Del Cardenal: María Magdalena: Primera testigo y apóstol del Resucitado| 19 de abril 2024

Haga clic a un botón para ver la sección

Vol. 5. No. 15

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

Cristo ha resucitado; ¡Verdaderamente ha resucitado!

Cuando comenzamos nuestra celebración de Pascua hace tres semanas, el Evangelio de San Juan (Jn 20:1-8) relató el siguiente acontecimiento notable:

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada, Entonces se fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: ¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto!

Y salieron Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró.

Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. El también vio allí las vendas; además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte.  Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó. Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar.

Luego aquellos discípulos regresaron a su casa. María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.

Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Jesús le preguntó: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo.

Jesús entonces le dijo: ¡María! Ella se volvió y le dijo en hebreo: ¡Rabuni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre; pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes. Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho.

La primera persona en descubrir que la tumba estaba vacía fue María Magdalena. Pedro y el discípulo a quien Jesús amaba fueron los primeros en inspeccionar esta tumba vacía, pero no fueron los primeros en encontrarse con Jesús resucitado. Ese honor, nos dice San Juan, estaba reservado para María Magdalena.

Entre las santas mujeres que fueron fieles a Jesús hasta el final, destaca María Magdalena. No sólo estuvo presente en la Pasión, sino que también fue la primera testigo y heraldo del Resucitado. Como resultado de sus encuentros personales con Jesús a lo largo de los años, y especialmente el día de su resurrección, María Magdalena se convirtió en una poderosa testigo del Señor resucitado. Santo Tomás de Aquino la llamó la “Apóstol de los Apóstoles”.

El Informe de Síntesis del Sínodo 2023 (véase la selección más abajo) subraya la igual dignidad y los papeles complementarios de mujeres y hombres en la Iglesia, abogando por la participación activa y el liderazgo de las mujeres. El informe aboga por el diálogo y la colaboración entre hombres y mujeres para hacer avanzar la misión de la Iglesia sin subordinación ni competencia. Nos recuerda que “en Cristo, mujeres y hombres están revestidos de la misma dignidad bautismal (Gal 3,28) y reciben por igual la variedad de los dones del Espíritu. Hombres y mujeres estamos llamados juntos a una comunión caracterizada por una corresponsabilidad no competitiva que debe encarnarse en todos los niveles de la vida de la Iglesia”.

María Magdalena modela esta relación no competitiva y corresponsable. Ella sigue siendo un apóstol para todos nosotros que sabemos escuchar con el corazón y ver con los ojos de la fe. 

En sus declaraciones improvisadas, citadas a continuación, el Papa Francisco nos amonesta diciendo: “La Iglesia es mujer. Y si no entendemos lo que es una mujer, lo que es la teología de una mujer, nunca entenderemos lo que es la Iglesia”. Son palabras fuertes, especialmente en un momento en que hay mucha confusión y desacuerdo sobre los roles y la identidad de género.

Decir que la Iglesia es mujer es identificarla con “María de Nazaret, mujer de fe y Madre de Dios”, que, como dice el Informe de Síntesis del Sínodo, “sigue siendo para todos, una fuente extraordinaria de sentido teológico, eclesial y espiritual”, porque “nos recuerda la llamada universal a escuchar atentamente a Dios y a permanecer abiertos al Espíritu Santo”.

Pero la Iglesia es también una mujer como María Magdalena. La Sagrada Escritura nos dice que María Magdalena tuvo un pasado turbulento y que sus encuentros con Jesús fueron transformadores (cf. Lc 8,2; Mc 16,9). Reflexionando sobre la relación de María Magdalena con Jesús y sus discípulos, podemos comprender mejor cómo un grupo de pecadores es capaz de crecer en santidad y colaborar entre sí a pesar de sus diferencias y desacuerdos para construir el Reino de Dios.

