Del Cardenal: María: Reina de la Paz | 5 de enero 2024

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Vol. 5. No. 8

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

En su encíclica Fratelli Tutti (Sobre la Fraternidad y la Amistad Social) #278, el Papa Francisco nos dice que la guerra es fratricidio— hermanos y hermanas que se matan unos a otros. La guerra nunca puede ser una solución aceptable a nuestras diferencias como individuos, comunidades o naciones. Una vez que hayamos aceptado el hecho de que todos somos miembros de la familia de Dios—independientemente de nuestras diferencias raciales, culturales, económicas, sociales o políticas—nunca podremos recurrir a la violencia como forma adecuada de resolver nuestras diferencias, por graves que sean. El diálogo, el perdón y la comprensión mutua deben ser la solución, nunca la guerra.

La Iglesia, cuando es fiel a su Señor, el Príncipe de la Paz, clama por el fin de los horrores de la guerra. Como dice el Papa Francisco:

Llamada a encarnarse en todo lugar, la Iglesia está presente desde hace siglos en todo el mundo, pues eso es ser “católica”. Así puede comprender, desde su propia experiencia de la gracia y del pecado, la belleza de la invitación al amor universal. En efecto, “todo lo humano nos concierne… allí donde los pueblos se reúnen para establecer los derechos y deberes del hombre, nos sentimos honrados de que se nos permita ocupar un lugar entre ellos”.

Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una Madre, llamada María. Ella recibió esta maternidad universal al pie de la cruz (cf. Jn 19,26) y ella no solo cuida de Jesús, sino también “del resto de sus hijos” (cf. Ap 12,17). Con la fuerza del Señor resucitado, quiere dar a luz un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos y hermanas, donde tengan cabida todos aquellos a quienes nuestras sociedades descartan, donde resplandezcan la justicia y la paz.

María habla de paz. Ella nos exhorta a nosotros, sus hijos, a reconocer que todos somos miembros de una misma familia y a construir comunidades “donde haya sitio para todos” y “donde resplandezcan la justicia y la paz”.

Construir comunidades que promuevan la armonía y el bien común de todos requiere que nos escuchemos unos a otros y entablemos un diálogo respetuoso. La práctica de la oración contemplativa de María, combinada con la acción fiel en favor de todos sus hijos, debería animarnos a decir la verdad con amor y, al mismo tiempo, a negarnos a descartar de plano las creencias y prácticas de quienes piensan y actúan de manera diferente a la nuestra.

Como escribe el Papa Francisco:

El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que incluya algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía. Es cierto que cuando una persona o un grupo es coherente con lo que piensa, defienden sus valores y convicciones, y desarrollan sus argumentos, eso con seguridad beneficia a la sociedad. Pero esto sólo ocurre realmente en la medida en que exista un legítimo diálogo y apertura a los otros. Porque “en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos”. (Fratelli Tutti, #203).

Hoy, cuando la guerra hace estragos en Tierra Santa, Ucrania y otras regiones del mundo, y cuando en todas partes las comunidades se dividen en facciones basadas en creencias religiosas opuestas y en puntos de vista contradictorios sobre cuestiones sociales, económicas y políticas, necesitamos más que nunca la intercesión de María. Que la Reina de la Paz nos una y nos inspire a escucharnos con respeto, especialmente cuando discrepamos apasionadamente unos con otros.

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Intercesiones especiales para el Año Nuevo

Nuestro amoroso Salvador nos ha dado a la Santísima Virgen María para que sea nuestra Madre. Confiados en los cuidados del Padre, oremos:

Para que María, Madre de la Iglesia, guíe y proteja a la Iglesia con su amor materno.

Para que María, Reina de la Paz, interceda por una paz duradera en el mundo.

Para que la intercesión de María acerque a Jesús a nuestras comunidades parroquiales.

Por todas las familias: para que este nuevo año sea un tiempo de paz y de amor permanente.

Por los enfermos, los huérfanos, los solitarios y los olvidados: para que la Madre de la Misericordia sea su consuelo y su alegría.

Por todas las madres, especialmente las que esperan un hijo: para que encuentren fuerza e inspiración en las oraciones y el ejemplo de la Madre de Dios.

Por la gracia de profundizar nuestra devoción a la Santísima Virgen María.

Padre amoroso, nos bendices con un don que supera todos los demás dones. Nos das una Madre que es la Madre de tu Hijo. Mantennos unidos en tu amor por la mediación maternal de María. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

(Tomado de Magnificat, la Solemnidad de María, Santísima Madre de Dios, Volumen 25, Numero 11, Enero 2024.)


Pope Francis smiling at camera

Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección de la Audiencia General del Santo Padre, enero 4, 2023)

La Virgen María es una gran maestra de discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón (cf. Lc 2,19). Las tres actitudes de la Virgen: hablar poco, escuchar mucho y guardar en el corazón. Y las pocas veces que habla, deja huella. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan, hay una frase muy breve pronunciada por María que es una consigna para los cristianos de todos los tiempos: “Hagan lo que Él les diga” (cf. 2,5). Es curioso: una vez oí a una anciana muy buena, muy piadosa; no había estudiado teología, nada. Era muy sencilla. Y me dijo: “¿Sabe el gesto que hace siempre la Virgen?”. No sé: te mima, te llama… “No, el gesto que hace la Virgen es éste” [señala con el índice]. No entendí y le pregunté: “¿Qué significa?”. Y la anciana me contestó: “Siempre señala a Jesús”.

Esto es bello: la Virgen no toma nada para sí, señala a Jesús. Hagan lo que Jesús les diga: así es la Virgen. María sabe que el Señor habla al corazón de cada uno, y nos pide que traduzcamos esta palabra en acciones y opciones. Ella supo hacerlo mejor que nadie, y de hecho está presente en los momentos fundamentales de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema de su muerte en la cruz.

Queridos hermanos y hermanas, el discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. Si se aprende bien, permite vivir la experiencia espiritual de manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin presumir nunca de experto y autosuficiente.

La voz del Señor siempre se reconoce, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda constantemente: “No temas” (Lc 1,30), que bella esa palabra del ángel a María; “No temas”, “No tengas miedo”, es justo el estilo del Señor, “No temas”. “¡No temas!”, nos repite el Señor hoy también a nosotros. “No temas”: si confiamos en su palabra, jugaremos bien el partido de la vida, y podremos ayudar a los demás. Como dice el Salmo, su Palabra es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino (cf. 119.105).

 (Source: https://www.vatican.va/)


In the section "My Prayer for You", Cardinal Tobin is standing with his hands together in prayer.

Mi Oración para Ustedes

Únanse a mí por favor, para rezar esta oración de Año Nuevo:

Señor, tú haces nuevas todas las cosas.
Tú haces que la esperanza cobre vida en nuestros corazones,
Y haces que nuestros espíritus nazcan de nuevo.
Gracias por este nuevo año y
Por todo el potencial que encierra.

Ven y enciende en nosotros
Una llama poderosa
Para que en nuestro tiempo, muchos vean las maravillas de Dios
Y vivan para siempre para alabar tu glorioso nombre. Amén.