Del Cardenal: La formación es necesaria para mantener la cultura y la espiritualidad sinodal | 8 de setiembre 2023
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Vol. 4. No. 24
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,
Mientras sigo reflexionando sobre los temas que se nos presentan en el Instrumentum Laboris (Documento de Trabajo) para el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad en Roma del 4 al 29 de octubre de 2023, está claro que es necesaria una “formación adecuada” para sostener una cultura y una espiritualidad sinodales en la manera en que nos organizamos para llevar a cabo la misión de la Iglesia.
Sin el tipo de formación que verdaderamente moldea nuestras mentes, corazones y espíritu para conformarlos a Cristo, no podemos proclamar eficazmente la Buena Nueva a los demás. Todos estamos llamados a ser misioneros—a llevar la Palabra de Dios a personas y lugares que nos son ajenos (aunque estén muy cerca de casa). Como deja claro el Documento de Trabajo del Sínodo:
Son necesarias una cultura y una espiritualidad sinodales, animadas por un deseo de conversión y sostenidas por una adecuada formación. La necesidad de formación no se limita a la actualización de contenidos, sino que tiene un alcance integral, afectando a todas las capacidades y disposiciones de la persona, orientación misionera, capacidad de relacionarse y de construir comunidad, disposición a la escucha espiritual y familiaridad con el discernimiento personal y comunitario. También son necesarias, paciencia, perseverancia y libertad para hablar la verdad (parresía).
Se necesita mucha paciencia y perseverancia para compartir con otros verdades que son incómodas o que amenazan el status quo. Por eso, la preparación para el discipulado misionero implica mucho más que la formación intelectual. La evangelización es algo más que saber lo que hay que decir. Implica conocer a las personas y las culturas que estamos evangelizando, escuchar sus preocupaciones, aceptar a los demás como hijos de Dios (incluso cuando dicen y hacen cosas con las que no estamos de acuerdo). No podemos compartir eficazmente el mensaje del Evangelio a menos que nosotros mismos lo hayamos aceptado y hayamos reconocido ante Dios nuestra propia insuficiencia como líderes y evangelizadores corresponsables.
Como discípulos misioneros de Jesucristo, debemos buscar una conversión continua de vida y estar abiertos a cambiar nuestra forma de ver y hacer las cosas para poder ser fieles a nuestra vocación. Esto no significa sacrificar nada sustancial o “diluir” lo que creemos. Al contrario, significa estar dispuestos a decir la verdad con valentía, respetando la dignidad de quienes no comparten nuestras creencias—sin imponer nada a los demás, sino invitándoles siempre con confianza y sin pedir disculpas a considerar en oración el poder liberador de la Palabra de Dios.
Si nos formamos adecuadamente como discípulos misioneros, estaremos abiertos a la guía del Espíritu Santo en nuestros esfuerzos por promover la participación activa de todo el pueblo de Dios en la labor de construir el Reino de Dios aquí y ahora. Como dice el Documento de Trabajo, la participación “salvaguarda la singularidad del rostro de cada persona, instando a que la transición al “nosotros” no absorba al “yo” en el anonimato de una colectividad indistinta”. La participación auténtica, que es mucho más que observar los rituales correctos, “evita caer en la abstracción de los derechos o en el servilismo al rendimiento de la organización”. Por último, el Documento de Trabajo asegura que la verdadera participación “es esencialmente una expresión de creatividad y cultivo de relaciones de hospitalidad, acogida y bienestar humano que se encuentran en el corazón de la misión y la comunión.”
Como Iglesia sinodal, estamos llamados a estar abiertos a la acción del Espíritu Santo, que a menudo es misteriosa, inesperada e incluso contradictoria. Debemos, por supuesto, depender de las enseñanzas y prácticas tradicionales de nuestra Iglesia para proporcionar estructura y significado a nuestro testimonio cristiano, pero como Jesús mismo demuestra tan poderosamente en la Sagrada Escritura, nunca debemos permitir que una forma de rigidez en nuestras creencias religiosas o una “corrección política” eclesiástica nos impidan mostrar la bondad, la compasión y la misericordia de Jesús, incluso cuando “decimos la verdad con amor” a quienes desafían nuestra fe.
Dirigiéndose a los peregrinos reunidos en Lisboa para la Jornada Mundial de la Juventud a principios de este mes, el Papa Francisco dijo: “En la Iglesia caben todos, todos, todos; no sólo los perfectos, sino también los pecadores… todos”. Este es el tipo de cultura y espiritualidad sinodales que nuestra Iglesia misionera debe reflejar en todos sus procesos, estructuras e instituciones. Es el camino de Jesús—abierto a todos, a todos, a todos, al tiempo que nos desafía a todos sin excepción a arrepentirnos y creer en el Evangelio.