San Juan nos dice que María fue y anunció a los discípulos: “¡He visto al Señor!”. Este es el mensaje que la Iglesia — todos los que hemos sido bautizados — tiene el mandato de compartir con todas las naciones y pueblos. Llevamos a cabo esta misión con mayor eficacia cuando reconocemos que las mujeres son indispensables para la vida de nuestra Iglesia. Como dice el Informe de síntesis del Sínodo: “La larga historia de las mujeres misioneras, santas, teólogas y místicas es una poderosa fuente de inspiración y alimento para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo”. No podemos entender a la Iglesia si minimizamos o negamos su identidad femenina.  

Al continuar este tiempo pascual, reflexionemos sobre la llamada del Sínodo a “promover una Iglesia en la que hombres y mujeres dialoguen juntos, para comprender más profundamente el horizonte del proyecto de Dios, que los vea juntos como protagonistas, sin subordinación, exclusión ni competencia”. Que, por intercesión de la Santísima Virgen María y de Santa María Magdalena, las mujeres sigan siendo reconocidas como líderes corresponsables y discípulas misioneras en todos los niveles de la vibrante vida de nuestra Iglesia.

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Imagen de USCCB

Una Iglesia Sinodal en Misión: Informe de Síntesis

Una Selección del Informe de Síntesis, Parte II: Todos Discípulos, Todos Misioneros #9 “Las Mujeres en la Vida y la Misión de la Iglesia”.

Fuimos creados varón y mujer, a imagen y semejanza de Dios. Desde el principio, la creación articula unidad y diferencia, dando a la mujer y al hombre una naturaleza, una vocación y un destino compartidos y dos experiencias distintas de lo humano. La Sagrada Escritura da testimonio de la complementariedad y reciprocidad de la mujer y el hombre. En las múltiples formas en que se realiza, la alianza entre el hombre y la mujer está en el corazón del plan de Dios para la creación. Jesús consideró a las mujeres sus interlocutoras: les habló del Reino de Dios y las acogió entre sus discípulos, como a María de Betania. Estas mujeres experimentaron su poder de curación, liberación y reconocimiento, y caminaron con Él por el camino de Galilea a Jerusalén (cf. Lc 8,1-3). A una mujer, María Magdalena, le confió la tarea de anunciar la resurrección en la mañana de Pascua.

En Cristo, mujeres y hombres están revestidos de la misma dignidad bautismal y reciben por igual la variedad de los dones del Espíritu (cf. Ga 3,28). Hombres y mujeres están llamados a una comunión caracterizada por una corresponsabilidad no competitiva, que debe encarnarse en todos los niveles de la vida de la Iglesia. Como nos ha dicho el Papa Francisco, juntos somos “un pueblo convocado y llamado por la fuerza de las Bienaventuranzas”.

Durante esta Asamblea, hemos experimentado la belleza de la reciprocidad entre mujeres y hombres. Juntos reiteramos la llamada de las etapas anteriores del proceso sinodal, y pedimos a la Iglesia que crezca en su compromiso de comprender y acompañar pastoral y sacramentalmente a las mujeres. Las mujeres desean compartir la experiencia espiritual de caminar hacia la santidad en las diferentes etapas de la vida: como mujeres jóvenes, como madres, en las relaciones de amistad, en la vida familiar en todas las edades, en el mundo del trabajo y en la vida consagrada. Las mujeres claman justicia en sociedades todavía profundamente marcadas por la violencia sexual, las desigualdades económicas, y por la tendencia a tratarlas como objetos. Llevan las cicatrices de la trata de seres humanos, la migración forzada y las guerras. El acompañamiento pastoral y la promoción decidida de las mujeres van de la mano.

Las mujeres constituyen la mayoría de los fieles y a menudo son las primeras misioneras de la fe en la familia. Las mujeres consagradas, en la vida contemplativa y apostólica, constituyen un don, un signo y un testimonio de fundamental importancia entre nosotros. La larga historia de mujeres misioneras, santas, teólogas y místicas es una poderosa fuente de inspiración y alimento para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.

