Del Cardenal: El Instrumentum Laboris y signos característicos de una Iglesia sinodal | 14 de julio 2023
Haga clic a un botón para ver la sección
Julio 14, 2023
Vol. 4. No. 22
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Con este boletín quisiera iniciar una serie de reflexiones inspiradas en el Instrumentum Laboris, el “documento de trabajo” para la primera sesión de la 16ª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (4-29 de octubre de 2023).
Según el Cardenal Mario Grech, Secretario General de la Secretaría General del Sínodo, hablando el mes pasado en la rueda de prensa de presentación de Instrumentum Laboris. Instrumentum Laboris no es un documento de la Santa Sede, sino de toda la Iglesia. No es un documento escrito en un escritorio. Es un documento en el que todos son coautores, cada uno por el papel que está llamado a desempeñar en la Iglesia, en docilidad al Espíritu.
No encontraremos en el texto de Instrumentum Laboris una explicación sistemática teórica de la sinodalidad, sino el fruto de una experiencia de Iglesia, de un camino en el que todos hemos aprendido más caminando juntos y cuestionándonos sobre el sentido de esta experiencia.
El cardenal Grech asegura que este Instrumentum Laboris es un texto en el que no falta la voz de nadie. “Es la voz del Pueblo Santo de Dios; de los Pastores, que han asegurado el discernimiento eclesial con su participación; del Papa, que siempre nos ha acompañado, apoyado, animado a seguir adelante”, afirma el cardenal Grech.
Instrumentum Laboris es también una oportunidad para todos nosotros—todo el Pueblo de Dios—de continuar el camino sinodal que hemos iniciado juntos, y una oportunidad para involucrar a quienes no se han comprometido hasta ahora. Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, desea fervientemente que todos nosotros, sin importar quiénes seamos o cuál sea nuestra situación en la vida, participemos en este camino sinodal—a través de la oración, la escucha atenta, el diálogo respetuoso (especialmente con aquellos que no están de acuerdo con nosotros) y nuestro discernimiento orante de la voluntad de Dios para nosotros.
Como escribí recientemente en este boletín (Vol. 4 No. 20, Junio 9, 2023)
La sinodalidad comienza con la escucha atenta y el diálogo respetuoso, pero su objetivo final es el encuentro, el tipo de compromiso personal que conduce a la comprensión mutua, la confianza y la capacidad de unir nuestras manos como hermanas y hermanos que son miembros de la única familia de Dios. En última instancia, la sinodalidad debería llevarnos a un encuentro cara a cara con nuestro Señor Jesucristo, precisamente porque lo reconocemos en los rostros de todos aquellos que encontramos—tanto los más cercanos a nosotros como los extraños, incluso los enemigos.
El Instrumentum Laboris está diseñado para facilitar nuestro encuentro entre nosotros y con nuestro Redentor. El “entendimiento mutuo y la confianza” nunca podrán darse cuando las facciones enfrentadas se limitan a gritarse unas a otras desde detrás de barricadas de ideología y actitudes defensivas. Debemos aprender a tratarnos con la dignidad y el respeto que nos corresponden como seres humanos hechos a imagen y semejanza de nuestro Creador.
La selección del Instrumentum Laboris que se ofrece a continuación sólo pretende “abrir el apetito” por el documento de trabajo completo. (Véase el enlace más abajo.) Les animo a leerlo en oración y a reflexionar sobre los temas tratados. En los próximos boletines, a lo largo del verano, ofreceré algunas de mis propias reflexiones. Les invito a hacer lo mismo.
Mientras continuamos nuestro viaje sinodal, oremos para que el Espíritu Santo nos acompañe y nos muestre el camino.
Sinceramente suyo en Cristo Redentor,
Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark
INSTRUMENTUM LABORIS
Una selección de INSTRUMENTUM LABORIS – Para la Primera Sesión (octubre de 2023)
A 1. Signos característicos de una Iglesia sinodal.
19. Dentro de esta comprensión integral, surge la conciencia de algunas características o signos distintivos de una Iglesia sinodal. Se trata de convicciones compartidas sobre las que detenerse y reflexionar juntos con vistas a la continuación de un camino que las afinará y clarificará ulteriormente, a partir de los trabajos que emprenderá la Asamblea sinodal.
20. Esto es lo que surge con gran fuerza de todos los continentes: la conciencia de que una Iglesia sinodal se funda en el reconocimiento de la dignidad común que deriva del Bautismo, que hace de quienes lo reciben hijos e hijas de Dios, miembros de la familia de Dios, y, por tanto, hermanos y hermanas en Cristo, habitados por el único Espíritu y enviados a cumplir una misión común. En el lenguaje de Pablo, “todos nosotros—judíos o no judíos, esclavos o libres—fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu” (1 Co 12,13). El Bautismo crea así una verdadera corresponsabilidad entre los miembros de la Iglesia, que se manifiesta en la participación de todos, con los carismas de cada uno, en la misión y edificación de la comunidad eclesial. No se puede entender una Iglesia sinodal si no es en el horizonte de la comunión, que es siempre también misión para anunciar y encarnar el Evangelio en todas las dimensiones de la existencia humana. Comunión y misión se alimentan en la participación común en la Eucaristía, que hace de la Iglesia un cuerpo “bien ajustado y unido” (Ef 4,16) en Cristo, capaz de caminar juntos hacia el Reino.
21. Enraizado en esta conciencia está el deseo de una Iglesia cada vez más sinodal en sus instituciones, estructuras y procedimientos, para constituir un espacio en el que la común dignidad bautismal y la corresponsabilidad en la misión no sólo se afirmen, sino que se ejerzan y practiquen. En este espacio, el ejercicio de la autoridad en la Iglesia se aprecia como un don, con el deseo de que se configure cada vez más como “un verdadero servicio, que la Sagrada Escritura llama muy significativamente ‘diakonía’ o ministerio” (LG 24), siguiendo el modelo de Jesús, que se inclinó para lavar los pies a sus discípulos (cf. Jn 13, 1-11).
22. “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha”: esta toma de conciencia es fruto de la experiencia del camino sinodal, que es una escucha del Espíritu por medio de la escucha de la Palabra y de la escucha recíproca entre los individuos y entre las Comunidades eclesiales, desde el nivel local hasta el continental y universal. Para muchos, la gran sorpresa fue precisamente la experiencia de ser escuchados por la comunidad, en algunos casos por primera vez, recibiendo así un reconocimiento de su propio valor humano que testimonia el amor del Padre por cada uno de sus hijos e hijas. La experiencia de escuchar y ser escuchados de esta manera no solo tiene una función práctica sino también una profundidad teológica y eclesial porque sigue el ejemplo de cómo Jesús escuchaba a las personas con las que se encontraba. Este estilo de escucha es necesario para marcar y transformar todas las relaciones que la comunidad cristiana establece entre sus miembros, con otras comunidades de fe y con la sociedad en su conjunto, especialmente con aquellos cuya voz es ignorada más a menudo.
23. Como Iglesia comprometida con la escucha, una Iglesia sinodal desea ser humilde, sabe que debe pedir perdón y que tiene mucho que aprender. Algunos documentos señalaron que el camino sinodal es necesariamente penitencial, reconociendo que no siempre hemos vivido la dimensión sinodal constitutiva de la Comunidad eclesial. El rostro de la Iglesia muestra hoy los signos de graves crisis de confianza y credibilidad. En muchos contextos, las crisis relacionadas con abusos sexuales, económicos, de poder y de conciencia han empujado a la Iglesia a un exigente examen de conciencia para que, “bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse” (LG 9), en un camino de arrepentimiento y conversión que abra caminos de reconciliación, sanación y justicia.