Por favor, recen por mí, y por todos los que participarán en esta importante Primera Sesión del Sínodo en octubre, para que nos dejemos formar adecuadamente por la Palabra de Dios y por la acción del Espíritu Santo en nuestras deliberaciones.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
Instrumentum Laboris
Una selección de INSTRUMENTUM LABORIS Para la Primera Sesión (Octubre de 2023)
B 3. Participación, responsabilidad y autoridad. ¿Qué procesos, estructuras e instituciones son necesarios en una Iglesia sinodal misionera?
56. «Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la sinodalidad de manera concreta a cada paso del camino y del obrar, promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos». Estas palabras del Santo Padre nos ayudan a situar la participación en relación con los otros dos términos. A la dimensión de procedimiento, que no debe subestimarse como instancia de concreción, la participación añade una densidad antropológica de gran relevancia: de hecho, expresa la preocupación por el florecimiento de lo humano, es decir, la humanización de las relaciones en el corazón del proyecto de comunión y del compromiso de misión. Salvaguarda la singularidad del rostro de cada uno, empujando para que el paso al «nosotros» no absorba al «yo» en el anonimato de una colectividad indistinta, en la abstracción de los derechos o en el servilismo al rendimiento de la organización. La participación es esencialmente una expresión de creatividad y cultivo de relaciones de hospitalidad, acogida y promoción humana en el corazón de la misión y la comunión.
57. De la preocupación por la participación en el sentido integral aquí mencionado se deriva la tercera prioridad surgida de la etapa continental: la cuestión de la autoridad, su significado y el estilo de su ejercicio dentro de una Iglesia sinodal. En particular, ¿se plantea esta en la línea de los parámetros derivados del mundo, o en la del servicio? «No será así entre vosotros» (Mt 20,26; cf. Mc 10,43), dice el Señor, que después de lavar los pies a los discípulos los amonesta: «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13,15). En su origen, el término «autoridad» indica la capacidad de hacer crecer y, por tanto, el servicio a la originalidad personal de cada uno, el apoyo a la creatividad y no un control que la bloquea, el servicio a la construcción de la libertad de la persona y no un cordón que la mantiene atada. Ligada a esta pregunta hay una segunda, cargada de preocupación por la concreción y la continuidad en el tiempo: ¿cómo imprimir a nuestras estructuras e instituciones el dinamismo de la Iglesia sinodal misionera?
58. De esta atención deriva otra instancia, igualmente concreta, que apunta precisamente a sostener la dinámica de la participación en el tiempo: se trata de la formación, que aparece transversalmente en todos los documentos de la primera fase. Instituciones y estructuras, en efecto, no bastan para hacer sinodal a la Iglesia: son necesarias una cultura y una espiritualidad sinodales, animadas por un deseo de conversión y sostenidas por una adecuada formación, como no han dejado de subrayar las Asambleas continentales y, antes que ellas, las síntesis de las Iglesias locales. La necesidad de formación no se limita a la actualización de contenidos, sino que tiene un alcance integral, afectando a todas las capacidades y disposiciones de la persona: orientación misionera, capacidad de relacionarse y de construir comunidad, disposición a la escucha espiritual y familiaridad con el discernimiento personal y comunitario, paciencia, perseverancia y parresía.
59. La formación es el medio indispensable para hacer del modo de proceder sinodal un modelo pastoral para la vida y la acción de la Iglesia. Necesitamos una formación integral, inicial y permanente, para todos los miembros del Pueblo de Dios. Ningún bautizado puede sentirse ajeno a este compromiso y, por tanto, es necesario estructurar propuestas adecuadas de formación en el camino sinodal dirigidas a todos los fieles. En particular, pues, cuanto más se está llamado a servir a la Iglesia, tanto más se debe sentir la urgencia de la formación: obispos, presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, y todos los que ejercen un ministerio necesitan formación para renovar los modos de ejercer la autoridad y los procesos de toma de decisiones en clave sinodal, y para aprender cómo acompañar el discernimiento comunitario y la conversación en el Espíritu. Los candidatos al ministerio ordenado deben formarse en un estilo y mentalidad sinodales. La promoción de una cultura de la sinodalidad implica la renovación del actual currículo de los seminarios y de la formación de los formadores y de los profesores de teología, de manera que exista una orientación más clara y decidida hacia la formación a una vida de comunión, misión y participación. La formación para una espiritualidad sinodal está en el corazón de la renovación de la Iglesia.
60. Numerosas aportaciones ponen de relieve la necesidad de un esfuerzo similar para renovar el lenguaje utilizado por la Iglesia: en la liturgia, en la predicación, en la catequesis, en el arte sacro, así como en todas las formas de comunicación dirigidas tanto a los fieles como al público en general, también a través de los medios de comunicación nuevos y antiguos. Sin mortificar ni degradar la profundidad del misterio que la Iglesia anuncia ni la riqueza de su tradición, la renovación del lenguaje debe orientarse a hacerlos accesibles y atractivos a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sin representar un obstáculo que mantenga alejados. La inspiración de la frescura del lenguaje evangélico, la capacidad de inculturación que exhibe la historia de la Iglesia y las prometedoras experiencias ya en marcha, también en el entorno digital, nos invitan a proceder con confianza y decisión en una tarea de crucial importancia para la eficacia del anuncio del Evangelio, que es la meta a la que aspira una Iglesia sinodal misionera.
Para el texto complete de Instrumentum Laboris, lea más abajo o descargue el documento:
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
Una selección del Discurso del Santo Padre para la Apertura del Sínodo en Roma, 9 de octubre de 2021
Las palabras clave del Sínodo son tres: comunión, participación y misión. Comunión y misión son expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia, y es bueno que hagamos memoria de ellas. El Concilio Vaticano II precisó que la comunión expresa la naturaleza misma de la Iglesia y, al mismo tiempo, afirmó que la Iglesia ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino» (Lumen Gentium, 5).
La Iglesia, por medio de esas dos palabras, contempla e imita la vida de la Santísima Trinidad, misterio de comunión ad intra y fuente de misión ad extra. Después de un tiempo de reflexiones doctrinales, teológicas y pastorales que caracterizaron la recepción del Vaticano II, san Pablo VI quiso condensar precisamente en estas dos palabras —comunión y misión— «las líneas maestras, enunciadas por el Concilio». Conmemorando la apertura, afirmó en efecto que las líneas generales habían sido «la comunión, es decir, la cohesión y la plenitud interior, en la gracia, la verdad y la colaboración […], y la misión, que es el compromiso apostólico hacia el mundo contemporáneo» (Ángelus, 11 octubre 1970), que no es proselitismo.
Clausurando el Sínodo de 1985 —veinte años después de la conclusión de la asamblea conciliar—, también san Juan Pablo II quiso reafirmar que la naturaleza de la Iglesia es la koinonia; de ella surge la misión de ser signo de la íntima unión de la familia humana con Dios. Y añadía: «Es sumamente conveniente que en la Iglesia se celebren Sínodos ordinarios y, llegado el caso, también extraordinarios». Estos, para que sean fructíferos, tienen que estar bien preparados; «es preciso que en las Iglesias locales se trabaje en su preparación con la participación de todos» (Discurso en la clausura de la II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos, 7 diciembre 1985). Esta es la tercera palabra, participación. Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la sinodalidad de manera concreta a cada paso del camino y del obrar, promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos. Quisiera decir que celebrar un Sínodo siempre es hermoso e importante, pero es realmente provechoso si se convierte en expresión viva del ser Iglesia, de un actuar caracterizado por una participación auténtica.
Y esto no por exigencias de estilo, sino de fe. La participación es una exigencia de la fe bautismal. Como afirma el apóstol Pablo, «todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1 Co 12,13). En el cuerpo eclesial, el único punto de partida, y no puede ser otro, es el Bautismo, nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas. Por eso, todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia. Si falta una participación real de todo el Pueblo de Dios, los discursos sobre la comunión corren el riesgo de permanecer como intenciones piadosas. Hemos avanzado en este aspecto, pero todavía nos cuesta, y nos vemos obligados a constatar el malestar y el sufrimiento de numerosos agentes pastorales, de los organismos de participación de las diócesis y las parroquias, y de las mujeres, que a menudo siguen quedando al margen. ¡La participación de todos es un compromiso eclesial irrenunciable! Todos los bautizados, este es el carné de identidad: el Bautismo.
Queridos hermanos y hermanas, que este Sínodo sea un tiempo habitado por el Espíritu. Porque tenemos necesidad del Espíritu, del aliento siempre nuevo de Dios, que libera de toda cerrazón, revive lo que está muerto, desata las cadenas y difunde la alegría. El Espíritu Santo es Aquel que nos guía hacia donde Dios quiere, y no hacia donde nos llevarían nuestras ideas y nuestros gustos personales. El padre Congar, de santa memoria, recordaba: «No hay que hacer otra Iglesia, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta» (Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, Madrid 2014, 213). Y esto es un desafío. Por una “Iglesia distinta”, abierta a la novedad que Dios le quiere indicar, invoquemos al Espíritu con más fuerza y frecuencia, y dispongámonos a escucharlo con humildad, caminando juntos, tal como Él —creador de la comunión y de la misión— desea, es decir, con docilidad y valentía.
Mi Oración para Ustedes
Por favor, únanse a mí en oración con las palabras del Papa Francisco durante su discurso de apertura para el Sínodo de octubre del 2021:
Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una “Iglesia de museo”, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro. Ven en medio nuestro, para que en la experiencia sinodal no nos dejemos abrumar por el desencanto, no diluyamos la profecía, no terminemos por reducirlo todo a discusiones estériles. Ven, Espíritu Santo de amor, ¡dispón nuestros corazones a la escucha! Ven, Espíritu de santidad, ¡renueva al santo Pueblo fiel de Dios! Ven, Espíritu creador, ¡renueva la faz de la tierra! Amén.