo de la Navidad es el Señor mismo.
El Adviento nos muestra que un encuentro personal con Jesucristo es lo que verdaderamente esperamos en esta época del año (y siempre). Nos recuerda que todas las alegrías de la Navidad, y de la segunda venida del Señor, pueden ser realmente nuestras—si aprendemos a esperarlas en oración.
Esperar con esperanza requiere paciencia, confianza y la firme convicción de que Dios escuchará y responderá a nuestras oraciones. Esperamos que el Señor nos dé todo lo que realmente deseamos y necesitamos y que su venida de nuevo—esta Navidad y al final de los tiempos—sea nuestra mayor fuente de alegría.
Y, por eso, rezamos: Maranâ thâ’ (¡Señor nuestro, ven!) Ayúdanos a esperar pacientemente, Señor. Prepáranos para la Navidad y para tu venida gloriosa. Elimina todos los obstáculos—nuestras frustraciones, dolores y enfados—que nos impiden recibirte con alegría, para que podamos compartir tu amor con los demás como discípulos misioneros. Que seamos siempre uno contigo, nuestra bendita esperanza.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
¿Qué es el Adviento?
Domingo, 3 de diciembre de 2023 – Domingo, 24 de diciembre de 2023
Iniciando el año litúrgico de la Iglesia, el Adviento (de “ad-venire” en latín o “venir a”) es el tiempo que abarca los cuatro domingos (y días entre semana) que preceden a la celebración de la Navidad.
El tiempo de Adviento es un tiempo de preparación que orienta nuestros corazones y mentes hacia la segunda venida de Cristo al final de los tiempos y hacia el aniversario del nacimiento de Nuestro Señor en Navidad. Desde los primeros días de la Iglesia, la gente se ha sentido fascinada por la promesa de Jesús de volver. Pero las lecturas de las Escrituras durante el Adviento nos dicen que no perdamos el tiempo con predicciones. El Adviento no es especulación. Nuestras lecturas de Adviento nos llaman a estar alerta y preparados, no agobiados ni distraídos por las preocupaciones de este mundo (Lc 21, 34-36). Al igual que la Cuaresma, el color litúrgico del Adviento es el morado, ya que ambos son tiempos que nos preparan para las grandes fiestas. El Adviento también incluye un elemento de penitencia en el sentido de preparar, aquietar y disciplinar nuestros corazones para la plena alegría de la Navidad.
Mientras nos preparamos para la Navidad, la Instrucción General del Misal Romano señala algunas diferencias en la Misa que deben observarse durante este tiempo. Por ejemplo, el sacerdote viste de violeta o púrpura durante el Adviento, excepto el Tercer Domingo de Adviento (Domingo de Gaudete), cuando puede vestir de rosado (IGMR, nº 346). Aparte de la vestimenta del sacerdote, otros cambios estéticos en la Iglesia pueden incluir una decoración más modesta del altar.
Los últimos días del Adviento, del 17 al 24 de diciembre, nos centramos en nuestra preparación para las celebraciones de la Natividad de Nuestro Señor en Navidad. En particular, durante este periodo se cantan las antífonas “O”, que la Iglesia ha cantado al menos desde el siglo VIII. Son una magnífica teología que utiliza antiguas imágenes bíblicas extraídas de las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento para proclamar la venida de Cristo como el cumplimiento no sólo de las esperanzas del Antiguo Testamento, sino también de las actuales. Las devociones de Adviento, incluida la corona de Adviento, nos recuerdan el significado de la estación. Nuestro calendario de Adviento (enlace más abajo) puede ayudarle a entrar de lleno en la temporada con sugerencias de actividades y oraciones diarias para prepararse espiritualmente para el nacimiento de Jesucristo. Enlace al Calendario Diario de Adviento 2023.
Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (cf. https://www.usccb.org/prayer-worship/liturgical-year/advent)
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
(Una selección del Mensaje del Ángelus del Santo Padre el domingo 4 de diciembre de 2022)
El Evangelio de la Liturgia nos presenta la figura de Juan el Bautista. El texto dice que “llevaba una ropa de pelos de camello”, que “su comida eran langostas y miel del monte” (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión: “Vuélvanse a Dios, porque el Reino de Dios está cerca” (v. 2). Predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. Pero entonces nos preguntamos: ¿Por qué la Iglesia lo propone cada año como el principal compañero de viaje durante este tiempo de Adviento? ¿Qué se esconde detrás de su severidad, detrás de su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?
xxxEn realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad. Por ejemplo, cuando se acercaron a él los fariseos y los saduceos, conocidos por su hipocresía, su “reacción alérgica” fue muy fuerte. Algunos de ellos, de hecho, probablemente iban a él por curiosidad o por oportunismo, porque Juan se había vuelto muy popular. Aquellos fariseos y saduceos se sentían satisfechos y frente al llamamiento incisivo del Bautista, se justificaban diciendo: “Nosotros somos descendientes de Abraham” (v. 9). Así, entre falsedades y orgullo, no aprovecharon la ocasión de la gracia, la oportunidad de comenzar una vida nueva. Estaban cerrados en la presunción de ser justos. Por ello, Juan les dice: “Den, pues, frutos dignos de conversión” (v. 8). Es un grito de amor, como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: “¡No desperdicies tu vida!” De hecho, queridos hermanos y hermanas, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar también las realidades más sagradas. La hipocresía es un peligro grave. Por eso el Bautista —como después también Jesús— es duro con los hipócritas. Podemos leer, por ejemplo, el capítulo 23 de Mateo donde Jesús habla muy fuerte a los hipócritas de ese tiempo. ¿Por qué hace así el Bautista y también Jesús? Para despertarlos. En cambio, aquellos que se sentían pecadores “acudían a él [Juan], confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán” (cf. v. 5). Por eso, para acoger a Dios no importa la destreza, sino la humildad. Este es el camino para acoger a Dios, no la destreza: “somos fuertes, somos un pueblo grande…”, no, la humildad: “soy un pecador”; pero no en abstracto, no — “soy pecador por esto, esto y esto”. Cada uno de nosotros debe confesar, primero a sí mismo, sus propios pecados, sus propias faltas, sus propias hipocresías. Tenemos que bajar del pedestal y sumergirnos en el agua del arrepentimiento.
Queridos hermanos y hermanas, Juan, con sus “reacciones alérgicas”, nos hace reflexionar. ¿No somos también nosotros, a veces, un poco como aquellos fariseos? Tal vez miramos a los demás por encima del hombro, pensando que somos mejores que ellos, que tenemos las riendas de nuestra vida, que no necesitamos cada día a Dios, a la Iglesia, a nuestros hermanos y hermanas. Olvidamos que solamente en un caso es lícito mirar a otro desde arriba hacia abajo: cuando es necesario ayudarlo a levantarse. Ese es el único caso, los demás casos de mirar desde arriba hacia abajo no son lícitos. El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras —cada uno de nosotros las tiene — y ponernos a la fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad — para purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los demás a hermanos y hermanas, a pecadores como nosotros y ver en Jesús al Salvador que viene por nosotros, no por los demás, por nosotros; así como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados. Y recordemos de nuevo una cosa: con Jesús la posibilidad de volver a comenzar siempre existe. Nunca es demasiado tarde, siempre está la posibilidad de volver a comenzar. Tengan valor. Él está cerca de nosotros en este tiempo de conversión. Cada uno puede pensar: “Tengo esta situación dentro, este problema que me avergüenza…” Pero Jesús está cerca de ti, vuelve a comenzar, siempre existe la posibilidad de dar un paso más. Él nos espera y no se cansa nunca de nosotros. ¡Nunca se cansa! Y nosotros somos tediosos, pero nunca se cansa. Escuchemos el llamado de Juan el Bautista para volver a Dios y no dejemos pasar este Adviento como los días del calendario porque este es un tiempo de gracia, de gracia también para nosotros, ahora, aquí. Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a encontrarle a Él, a Jesús y a nuestros hermanos y hermanas en el sendero de la humildad, que es el único que nos hará avanzar.
Mi Oración para Ustedes
Únanse a mi por favor para rezar esta oración de Adviento:
Padre amoroso, Dios de amor,
Tu Hijo, Jesús, es tu mayor regalo para nosotros.
Él es un signo de tu amor.
Ayúdanos a caminar en ese amor durante las semanas de Adviento,
Mientras esperamos y nos preparamos para su venida en Navidad.Te rogamos en el nombre de tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, por el poder del Espíritu Santo. Amén.