María de Nazaret, mujer de fe y Madre de Dios, sigue siendo para todos, una fuente extraordinaria de sentido desde el punto de vista teológico, eclesial y espiritual. María nos recuerda la llamada universal a escuchar atentamente a Dios y a permanecer abiertos al Espíritu Santo. Ella ha conocido la alegría de dar a luz y de engendrar y ha soportado el dolor y el sufrimiento. Dio a luz en condiciones precarias, vivió la experiencia de ser refugiada y experimentó la angustia del brutal asesinato de su Hijo. Pero también ha conocido el esplendor de la resurrección y la gloria de Pentecostés.

Muchas mujeres expresaron su profunda gratitud por la labor de sacerdotes y obispos, pero también hablaron de una Iglesia que duele. El clericalismo, el machismo y el uso inadecuado de la autoridad siguen marcando el rostro de la Iglesia y dañando la comunión. Es necesaria una profunda conversión espiritual como base de cualquier cambio estructural. Los abusos sexuales, de poder y económicos siguen exigiendo justicia, sanación y reconciliación. Nos preguntamos cómo puede convertirse la Iglesia en un espacio capaz de proteger a todos.

Cuando en la Iglesia se violan la dignidad y la justicia en las relaciones entre hombres y mujeres, se debilita la credibilidad del anuncio que dirigimos al mundo. El proceso sinodal muestra que es necesaria una renovación de las relaciones y cambios estructurales. Así podremos acoger mejor la participación y la contribución de todos – laicos y laicas, consagrados y consagradas, diáconos, sacerdotes y obispos – como discípulos corresponsables de la misión.

La Asamblea pide que evitemos repetir el error de hablar de las mujeres como una cuestión o un problema. Por el contrario, deseamos promover una Iglesia en la que hombres y mujeres dialoguen para comprender mejor la profundidad del plan de Dios, en el que aparecen juntos como protagonistas, sin subordinación, exclusión ni competencia.


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección de las palabras espontáneas del Papa Francisco a los miembros de la Comisión Teológica Internacional, reportadas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede el 30 de noviembre de 2023.)

Palabras espontáneas del Santo Padre

Les agradezco lo que hacen. La teología, la reflexión teológica, es muy importante. Pero hay algo que no me gusta de ustedes, perdonen mi sinceridad. Una, dos, tres, cuatro mujeres: ¡pobrecitas! ¡Están solas! Ah, perdón, cinco. ¡En esto debemos avanzar! Las mujeres tienen una capacidad de reflexión teológica diferente a la que tenemos los hombres. Debe ser porque he estudiado mucho la teología de una mujer. Me ayudó una excelente alemana, Hanna-Barbara Gerl, sobre Guardini. Ella había estudiado esa historia y la teología de esa mujer no es tan profunda, pero es hermosa, es creativa. Y ahora, en la próxima reunión de los nueve cardenales, tendremos una reflexión sobre la dimensión femenina de la Iglesia.

La Iglesia es mujer. Y si no entendemos lo que es una mujer, lo que es la teología de una mujer, nunca entenderemos lo que es la Iglesia. Uno de los grandes pecados que hemos cometido es “masculinizar” la Iglesia. Y esto no se resuelve por la vía ministerial, esto es otra cosa. Se resuelve por la vía mística, por la vía real. A mí me ha dado mucha luz el pensamiento de Balthasar: principio Petrino y principio Mariano. Esto se puede debatir, pero los dos principios están ahí. El Mariano es más importante que el Petrino, porque existe la Iglesia esposa, la Iglesia mujer, sin masculinizarla.

Y se preguntarán: ¿hacia dónde conduce este discurso? No sólo para decirles que tengan más mujeres aquí adentro – esa es una cosa – sino para ayudarles a reflexionar. La mujer Iglesia, la esposa Iglesia. Y esta es una tarea que les pido, por favor. Desmasculinizar la Iglesia.


Mi Oración para Ustedes

Imagen de la página web del Sínodo

Únanse a mí por favor, rezando esta Oración del Sínodo, Adsumus Sancte Spiritus:

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre. Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras. No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos. Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por prejuicios y falsas consideraciones Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén.