Del Cardenal: Somos un pueblo Pascual infinitamente amado | 5 de abril 2024

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Vol. 5. No. 14

Mis Queridas Hermanas y Hermanos en Cristo,

¡Aleluya! Cristo ha resucitado y nuestros corazones se llenan de alegría. En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (“La alegría del Evangelio”), el Papa Francisco nos dice que, si aceptamos la oferta de salvación del Señor, “seremos liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y de la soledad” (#1). 

Como cristianos bautizados, todos nos encontramos en camino. Caminamos juntos tras las huellas de Cristo resucitado hacia nuestro hogar celestial. Esta peregrinación sagrada (la Iglesia Sinodal en misión) no está destinada a ser un tiempo de monotonía y tristeza.

Aunque estamos llamados a seguir a Jesús por el camino de la cruz, debemos recordar siempre la promesa del Señor a sus discípulos: “Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20).

Por dos mil años, los santos y los mártires nos han mostrado cómo vivir el Evangelio — y asumir nuestras cruces — con alegría. ¡Todos estamos invitados, con San Pablo, a alegrarnos en nuestros sufrimientos!

“El gran riesgo del mundo actual” escribe el Papa Francisco, “es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada… Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado”. (EG, #2).

Estamos llamados a una vida digna y plena, una vida de libertad y alegría. “Nadie debe pensar que esta invitación no va dirigida a él o ella”, dice el Papa Francisco, “ya que nadie está excluido de la alegría que trae el Señor”.

Por una feliz coincidencia (un don de la divina Providencia), existe una deliciosa sincronía entre las enseñanzas del Papa Francisco y el lema que elegí cuando el Papa Benedicto XVI me llamó a servir a la Iglesia como obispo. Con esto en mente, “Alégrense en el Señor” es el título que he elegido para este boletín mensual.

En su undécimo año, el Papa Francisco sigue insuflando nueva vida a la Iglesia. De hecho, la influencia, las enseñanzas y el ejemplo del Papa inspiran a nuestra Iglesia a desarrollar la espiritualidad de los pobres, presentar la fe católica de una manera alegre a los jóvenes, explorar y abrazar nuestra diversidad, seguir proclamando la alegría de los evangelios como comunidades de fe, articular una forma de vida que refleje una llamada universal a la santidad, y hablar con valentía de la verdad del amor de Dios respetando siempre la historia y las tradiciones de la Iglesia, incluso cuando encontramos formas innovadoras de llevar a cabo nuestra misión.

Los cristianos debemos estar alegres todo el año, pero el tiempo de Pascua es una época en la que somos especialmente conscientes de las razones que tenemos para estar llenos de alegría. “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”, escribe el Papa Francisco. Espero que no sea nuestro caso. “La alegría se adapta y se transforma, pero siempre permanece, al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, mas allá de todo” (EG, # 6). 

Mi esperanza para cada hombre, mujer y niño que vive en esta gran arquidiócesis y más allá es que, cuando todo esté dicho y hecho, ¡nos sabremos infinitamente amados!

Sinceramente suyo en Cristo Redentor,

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Mensaje de Pascua 2024 del Cardenal

Mis queridas hermanas y hermanos en Cristo,

!Cristo ha resucitado! !Aleluya!

Proclamamos con alegría la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, cuya victoria sobre el pecado y la muerte nos ha liberado.

La Pascua confirma que el amor es más fuerte que la muerte. Que la esperanza es más poderosa que la desesperación. Y que, con los ojos de la fe, podemos ver el rostro de nuestro Redentor, que murió para que pudiéramos vivir.

Durante esta temporada de Pascua, nuestros corazones rebosan de alegría. No olvidamos los dolores de tantos de nuestros hermanos y hermanas están experimentando — en Ucrania, en Tierra Santa, en Haití, y en tantas áreas problemáticas de nuestro mundo. Pero nos alegramos en el conocimiento de que la resurrección de Jesucristo ha hecho posible esperar la paz, creer en un futuro mejor que las dificultades presentes y encontrar personalmente al Dios que nos ama incondicionalmente a cada uno de nosotros.

En esta Pascua, les deseo una abundancia de la fe, la esperanza y el amor que la resurrección de Cristo nos ha ganado. Oro para que éste sea un tiempo de alegría para ustedes y para todas las personas que aman.