24. Una Iglesia sinodal es una Iglesia de encuentro y diálogo. En el camino que hemos recorrido, esto concierne con particular fuerza a las relaciones con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, a las que estamos unidos por el vínculo de un mismo Bautismo. El Espíritu, que es “principio de unidad de la Iglesia” (UR 2), actúa en estas Iglesias y Comunidades eclesiales y nos invita a emprender caminos de conocimiento mutuo, de compartir y de construir una vida común. A nivel local, emerge con fuerza la importancia de lo que ya se está haciendo junto a miembros de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, especialmente como testimonio común en contextos socioculturales hostiles hasta el punto de la persecución—es el ecumenismo del martirio— y ante la emergencia ecológica. En todas partes, en sintonía con el Magisterio del Concilio Vaticano II, surge el deseo de profundizar en el camino ecuménico: una Iglesia auténticamente sinodal no puede dejar de implicar a todos los que comparten el único Bautismo.
25. Una Iglesia sinodal está llamada a practicar la cultura del encuentro y el diálogo con los creyentes de otras religiones y con las culturas y sociedades en las cuales se inserta, pero sobre todo entre las múltiples diferencias que atraviesan a la Iglesia misma. Esta Iglesia no teme la variedad de la que es portadora, sino que la valora sin forzarla a la uniformidad. El proceso sinodal ha sido una oportunidad para empezar a aprender lo que significa vivir la unidad en la diversidad, una realidad que hay que seguir explorando, en la confianza de que el camino se irá aclarando a medida que avancemos. Por lo tanto, una Iglesia sinodal promueve el paso del “yo” al “nosotros”, porque constituye un espacio en el que resuena la llamada a ser miembros de un cuerpo que valora la diversidad, pero que es hecho uno por el único Espíritu. Es el Espíritu el que nos impulsa a escuchar al Señor y a responderle como pueblo al servicio de la única misión de anunciar a todos los pueblos la salvación ofrecida por Dios en Cristo Jesús. Esto sucede en una gran diversidad de contextos: a nadie se le pide que abandone el suyo, sino más bien que lo comprenda y se encarne en él con mayor profundidad. Volviendo a esta visión tras la experiencia de la primera fase, la sinodalidad aparece en primer lugar como un dinamismo que anima las comunidades locales concretas. Pasando al plano más universal, este impulso abarca todas las dimensiones y realidades de la Iglesia, en un movimiento de auténtica catolicidad.
26. Vivida en una diversidad de contextos y culturas, la sinodalidad se revela como una dimensión constitutiva de la Iglesia desde sus orígenes, aunque todavía esté en proceso de realización. De hecho, presiona para ser implementada cada vez más plenamente, expresando una llamada radical a la conversión, al cambio, a la oración y a la acción dirigida a todos. En este sentido, una Iglesia sinodal es abierta, acogedora y abraza a todos. No hay frontera que este movimiento del Espíritu no sienta que debe cruzar, para atraer a todos a su dinamismo. La naturaleza radical del cristianismo no es la prerrogativa de algunas vocaciones específicas, sino la llamada a construir una comunidad que viva y testimonie una manera diferente de entender la relación entre las hijas e hijos de Dios, que encarne la verdad del amor, fundada en el don y la gratuidad. La llamada radical es, pues, a construir juntos, sinodalmente, una Iglesia atractiva y concreta: una Iglesia en salida, en la que todos se sientan acogidos.
27. Al mismo tiempo, una Iglesia sinodal afronta con honestidad y valentía la llamada a una comprensión más profunda de la relación entre amor y verdad, según la invitación de san Pablo: “realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor” (Ef 4,15-16). Para incluir auténticamente a todos, es necesario entrar en el misterio de Cristo, dejándose formar y transformar por el modo en que él vivió la relación entre amor y verdad.
28. Característica de una Iglesia sinodal es la capacidad de gestionar las tensiones sin dejarse destruir por ellas, viviéndolas como impulso para profundizar en el modo de entender y vivir la comunión, la misión y la participación. La sinodalidad es un camino privilegiado de conversión, porque reconstituye a la Iglesia en la unidad: cura sus heridas y reconcilia su memoria, acoge las diferencias de las que es portadora y la redime de divisiones infecundas, permitiéndole así encarnar más plenamente su vocación de ser “en Cristo, como sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). La escucha auténtica y la capacidad de encontrar modos para seguir caminando juntos más allá de la fragmentación y la polarización son indispensables para que la Iglesia permanezca viva y vital y sea un signo poderoso para las culturas de nuestro tiempo.
29. Tratar de caminar juntos también nos pone en contacto con la sana inquietud de lo incompleto, con la conciencia de que todavía hay muchas cosas cuyo peso no somos capaces de soportar (cf. Jn 16,12). No se trata de un problema que resolver, sino de un don que cultivar. Estamos ante el misterio inagotable y santo de Dios y debemos permanecer abiertos a sus sorpresas mientras peregrinamos hacia el Reino. Esto vale también para las cuestiones que el proceso sinodal ha sacado a la luz. Como primer paso requieren escucha y atención, sin apresurarse a ofrecer soluciones inmediatas.
30. Llevar el peso de estas interrogantes no es una carga personal de quienes ocupan determinadas funciones, con el riesgo de ser aplastados por ellas, sino una tarea de toda la comunidad, cuya vida relacional y sacramental es a menudo la respuesta inmediata más eficaz. Por eso, una Iglesia sinodal se alimenta incesantemente del misterio que celebra en la liturgia, “cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia” y “fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10), y en particular de la Eucaristía.
31. Una vez que el Pueblo de Dios sea liberado de la ansiedad de la ineptitud, el inevitable carácter incompleto de una Iglesia sinodal y la disponibilidad de sus miembros a aceptar las propias vulnerabilidades se convierten en el espacio para la acción del Espíritu, que nos invita a reconocer los signos de su presencia. Por eso, una Iglesia sinodal es también una Iglesia del discernimiento, en la riqueza de significados que adquiere este término y al que dan relieve las distintas tradiciones espirituales. La primera fase permitió al Pueblo de Dios comenzar a experimentar el discernimiento mediante la práctica de la conversación en el Espíritu. Escuchando atentamente la experiencia vivida por los demás, crecemos en el respeto mutuo y comenzamos a discernir las acciones del Espíritu de Dios en la vida de los otros y en la nuestra. De esta manera, empezamos a prestar más atención a “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7), con el compromiso y la esperanza de convertirnos en una Iglesia cada vez más capaz de tomar decisiones proféticas que sean fruto de la guía del Espíritu.
Para el texto complete de Instrumentum Laboris, lea más abajo o descargue el documento:
Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza
De: Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 13. Testigos: san Francisco Javier, Audiencia General, 17 de mayo de 2023
Resumen de las palabras del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas: En la continuación de nuestra catequesis sobre el celo apostólico, nos referimos ahora a san Francisco Javier, patrono de las misiones católicas.
Nacido en España, Francisco estudió en París, donde conoció a san Ignacio de Loyola y, junto con algunos compañeros, formó la Compañía de Jesús, poniéndose al servicio del Papa para las necesidades más urgentes de la Iglesia de su tiempo. El siglo XVI, la era de los descubrimientos, exigía una gran proyección misionera. Francisco partió hacia las Indias Orientales, donde, a partir de Goa, desarrolló una intensa actividad de predicación, bautismo, catequesis y atención a los enfermos. De la India pasó a las islas Molucas y de allí a Japón. Incapaz de cumplir su sueño de entrar en China, Francisco murió, con sólo cuarenta y seis años, en la cercana isla de Shangchuan.
Su celo heroico por la evangelización fue fruto de una vida de profunda oración y de unión amorosa con la persona de Jesucristo. Que el ejemplo de san Francisco Javier inspire nuestros esfuerzos por llevar adelante la misión de la Iglesia, como testigos gozosos del Señor resucitado y de su Palabra salvadora.
Mi Oración para Ustedes
Señor, por tu Palabra y tu Ejemplo, nos enseñas que las obras de justicia y misericordia son una forma de participación en la misión de nuestra Iglesia. Por eso, todo bautizado está llamado a comprometerse en este ámbito. Ayúdanos a despertar, cultivar y fortalecer esta conciencia en nosotros mismos, en nuestras familias, en nuestras parroquias y en cada comunidad cristiana del norte de New Jersey y más allá. Hacemos esta oración, querido Señor, conscientes de que quieres que estemos unidos a ti en la realización de la voluntad de tu Padre para toda su familia.