Del Cardenal: Gaudete in Domino semper (¡Alégrense siempre en el Señor!) | 15 de diciembre 2023

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Vol. 5. No. 7

Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,

El domingo 17 de diciembre es el Domingo de Gaudete. Es un día a mitad del tiempo de Adviento en el que estamos llamados a estar especialmente alegres porque el Señor está cerca.

En la segunda lectura del Domingo de Gaudete (1 Tes 5,16-24), San Pablo amonesta a los tesalonicenses (y a todos nosotros) con estas palabras:

Hermanos y hermanas: Estén siempre contentos. Oren en todo momento. Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús. No apaguen el fuego del Espíritu.

Los discípulos de Jesucristo deben estar siempre alegres — incluso en tiempos difíciles y desafiantes —, pero nuestra anticipación del regreso de Cristo en Navidad, y al final de los tiempos, nos obliga a cantar nuestra alegría de una manera especial.

La alegría es contagiosa. No podemos ganárnosla. Tenemos que “contagiarnos de ella” mediante el contacto personal con otras personas que están alegres. Esta es la obra del Espíritu Santo, que difunde la alegría entre aquellos cuyos corazones están abiertos al amor y a la bondad de Dios.

El Papa Francisco nos dice que el encuentro personal con Jesucristo es la fuente de toda alegría cristiana. Pero el camino hacia la alegría no es fácil. Requiere que nos enfrentemos a nosotros mismos y a nuestros defectos, y que superemos muchos obstáculos a lo largo del camino.

La tristeza y la decepción son un hecho de la vida. Nuestras “heridas” emocionales, físicas e incluso espirituales no pueden enterrarse ni ignorarse. Hay que sufrirlas. Sólo por el camino de la cruz podemos participar en la alegría de la resurrección.

En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (“La Alegría del Evangelio”), cuyo décimo aniversario celebramos el 24 de noviembre de 2023, el Papa Francisco nos muestra los obstáculos a los que nos enfrentamos sin endulzarlos. Pero nos asegura que la alegría está siempre a nuestro alcance gracias a la infinita misericordia de Dios.

¿Dónde encontramos a Jesús y recibimos su don de la alegría? Ciertamente, lo encontramos en la oración y en los sacramentos de la Iglesia.

Pero el Papa Francisco también nos recuerda las poderosas palabras del Señor: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mt 25, 40).

Siempre que salimos al encuentro de los demás, nos dice el Papa, y salimos de nuestra comodidad para abrazar a los pobres y marginados, encontramos a Jesús. Siempre que “salimos” y abrazamos el “espíritu misionero” del Evangelio, descubrimos — y podemos compartir — la alegría del Evangelio.

En palabras del profeta Isaías (Is 61,1-2a.10-11), la alegría nos impulsa a “dar buenas noticias a los pobres, a aliviar a los afligidos, a anunciar la libertad a los cautivos, libertad a los que están en la cárcel, a anunciar el año favorable del Señor, el día en que nuestro Dios nos vengará de nuestros enemigos”. Esta es la alegría del Evangelio. No se trata de un placer auto gratificante, sino de la profunda satisfacción que produce servir a los demás.

Ayudándonos unos a otros a afrontar nuestros quebrantos, nos ayudamos mutuamente a encontrar la alegría. Es una gran paradoja. En lugar de una búsqueda frenética y frívola de la felicidad por medios vacíos y artificiales, encontramos la alegría duradera comprendiendo mejor cómo nosotros mismos estamos rotos y, después, extendiendo nuestros brazos a los demás — independientemente de su repulsividad o de sus necesidades aparentemente insaciables.

Mientras seguimos celebrando el tiempo de Adviento y nos preparamos para la Natividad del Señor, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a superar toda tristeza y desesperación. Alegrémonos. Al fin y al cabo, el Señor está cerca. ¡Alegrémonos siempre en Él!

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Pope Francis smiling at camera

Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium)

II. La dulce y confortadora alegría de evangelizar

9. El bien siempre tiende a extenderse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Al extenderse, el bien se arraiga y se desarrolla. Si queremos llevar una vida con dignidad y plenitud, tenemos que acercarnos a los otros y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Co 5,14); “¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!” (1 Co 9,16).

10. El Evangelio nos ofrece la oportunidad de vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás”.[4] Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: “Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión”.[5] Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas… Y ojalá el mundo actual, que busca a veces con angustia, a veces con esperanza, pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”.[6]

Una eterna novedad

11. Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, “les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40,31). Cristo es el “Evangelio eterno” (Ap 14,6), y es “el mismo ayer y hoy y para siempre” (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por “la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios” (Rm 11,33). Decía san Juan de la Cruz: “Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro”. [7] O bien, como afirmaba san Ireneo: “Cristo, en su venida, ha traído consigo toda novedad”. [8] Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestras vidas y nuestras comunidades y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva”.

12. Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es “el primero y el más grande evangelizador”.[9] En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras.  En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que “Él nos amó primero” (1 Jn 4,19) y que “es Dios quien hace crecer” (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Dios nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo. 

13. Tampoco deberíamos entender la novedad de esta misión como un desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante. La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar “deuteronómica”, en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc 22,19). La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: “Era alrededor de las cuatro de la tarde” (Jn 1,39). Junto con Jesús, la memoria nos hace presente “una verdadera nube de testigos” (Hb 12,1). Entre ellos, se destacan algunas personas que incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente: “Acuérdense de quienes los han dirigido y les han anunciado la Palabra de Dios” (Hb 13,7). A veces se trata de personas sencillas y cercanas que nos iniciaron en la vida de la fe: “Me acuerdo de la fe sincera que tienes, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice” (2 Tm 1,5). El creyente es fundamentalmente “memorioso”.

 (Source: https://www.vatican.va/)


In the section "My Prayer for You", Cardinal Tobin is standing with his hands together in prayer.

Mi Oración para Ustedes

Por favor únanse a mí para orar con estas palabras a nuestra Santísima Madre María de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco Evangelii Gaudium:

Estrella de la nueva evangelización, 
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.

Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.