Que Cristo Redentor los bendiga. ¡Aleluya!

Cardenal Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Arzobispo de Newark


Un Mensaje del Papa Francisco: Palabras de Desafío y Esperanza

(Una selección del Mensaje del Santo Padre Regina Caeli, Lunes de Pascua, 10 de abril de 2023)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos hace revivir el encuentro de las mujeres con Jesús resucitado en la mañana de Pascua. Nos recuerda así que fueron ellas, las discípulas, las primeras en verlo y encontrarlo.

Podríamos preguntarnos: ¿por qué ellas? Por una razón muy sencilla: porque fueron las primeras en ir al sepulcro. Como todos los discípulos, también ellas sufrían por el modo en que parecía haber terminado la historia de Jesús; pero, a diferencia de los demás, no se quedaron en casa paralizadas por la tristeza y el miedo: por la mañana temprano, al salir el sol, fueron a honrar el cuerpo de Jesús llevando ungüentos aromáticos. El sepulcro había sido sellado y se preguntaron quién hubiera podido quitar esa piedra tan pesada (cf. Mc 16,1-3). Pero su voluntad de realizar aquel gesto de amor prevalece por encima de todo. No se desaniman, salen de sus miedos y de sus angustias. Este es el camino para encontrar al Resucitado: salir de nuestros temores, salir de nuestras angustias.

Recorramos la escena descrita en el Evangelio: las mujeres llegan, ven el sepulcro vacío y, “con miedo y gran gozo”, corren, dice el texto, “a dar el anuncio a sus discípulos”, (Mt 28,8). Ahora bien, justo cuando van a hacer este anuncio, Jesús sale a su encuentro. Fijémonos bien en esto: Jesús sale a su encuentro cuando van a anunciarlo. Esto es hermoso: Jesús las encuentra mientras van a anunciarlo. Cuando anunciamos al Señor, el Señor viene a nosotros. A veces pensamos que la manera de estar cerca de Dios es tenerlo estrechamente junto a nosotros; porque después, si nos exponemos y hablamos de esto, llegan los juicios, las críticas, y tal vez no sabemos responder a ciertas preguntas o provocaciones… En cambio, el Señor viene cuando lo anunciamos. Tú siempre encuentras al Señor en el camino del anuncio. Anuncia al Señor y lo encontrarás. Busca al Señor y lo encontrarás. Siempre en camino, esto es lo que nos enseñan las mujeres: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él. Pongamos esto en el corazón: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él.

Pensemos una vez más en las mujeres del Evangelio: estaba la piedra sellada y, sin embargo, ellas van al sepulcro; toda la ciudad había visto a Jesús en la cruz y, no obstante, ellas van a la ciudad a anunciar que está vivo. Queridos hermanos y hermanas, cuando se encuentra a Jesús, ningún obstáculo puede impedirnos anunciarlo. En cambio, si nos guardamos solo para nosotros su alegría, tal vez sea porque todavía no lo hemos encontrado de verdad.

Hermanos, hermanas, ante la experiencia de las mujeres nos preguntamos: Dime, ¿Cuándo fue la última vez que diste testimonio de Jesús? ¿Cuándo fue la última vez que yo di testimonio de Jesús? ¿Qué hago hoy para que las personas con las que me encuentro reciban la alegría de su anuncio? Y aún más: ¿alguien puede decir “esta persona es serena, es feliz, es buena porque ha encontrado a Jesús”? ¿Se puede decir esto de cada uno de nosotros? Pidamos a la Virgen que nos ayude a ser alegres anunciadores del Evangelio.


An image of a painting of the Immaculate Conception_Mary.

Mi Oración para Ustedes

Por favor, únanse a mí en oración, rezando las palabras de esta Antigua antífona de Pascua dirigida a la Santísima Virgen María, Reina del Cielo:

Regina caeli, laetare, alleluia,
quia quem meruisti portare, alleluia,
resurrexit sicut dixit, alleluia;
ora pro nobis Deum, alleluia.

Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia. Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

Reina del cielo alégrate; aleluya.
Porque el Señor a quien has merecido llevar, aleluya,
Ha resucitado según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

Regocíjate y alégrate, Virgen María. ¡Aleluya! Porque verdaderamente ha resucitado el Señor, ¡Aleluya!